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El regreso de una alegría que amordazó la dictadura

Un recorrido de la mano del artista plástico Julio Rayón por una fiesta que se celebra en todo el mundo.

Río de Janeiro ofrece la imagen turística prototipo de los carnavales. En otros lugares los festejos son menos espectaculares, pero también más auténticos.

Por: Claudio de Moya

Costumbres paganas luego cristianizadas, dios y diablo. Permiso de relajar las normas, y aún burlarse de los poderosos de turno con su consentimiento, para así poder cumplir las leyes y respetar las jerarquías sociales el resto del año. Prohibiciones y permisividades reguladas. Todo esto y mucho más se puede decir de los milenarios y universales carnavales –o de los más pampeanos “corsos”– que este año recuperaron en la Argentina el carácter no laborable que le fuera secuestrado –como tantas otras alegrías– por la última dictadura en 1976. El gobierno nacional, el provincial y el municipal apostaron a reeditar los festejos y la participación popular. Entre hoy y mañana se verá con qué resultados (para el negocio turístico ya se sabe que todo feriado largo es comparsa y papel picado). Julio Rayón, artista plástico nacido en Córdoba y residente en Rosario, rescata el origen del rito, su relación con las máscaras, los disfraces, y cómo éstos también estuvieron censurados o regulados contrariando el carácter permisivo de la fiesta que preside el democrático rey Momo.

“Es una vieja tradición que tiene miles de años, esto es pre-románico. Con las fiestas saturnales que después, con el advenimiento del cristianismo, tomaron otro cariz. Pero en diferentes culturas se ha cristalizado su esencia como una especie de hiato, unos días de licencia donde todo era y es posible, donde las normas son dejadas de lado y se admite un cierto desenfreno en las actitudes humanas. Era como una vía de escape”, resume Rayón. Y abunda: “Pensemos que todo el año estamos dentro de las normas, menos en este espacio del carnaval. Las normas pertenecen a un espacio de santidad y el diablo se hace cargo en el momento en que esa santidad se esconde. Por eso se «desentierra» el carnaval para que aparezca el espacio donde todo es posible, y luego se lo vuelve a enterrar. O sea, se vuelve a la norma, cuyo respeto es parte de la convivencia social”.

Porque, dice el artista que en 1971 se mudó a Rosario y sufrió largos catorce meses de cárcel en la época de la dictadura, “este ritual de entierro y desentierro es un reaseguro de que el próximo año se pueda repetir. Todos los rituales son repetitivos, para garantizar que vuelvan a suceder”.

Sobre lo que es el carnaval por estos pagos, recuerda que “llega a América de manos de los españoles y portugueses, por vía de los conquistadores. No existía una fiesta como tal en América, aunque sí otras similares. Lo que pasa es que los españoles le dan ciertas características especiales y cada uno de los grupos originarios que entran en contacto con ellos incorpora las suyas. En casi toda América el carnaval está ligado a la diablada: personas que se visten de diablo, lo que está en lo opuesto a lo que se considera santo. Y es que el diablo aparece en Europa, descripto como lo conocemos hoy, recién en el Medioevo. O sea que tiene unos 500 o 600 años con estas características”.

Rayón refiere que “el término carnaval tiene al menos dos raíces sobre las que los historiadores todavía no se ponen de acuerdo: según una interpretación proviene de carro naval, una especia de carroza de las saturnales griegas. Y otra dice que es carne-vale, relacionada a la cuaresma cristiana”.

De hecho, es una fiesta que se celebra en febrero, que comienza tres días antes de la cuaresma cristiana. La palabra, según una de las interpretaciones, viene del latín y está compuesta por los términos “carne” y “vale”, que es “adiós” o al menos un “saludo”. Se refiere a la despedida de la carne por los ayunos y abstinencias obligatorios que los creyentes deberían observar los siguientes 40 días. Es decir, es una celebración para satisfacer las necesidades de la carne (el cuerpo), y así poder quitarlas de la mente para dedicarse luego al “espíritu”.

Según la otra etimología, el origen de la palabra carnaval debe buscarse en la antigua Roma, donde la celebración por la llegada de la primavera (boreal) coincidía con el arribo del dios de la vegetación, deidad que estaba asociada a los periodos agrícolas y a la sexualidad. A esta festividad se le conocía como “carrus navalis”, el término que Rayón también vincula también con la suerte de carroza que encabezaban los desfiles. Disfraces, máscaras, cambios de roles

“Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha”, escribió y canta el catalán Joan Manuel Serrat. Y es que el carnaval también es un “permiso” para, claro que sólo por un rato, borrar las diferencias sociales.

