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Este Frankestein no nació de un repollo ni lo armó con partes corrompidas una cigüeña desde París

Milei redobló la apuesta después de las PASO. Contrarió el teorema de Baglini, enunciado por el diputado radical en 1986. Lejos de acompasar en proporción directa la racionalidad de las propuestas con la cercanía del poder, va por más

Foto: Franco Trovato Fuoco

Una brutal interpelación al sistema político tradicional. Y no desde afuera, porque Javier Milei juega en los márgenes pero no propuso la ruptura del momento democrático del voto. Incluso antes de emitir el suyo, en medio de vítores de sus seguidores a las puertas de la sede porteña de la Universidad Tecnológica Nacional –si se quiere un flash anticipatorio del resultado– se mantuvo contenido con eso de que el pueblo se expresa en las urnas y había que esperar. Hasta que su inestabilidad lo llevó a derrapar hacia las diatribas cuando algunos cronistas, más hambrientos que él de exabruptos, lo azuzaron. Es que son, entre varios más, parte de esa religión.

Lo dejaron nacer, ser y crecer. Cría leones y te comerán el hígado. Este Frankestein no es el de Mary Shelley, no nació de un repollo ni lo armó con partes corrompidas una cigüeña desde París. Sorpresa para todos, que quedaron más devaluados: líderes políticos, opinadores y operadores mediáticos, sesudos analistas académicos, el que escribe esto y encuestadores que hace tiempo no aciertan a medir con aceptable aproximación el humor social ni anticipar los pronunciamientos colectivos.

“Bueno, pero es lo nuevo”. Respuesta de muchos votantes de La Libertad Avanza ante interpelaciones “pedagógicas” fundadas en la extensa lista de saltos de cadena del candidato más votado. Pero lo nuevo como valor, a la cabeza de la columna del haber en los balances morales de la política, también fue abonado por el progresismo desde sus consignas. Igual por la derecha, que con propuestas centenarias se presentó bajo ese cartel cuando olfateó hartazgo social. Milei se lo apropió. Vacío de contenido como estaba, no tuvo problemas en llenarlo con lo viejo, con lo extremo y delirante, y seducir con tamaña contradicción. Razonable es pensar que el camino se lo pavimentaron los ahora derrotados de uno y otro lado de la grieta.

¿Por qué, esta vez, quien saca provecho del ropaje de lo nuevo y distinto es el despeinado economista recitador de clásicos de la ortodoxia con apellidos que suenan en mandarín a la mayoría de sus seguidores? Y más, ¿por qué impactó con fuerza en la “juventud”, ese otro actor colectivo estereotipado del que este domingo partió otro rechazo hacia quienes lo imaginaron afín con marketing básico de manual?

A Milei lo subieron al ring y para correrlo haría falta una lucidez que, otra vez, nada asiste a pensar que puede parirse de la nada. Porque el código de la magia, cifrado en el 30%, parece ser propio del León.

Productores, presentadores televisivos y propietarios de medios le dieron aire por interés inicial en correr la agenda política a la derecha o, peor, por falta de profesionalismo y entrega al clickbait y al rating basado en la bizarría. El muñeco se independizó del ventrílocuo, el círculo rojo se empezó a incomodar y ya era tarde para llantos.

Lo mismo sucedió con los intentos de instrumentalización partidaria. La vicepresidenta Cristina Fernández polarizó con él durante una entrevista en C5N con Pablo Duggan. Después lo hizo el ministro ya precandidato Sergio Massa, ungido por la primera en ambos lugares. Aceptaron el debate de una dolarización revoleada sin argumentos ni detalles por el libertario. ¿Imaginaron que pescaba sólo en Juntos por el Cambio en un juego de suma cero favorable?

La centro derecha creyó ver el filón y abandonó el primer término del encuadre sin demasiado prurito con la esperanza de capitalizar la osadía de esa resignación de soberanía monetaria pero más de otras por el estilo. Cierto que ya figuraban en su discurso, pero las tensó hasta límites antes no alcanzados. Juntos por el Cambio se volvió copia de un original siempre más atractivo y, en este caso, más libre para jugar sobre el fleje.

Cuando uno y otros percibieron el boomerang, ya el personaje estaba blindado. Ni las noticias sobre venta de lugares en las listas por dinero o favores sexuales, ni las de su elogio a modelos de negocios fraudulentos, ni la réplica a sus amenazas de derogar derechos básicos aceptados hasta por los conservadores más rancios, ni el delirio de una dolarización imposible hasta para sus asesores, ni la “detonación” de un Banco Central rayano con el suicidio hicieron mella en las adhesiones, que posiblemente se funden en otros universos menos racionales, más impulsivos  y casi exclusivamente reactivos como salida a un malestar heterogéneo pero extendido.

Milei redobló la apuesta después de las PASO. Contrarió el teorema de Baglini, enunciado por el diputado radical en 1986. Lejos de acompasar en proporción directa la racionalidad de las propuestas con la cercanía del poder, va por más: habló de exterminio del kirchnerismo y de la casta a la que también pertenece, lo que incluye a la “de buenos y malos modales” y otras finuras.

Cierto que el fenómeno no es exclusivo sino global, y las felicitaciones de la ultraderecha de Vox desde España son apenas una muestra. Pero reenviarlo a esa externalidad es pura pereza y sólo ofrece una engañosa tranquilidad de conciencia: “Yo no fui”.

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