Sociedad

Emile Zola, el naturalismo literario y el positivismo

La lectura de sus obras nos permite una aproximación a la sociedad europea de la última etapa decimonónica.


El naturalismo es algo más que un movimiento estético y literario. Surgido en Francia en la segunda mitad del siglo XIX, pretende ser una concepción del hombre y un método para estudiar su comportamiento.

El positivismo nació en Francia a comienzos del siglo XIX y tuvo como precursores a Henri de Saint Simon y Auguste Comte. Es clara en esta concepción la idea de utilizar como modelo de las ciencias sociales a las ciencias naturales. Al respecto, la estética de Hipólito Taine es un puente entre el positivismo y el naturalismo.

En el devenir histórico social naturalistas y positivistas han coincidido en algo más que planteos teóricos. Por ejemplo, Emile Zola y Emile Durkheim participaron juntos y solidarios en la defensa del oficial Alfred Dreyfus, acusado de alta traición y condenado por prejuicios antijudíos pese a haber quedado demostrada su inocencia.

Durkheim, el más importante exponente del funcionalismo positivista, y Zola, el líder del naturalismo, son contemporáneos. Desarrollaron sus trabajos, sociológico uno, literario el otro, en la Francia del Segundo Imperio, aunque cabe señalar que en Zola era más perceptible la influencia del positivismo de Comte.

Emile Zola, el máximo representante de la corriente llamada naturalismo literario, nació en París en 1840 y murió en la misma capital francesa en1902 en circunstancias extrañas, ya que se le encontró asfixiado en su casa, según algunos por emanaciones de dióxido de carbono de una estufa. Otros afirman que fue asesinado.

Su primer libro fue Teresa Raquín (1867). Luego concibió un ciclo de novelas al que tituló Los Rougon Macquart, un verdadero cuadro de época que retrata las diversas clases sociales, en sus grandezas y miserias, bajo el Segundo Imperio.

Las novelas de Zola dan cuenta de ese clima reinante bajo Napoleón III (1851-1871) y su sórdida cohorte. En Naná (1880) nos hace recorrer primero los salones de la alta burguesía en los que paseará su figura de bella joven obligada a vender su cuerpo para escalar en la estructura social, mientras sus hermanos se degradan en el brutal trabajo de las minas. Luego la propia Naná caerá en el abismo de los más sórdidos burdeles y callejones de París.

La serie de Los Rougon Macquart comprende veinte novelas. La que inicia la zaga es La fortuna de los Rougon (1871) y la cierra en 1893 El doctor Pascal.

Títulos significativos del ciclo son La Ralea, El vientre de París, La conquista de Plassans y La falta del abate Mouret.

En El vientre de París (1873) Zola analiza la dura realidad cotidiana de las clases más pobres. Esta obra es un “prodigioso bodegón donde se encuentra la célebre “Sinfonía de los quesos” (para emplear la denominación usual de tan curiosa página)”. La novela, al decir de Maupassant, “es la apoteosis de los mercados, de las hortalizas, de los pescados, de las carnes. Este libro huele a fresco como las barcas pescadoras que vuelven al puerto; exhala las emanaciones azoadas de las verduras, con su sabor a tierra, con sus aromas densos y campestres. Y de los profundos sótanos del vasto almacén de víveres suben, entre las hojas del libro, los inmundos hedores de las carnes pasadas, los repugnantes tufillos de las aves de corral acumuladas, las hediondez de los quesos, y todas esas exhalaciones se mezclan como en la realidad, y en la lectura se vuelve a experimentar la sensación que causaron al pasar ante ese inmenso edificio atestado de comestibles, verdadero vientre de París”.

En La conquista de Plassans el estilo de Zola es más sobrio, en un severo estudio sobre un pequeño poblado del que se adueña poco a poco un ambicioso clérigo.

Luego, en Su excelencia Eugenio Rougon, el autor realiza una magnifica descripción del bautismo del príncipe imperial. La suya es una mirada descarnada, típica del hombre de espíritu republicano y libertario que era.

En La Taberna (1877) se dedica a analizar el flagelo del alcoholismo en la figura del plomero Copeau y su esposa Gervasia, madre de Naná y Ettiene Lantier, luego protagonista de la novela Germinal, que cuenta las penurias de los obreros de una mina de carbón, una huelga y el trágico final cuando el atentado de un nihilista ruso haga saltar el socavón carbonífero por los aires.

Mientras en el arte en general y ciertas tendencias hacían un culto del decadentismo y parecían no darse por enteradas de las tragedias sociales, Zola empuñó su pluma para la denuncia con ansias de transformación.

La lectura de sus obras permite una aproximación estupenda para comprender la sociedad europea de la última etapa decimonónica.

Zola realiza una doble tarea: en tanto recorre los arrabales de París indagando la realidad social con obsesión por los detalles desarrolla una aguda mirada sobre el entorno en que se mueven los personajes que luego pueblan sus novelas. Pero además se pone al corriente de las teorías filosóficas y científicas de su época. Es por esto que resultan perceptibles en sus escritos ciertas marcas del positivismo filosófico y sociológico.

Previo a la escritura de su serie de Los Rougon Macquart, Zola elabora un árbol genealógico y un plan estricto que plasma a lo largo de diecinueve novelas donde estudia varias generaciones de esta familia. Según el autor las diferencias entre sus miembros, los de la familia “legítima” e “ilegítima”, tienen relación con los rasgos hereditarios, la índole del medio social en el que viven.

En ¿Qué es la literatura? dice Jean Paul Sartre: “El prosista es un hombre que ha elegido cierto modo de acción secundaria que podría ser llamada acción por revelación. Es, pues, perfectamente legítimo formularle una pregunta: ¿Qué aspecto del mundo quiere revelar? ¿Qué cambio quiere producir en el mundo con esa revelación? El escritor comprometido sabe que la palabra es acción, sabe que revelar es cambiar y que no es posible revelar sin proponerse el cambio. Ha abandonado el sueño imposible de hacer una pintura imparcial de la sociedad y la condición humana”.

Los naturalistas como Zola lo sabían y por eso, lejos de la vanidad artística, jugaron su pluma por una sociedad con justicia, sin humillaciones ni explotación.

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