“Este hiato social, apuntaba y aún lo hace, de alguna manera, a que una persona ocupe un rol diferente al habitual. Si ves las escuelas de samba en Brasil, los que abren los desfiles son los portaestandartes. Son dos personas, generalmente de descendencia africana, vestidos a la manera lusitana, o sea a la de los amos portugueses. Y hacen grandes gesticulaciones, con enormes pasos, un poco tomándole el pelo o mofándose de lo que eran en otros tiempos sus patrones. Éstos permitían que en esas fechas pudieran burlarse de ellos. Pero para que lo hicieran dentro de un contexto y no durante todo el año”, ejemplifica Rayón.

Acá, entonces, entran a jugar los disfraces, Y en especial las máscaras. “Es un elemento plástico importantísimo en todas las culturas. Está ligado a la personalidad. Persona es una palabra que viene de Medio Oriente y que en su origen quiere decir máscara. En realidad, cuando uno toma una personalidad adquiere una máscara: no es lo mismo cuando habla en público, cuando lo hace con su pareja o en otras circunstancias. En realidad, uno adopta distintas máscaras casi permanentemente”.

Rayón reflexiona de lo que hace: esculturas de máscaras. “La máscara estuvo incorporada a los carnavales desde el comienzo. En varios momentos estuvo prohibida. Los gobiernos las censuran o exigen permisos para poder utilizar ciertos disfraces. En la Argentina, por ejemplo, durante el primer y segundo gobierno de Juan Domingo Perón había que pedir permiso para disfrazarse. Por supuesto que esto provenía de un control social que existía en todo el mundo, que era consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Uno no podía disfrazarse, por ejemplo, de integrante de una fuerza de seguridad o de sacerdote. Se argüía que detrás de esa máscara podía esconderse una persona con intenciones de hacer daño a otra. Cosa que por otra parte solía ocurrir, como retrata la película brasileña Orfeo Negro”.

“En el carnaval es también donde se dicen cosas inapropiadas amparados en el disfraz” agrega Rayón y menciona el tango “Mascarita” (con letra de Carlos Bahr, uno de los tantos que reflejan la celebración, como “Pobre mascarita”, cuyo texto es de Salvador Granato, o “Te conozco mascarita”, que escribió Rubén Machado). “Venía un disfrazado, se paraba al lado tuyo, vos estabas con tu novia y te hablaba de tu amante. Y uno no sabía quién era el de la infidencia”, se ríe el artista.

Carnaval y corso

“Según la parte de la Argentina, tenemos distintas características. En casi todo el norte se habla del carnaval, y en gran parte de la región pampeana se habla del corso. Este término es de origen italiano, viene de «cursus», que quiere decir carrera. Cuando se iba al corso se iba a la calle de las carreras. Y venía la gente a caballo, desenfrenadamente, a tirar agua, generalmente en huevos vaciados, los hombres a las mujeres, y éstas a los hombres generalmente desde las terrazas” reseña Rayón. En rigor, el “corso” suele utilizarse para referir específicamente a los desfiles, y no a toda la celebración.

De Sarmiento a Rosas

Enemistados políticamente, algunas personalidades políticas que marcaron la historia del país coincidían sin embargo en la atracción que ejercía sobre ellos el carnaval. Rayón señala al respecto: “Uno de los que más demostraciones hacía de su destreza en el manejo de caballos en los corsos, y se hacía traer los mejores a Buenos Aires, fue Juan Manuel de Rosas. Y Domingo Faustino Sarmiento fue quien introdujo el carnaval en los salones de la alta sociedad porteña. En su caso, para darle un carácter más europeo”. También un ejemplo de la “suspensión” de las diferencias en la que insiste el artista, quien en los tempranos años 70 y desde Cosquín integró la Agrupación Independiente para la Búsqueda de una Expresión Americana junto al actual secretario de Cultura de la Municipalidad, Pichi de Benedictis, y artistas populares como los uruguayos Olimareños, el salteño Cuchi Leguizamón o los Trovadores, entre tantos otros.

Válvula de escape, y feriado recuperado mediante, habrá que ver si estos carnavales pueden trascender, con una alegría “liberadora”, la impronta de control social a la que hace referencia Rayón y refleja en su “Fiesta” el Nano Serrat: “Con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal, y el avaro a sus divisas”.

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