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Hacete cargo: tus palabras vuelven multiplicadas

Por Claudio María Domínguez. Un inteligente y tradicional cuento sufí abre paso a la reflexión sobre el decir y sus consecuencias.

Reflexionemos con este inteligente cuento tradicional sufí:

Cuentan que una noche un sultán soñó que había perdido todos los dientes. Enseguida, cuando despertó, ordenó llamar a un adivino para que interpretase su sueño.

—¡Qué desgracia, mi señor! –exclamó el adivino– cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.

—¡Qué insolencia! –gritó el sultán enfurecido– ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que encerrara al adivino durante una semana  y que le dieran cien latigazos.

Más tarde ordenó que le trajeran otro adivino. Enseguida, cuando lo vio, le contó lo que había soñado. Después de escuchar al sultán, el adivino con muchísima atención le dijo:

—¡Excelso, señor! ¡Felicitaciones! El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.

Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro al adivino. Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

—¡No es posible! La interpretación que hiciste de los sueños es la misma que la del primer adivino. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y una semana de calabozo y a ti con cien monedas de oro.

—Recuerda bien, amigo mío –respondió el adivino–, que todo depende de la forma en el decir. Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender el arte de comunicarse. De la forma como nos comunicamos depende, la mayoría de las veces, la felicidad o la desgracia de las personas, la paz o la guerra entre los pueblos. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos  delicadamente y la ofrecemos con ternura, sin dudas que será aceptada con agrado.

¿Qué necesitás para creer en vos mismo?

Los invitamos a reflexionar con este cuento dela India:

El elefante y la alondra eran amigos. La alondra le señalaba al elefante los rincones más sombreados de la selva, y el elefante protegía con su presencia nocturna el nido de la alondra de serpientes voraces y ardillas rapaces. Un día el elefante le dijo a la alondra que le tenía envidia porque sabía volar. ¡Cuánto le gustaría remontarse por los aires, ver la tierra desde las alturas, llegar a cualquier sitio en cualquier momento! Pero con su peso… ¡Era imposible!

La alondra le dijo que era muy fácil. Se quitó con el pico una pluma de la cola y le indicó: “Aprieta fuerte esta pluma en la boca y agita rápidamente las orejas arriba y abajo”

El elefante hizo lo que la alondra le dijo. Apretó con fuerza la pluma en la boca para que no se le fuese a caer y comenzó a agitar sus grandes orejas arriba y abajo con toda su energía. Poco a poco notó que se levantaba, despegaba, se sostenía en el aire y podía ir donde quisiera por los aires con toda facilidad. Vio la tierra desde las alturas, vio los animales y los hombres, cruzó por lo alto el río profundo que había marcado el límite de su territorio, exploró paisajes desconocidos, y volvió al fin, feliz y contento a aterrizar al sitio donde había dejado a la alondra.

“No sabés cuánto te agradezco esta pluma milagrosa”, le dijo. Y se la guardó cuidadosamente detrás de la oreja para volver a usarla cuando quisiera volar otra vez.

La alondra le contestó: “Oh, esa pluma… La verdad es que no vale nada. Se me iba a caer de todos modos, y era inútil. Pero tenía que darte algo para que creyeras en ti, y se me ocurrió eso. Tú hubieras podido volar de todos modos”.

¿Nos estamos atreviendo a volar sobre nuestros límites, nuestras carencias, nuestros dogmas o seguimos atados a los viejos paradigmas que estancan nuestra vida? Soñemos nuestra divinidad. Creámosla. Creémosla. Confiemos en nuestra infinita capacidad de crear las realidades más audaces y fascinantes que nuestro Ser permita. No hay más límites que aquellos que nosotros mismos nos imponemos, ni más reglas que las que nosotros mismos nos hemos creado. Incluso los maestros que aparecen en nuestras vidas son sublimes creaciones de nosotros mismos, para recordarnos aquellas cuerdas en las cuales no nos atrevemos aún a vibrar. Sai Baba,la Madre Teresa, sabios y santos, o la mismísima alondra del cuento siempre están allí como un espejo perfecto para que nuestra conciencia se refleje en ellos y comprenda más rápidamente su grandeza aín inexplorada por nosotros.

Gentileza http://espiritualidaddiaria.infobae.com

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