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“Era muy difícil poder contar a los jóvenes lo que pasamos”

Emilce Moler es una de los cuatro sobrevivientes de uno de los episodios emblemáticos de la represión de la última dictadura.


El 17 de septiembre de 1976 un grupo de tareas de la dictadura militar irrumpía en la casa de Emilce Moler en La Plata, al día siguiente de la cadena de secuestros de estudiantes secundarios que se conoció a nivel mundial como Noche de los Lápices, de la que hoy se cumplen 36 años.

Emilce es una de las cuatro sobrevivientes de aquel episodio que terminó con la vida de seis adolescentes, todos ellos militantes secundarios que, entre otras luchas, sostenían el reclamo de un boleto estudiantil. En ese entonces, ella tenía apenas 17 años, estudiaba en el Colegio Bellas Artes de La Plata, formaba parte de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y ya actuaba con la convicción de que la política era la herramienta para cambiar el mundo. Durante cuatro meses, pasó por el Pozo de Arana, el Pozo de Quilmes, y la comisaría de Valentín Alsina y, luego, transcurrió los restantes quince meses de su cautiverio en la cárcel de Devoto, hasta que recuperó su libertad el 20 de abril de 1978.

Hoy, Emilce es miembro de la Comisión Provincial por la Memoria, madre de tres hijos, profesora de matemática, máster en epistemología y doctora en bioingeniería, y se desempeña como asesora en el Ministerio de Educación de la Nación. Y dice que para ella el proceso iniciado por Néstor Kirchner en el 2003 “mitiga muchísimo los dolores y es muy reparador”.

—¿Qué resignificación tiene en el presente lo sucedido aquel septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata?

—El principal sentido que tiene contar el pasado es poder actualizar las problemáticas y resignificarlas. Año a año esto fue cambiando: primero fue tratar de que nos escucharan, luego de que nos creyeran, luego fueron los años de impunidad y, a partir del 2003, se abrió una etapa de cambios absolutamente significativos.

—¿En cuál de esas etapas les resultó más complicado contar lo que había pasado?

—Durante todos los años que duró la impunidad era muy difícil poder contarles a los jóvenes lo que habíamos pasado. Inevitablemente, surgía en ellos la pregunta de dónde estaban las personas que habían hecho todo eso, y era muy difícil tener que decirles que estaban al lado de ellos, tomando un café, asumiendo cargos y transitando libremente por las calles. Yo decía que nada bueno podía surgir de un país con esa base tan endeble, de falta de justicia.

—¿Cómo incidió el impulso a los juicios contra los represores?

—El tema de los juicios fue fundamental porque nos permitió volver al relato de la política, que había sido el inicio de nuestro tema. Yo no empecé siendo militante de derechos humanos; empecé siendo una militante política, pero durante muchos años eso no lo pude poner en primer plano porque antes había muchas otras barreras que sortear, como la resistencia que encontraba incluso a escuchar lo que había pasado.

—¿Y en los años de impunidad ?

—Durante todos esos años, cuando yo decía que en mi adolescencia militaba en una agrupación, la principal pregunta que me hacían los chicos era qué quería decir “militar”. Y me costaba muchísimo poder explicarlo porque no tenía ningún indicador, ningún anclaje con la realidad. Entonces, optaba por hacer referencia a los movimientos ecologistas o a algunas cuestiones reivindicativas coyunturales que podían existir en alguna escuela, pero no más allá de eso.

—¿Encuentra puntos en común entre los jóvenes de hoy y los de aquella época?

—Yo vivo muy emocionada porque me parece que existe una conjunción casi ideal, porque veo el entusiasmo, las utopías, las ganas, veo con un país que permite desplegar todo eso sin temores; es maravilloso.

—¿Siente que fue revalorada la lucha que ustedes, como estudiantes secundarios, llevaban adelante desde la militancia?

—Absolutamente. La verdad que yo estoy doblemente agradecida de este proceso. Por un lado, nunca pensé que iba a poder vivir este país y, por el otro, siempre pensé que nuestra lucha iba a quedar en la historia como una reliquia del pasado. Poder ver hoy las ideas que uno tenía en aquel momento plasmadas concretamente en las políticas de Estado, mitiga muchísimo los dolores y es muy reparador desde lo personal. Y acá lo que se refuerza es que los equivocados no fuimos nosotros sino otros.

—¿Qué sensaciones le genera recordar hoy a sus compañeros de militancia que continúan desaparecidos?

—Cuando pienso en los sufrimientos y las pérdidas que tuvimos, pienso que no fue en vano y que, tal como iban las cosas, aunque uno no lo quería decir, quedaban pocas cosas como para no decir que habían sido en vano. En todos estos tiempos y, sobre todo en estas fechas, la gran tristeza que tengo es que mis compañeros no hayan podido ver esto, porque era esto lo que queríamos.

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