Ciudad

Sábado en La Florida

Esperar el 102 para comprobar que el mayor distanciamiento es el del tiempo entre colectivos

El GPS desquiciado, la calle solitaria, la lluvia y los mosquitos. Cuándo acierta el Cuándo Llega y otras tribulaciones de una pasajera del transporte urbano de Rosario


Sábado a las 8. Marcela se prepara para ir al trabajo y consulta el Cuándo Llega, que le devuelve apenas 2 minutos para la llegada del 102 Negro a la esquina de su casa, en La Florida. Está cerca, pero se apura por las dudas. Llega a tiempo a la parada, pero el coche no pasa. Espera cinco minutos y nada, se vuelve a casa. No hay nadie en la calle, llueve y asedian los mosquitos, sí, hasta de mañana. La ciudad no da, tampoco, para andar consultando allí y a cada rato una aplicación de celular que parece desquiciada. Desde ese momento, y durante la hora y cuarto que le sigue, sufre lo mismo que muchos otros frustrados pasajeros del transporte urbano de Rosario, con un mentiroso GPS que tampoco ubica el mínimo estándar de seguridad urbana ni sanitaria.

La segunda consulta a la app del área de Movilidad Municipal indica que el próximo coche de misma línea y bandera pasará en 8 minutos. Alivio. Dos minutos después, ya curada de espanto, actualiza y, ahora, la pantalla informa 10 minutos para el arribo del errático colectivo. La tercera no es la vencida: faltan 18 minutos. ¿El chofer se confundió y enfiló en el sentido contrario?

Las siguientes consultas al Cuándo Acierta estuvieron a la altura del surrealismo previo: 10 minutos, luego 8, después 13… Hasta que se acomodó. O al menos eso parecía, porque la aplicación fue disminuyendo el tiempo de llegada en escala progresiva y proporcional.

Vuelta a la parada, entonces, que el Cuándo Llega volvió a la racionalidad. Dos minutos, uno, ahí está el bondi, pero raro, con el letrero del frente apagado.

Insensible a la señal de pare, el chofer dejó atrás la parada con su bólido sin pasajeros: estaba, al parecer, fuera de servicio. Una vez que el Cuándo Llega funciona, indica el itinerario de una unidad que hace pito catalán al brazo horizontal.

Ya pasaron 60 minutos del inicio de la saga. Imposible seguir confiando en el GPS y el algoritmo municipal, al que la sufrida vecina le había renovado el crédito pese a las varias infidelidades previas que lo desaconsejaban. Respuesta al último intento: “No se encontró ninguna unidad cerca del destino”. Marcela ya no encontró ninguna utilidad cerca de la app.

El cartelito celeste en la parada, que no protege de la lluvia, en la que es imposible sentarse sin quedar como un incontinente con el traste y la entrepierna mojados, ofrece llamar al 147 como alternativa al recurso informático que traiciona sin avisar. Porque más dañina que la falta de información es la información errónea.

Primera consulta entonces, sola en la esquina y hasta ahora sin que su celular y el bolso cambien de propietario, al número de teléfono.

Hablar con un humano, eso es, tal vez sea más confiable que el programita informático. Pero no. “Por un inconveniente técnico su consulta no puede ser tramitada”, dice una voz grabada, sintetizada, sin emoción ni empatía.

Marcela, al borde de una crisis de nervios, en medio de una nube de mosquitos diurnos, debajo de nubes que siguen escupiendo agua. Una buena: en este caso, la segunda fue la vencida, y el siguiente intento da, por fin, con una señorita de carne y hueso. El problema es que luce tan desconcertada como la pasajera que le pregunta cuándo pasará el bendito 102 negro por la esquina donde está ya hace media hora y antes estuvo cinco minutos y quién sabe –la operadora del 147 tampoco– cuánto más tendrá que estar.

“Aguarde, no corte”, le dice la chica a su interlocutora, en equilibrio inestable entre la resignación y el instinto asesino. Después de descartar el horario programado para el próximo coche, un dibujo de planilla sin conexión con la realidad, la joven informa sobre otra consulta por una vía alternativa y comunica que sí: la espera llega a su fin, estimada usuaria del transporte público, el 102 está a dos minutos.

Se Alinean los planetas y esta vez es cierto.

Pasaron, a esta altura, 75 minutos desde el inicio de la aventura. Y vaya a saber cuántos desde el paso del coche anterior de la misma línea. Se siente: colectivo repleto. Como llueve, ventanillas, todas, cerradas. Minga circulación cruzada de aire para minimizar contagios. Minga distanciamiento entre pasajeros. Y minga control de uso del barbijo.

Lo que hay, y Marcela lo comprueba todos los días, es alto distanciamiento entre unidades. Esa baja frecuencia que es la característica más frecuente del sistema de transporte urbano que lleva muchos años sin que ningún responsable le encuentre una vuelta que no sea el círculo vicioso de bajada de pasajeros-reducción de calidad para bajar costos-nueva huida de usuarios y así.

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