Edición Impresa

Haití: ¿nosotros de vacaciones?

Por: Rafael Luis Pineda

Desde hace días los medios de comunicación nos muestran el profundo dolor de Haití, un infierno de años sin límite que parece avivarse, como con un baldazo de nafta, sepultando bajo los escombros a cientos de miles de congéneres, además de los heridos, los sin techo, los hambrientos, los niños huérfanos y tantos horrores más, para un pueblo que nunca ha tenido la oportunidad de alcanzar el tan deseado desarrollo al que cualquiera puede aspirar, por el simple hecho de ser humano. Buscar una explicación a esta circunstancia es cosa de científicos, pero pensemos qué podemos hacer nosotros por aquellos que sufren sin límite las contingencias de la naturaleza.

Todos hemos vivido, en mayor o menor medida, situaciones complicadas y con heridas, o sin ellas, hemos podido salir de crisis muchas veces profundas. Hoy nos conmueve Haití, pero cuántos “haitís” tenemos cerca nuestro. Y estos, ¿nos mueven a ayudar? Vivimos en un mundo sumido en polémicas, contiendas, enfrentamientos, indiferencias e individualismos, y nuestra misma sociedad argentina parece despreocupada de lo que pasa a su alrededor: ¿nos interesa el otro? Damos señales de que bastante poco, y si el más próximo no nos mueve, ¿nos moverá ese pobre haitiano que está a tantos kilómetros, con el agravante de la trágica experiencia de años de ayudar a los más necesitados y que esa ayuda no llegue a destino sino que caiga en manos de los oportunistas de turno, insensibles y nunca condenados?

El 80 por ciento de la población de Haití ha malvivido en la absoluta miseria; dictadores, vividores, explotadores, toda clase de personajes nefastos han sacado provecho de la población que, ahora más que nunca, necesita de la ayuda del mundo. Muchos se han movilizado, las grandes organizaciones internacionales de ayuda, los artistas en Estados Unidos han llevado adelante un programa ómnibus para recaudar lo poco que pueden dar muchos, lo que ha permitido sumar grandes cifras y hasta un niño pequeño, de 7 años, dando vueltas en bicicleta por un parque de Londres ha recaudado una cifra impensada.

De la realidad de Haití, pero también de la desnutrición de nuestro Chaco o Tucumán, de la pobreza de los barrios marginales de las grandes ciudades como nuestra misma Rosario, del abandono y hasta la explotación de seres humanos próximos a nosotros, debemos animarnos a sacar hechos positivos, porque siempre estas dolorosas circunstancias son inmejorables oportunidades de mejora para los demás y, particularmente, para nosotros mismos, si nos animamos a dar el paso necesario. Nada vamos a resolver doliéndonos ante las tristes imágenes con las que cotidianamente nos bombardea la televisión, si esas imágenes no mueven nuestro corazón y nos hacen pensar: ¿qué puedo hacer yo, concretamente?

La Argentina está de vacaciones, la crisis está de vacaciones –por lo menos durante este mes de enero de playas repletas– pero tendremos que volver pronto a la realidad de las dificultades cotidianas, que necesitarán de nuestra astucia y entrega para resolverlas sobre la marcha. Bueno sería que hiciéramos el “sacrificio” de pensar de qué modo puedo poner mi granito de arena para paliar tanto dolor, y no sólo el haitiano.

Es tiempo de cambiar de actitud, es tiempo de revisar nuestras conciencias indiferentes, insensibles ante el sufrimiento de los demás. Para Haití el dolor actual puede ser el punto de partida del cambio profundo como sociedad, como país, con la ayuda del mundo; y nosotros –personalmente o como sociedad– ¿vamos a esperar nuestro propio “haití” para abrir nuevos surcos en nuestra sociedad?  Triste sería que no reaccionáramos a tiempo. O es que no nos damos cuenta que vivimos muy lejos de un “mundo feliz”, pero que lo podemos transformar con el esfuerzo de todos.

Tiempo de cambiar, de ser comprensivos con los demás, de disculpar, de ayudar, de destronar las crispaciones, tiempo de aprovechar oportunidades que se nos dan personalmente y como sociedad. ¡No desperdiciemos tiempo y oportunidades!

Comentarios