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Ciencia y Tecnología

El regreso de las plagas al país

La historiadora Adriana Álvarez, autora de un libro de investigación sobre el paludismo en Argentina, analiza las políticas sanitarias desde principios del siglo pasado hasta estos días y la problemática actual con el dengue.


Adriana Álvarez, doctora en Historia, ha tomado como tema de investigación el análisis del paludismo en Argentina. Su libro Entre muerte y mosquitos. El regreso de las plagas en la Argentina, que Editorial Biblios dio a conocer en 2010, coloca al lector frente a un recorrido cronológico que abarca el período que se extiende desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Se ocupa de abordar los factores causantes de la enfermedad, pero, sobre todo, las políticas que se implementaron para combatirla y sus resultados, así como los cambios y continuidades que caracterizaron cada etapa.

Álvarez vincula el paludismo con los orígenes y desarrollo de la sanidad rural en la Argentina y lleva su reflexión hacia el presente con el “regreso” de los mosquitos y el brote de dengue y otras enfermedades que no sólo afectan al país, sino a gran parte del subcontinente desde las últimas décadas el siglo XIX hasta estos días.

“La problemática del dengue no es nueva en el país”, afirma la historiadora, y agrega: “En principio, podríamos decir que las primeras preocupaciones surgieron en torno de una enfermedad que es prima del dengue porque la trasmite un mosquito parecido al Aedes aegypti y que es el anófeles y que transmite la malaria, comúnmente conocida como paludismo, que afectó sobre todo al norte argentino”.

Álvarez sostiene que fue la preocupación de las autoridades sanitarias a lo largo del siglo XX hasta promediar la centuria por los años 50, época en que fue controlada esta enfermedad que afectaba a las poblaciones de trabajadores del norte argentino; primero a las que estaban dedicadas a la explotación de la caña de azúcar, y luego a los que trabajaban en el cultivo y la cosecha de algodón. Se trataba de la llamada “migración golondrina”.

La historiadora recuerda: “Entre 1905 y 1911 ya se comenzaba a hablar de otra fiebre similar a la malaria: el dengue. Mi hipótesis es que, cuando se comienza a combatir la malaria, los métodos empleados sirvieron para circunscribir al dengue y controlarlo, ya que los mismos se mostraron eficaces para ambas enfermedades”.

En el mundo el paludismo era una enfermedad muy difundida. Del dengue se comienza a hablar en 1907. “Es más tardío. Para ese entonces ya había un entrenamiento científico y práctico acerca de cómo combatir aquellas enfermedades transmitidas por mosquitos y que hoy sigue siendo igual: combatir la larva”, señala.

Sobre las políticas públicas de salud, define: “Hay dos etapas”. Y amplía: “En las décadas del 20 y del 30 hay una política de sistematización para combatir las larvas acompañado de un estudio acerca del comportamiento que tenían los mosquitos, como también de los períodos de incubación, el de difusión de la enfermedad. En los meses previos al verano se localizaba a los mosquitos, sobre todo las larvas, y se las combatía. En esa época, incluso, se recibió la ayuda de la Fundación Rockefeller que trajo un método natural: unos peces pequeños que se comían las larvas. Por esos años y con sanitaristas capacitados se hizo un mapeo muy preciso sobre cuáles eran los focos de mayor presencia de estas larvas y durante el invierno se las combatía. El gran cambio que se produce en la década del 40, que coincide con la llegada del peronismo al gobierno, es el descubrimiento del DDT. La aparición de este insecticida marcó una bisagra en esta historia; e, incluso, llenó de entusiasmo a muchos expertos y aunque con su aparición la cifra de infectados cayó estrepitosamente, se creyó erróneamente que se estaba frente a la erradicación de la enfermedad. A partir de los 40 el eje se pone no ya en la enfermedad, sino en la población de mosquitos, usando el DDT para erradicarlos”.

—Lo que queda claro en su investigación, doctora, es el vínculo que existía entre este tipo de enfermedades y lo social…

—Totalmente. En los años 40 con el ministro de Salud, el doctor Ramón Carrillo, se logra movilizar al Estado hacia el interior de lo que se llamaba la Argentina profunda. La presencia del Estado llegó a los lugares más recónditos, ignorados hasta entonces, con un alto índice de pobreza y condiciones de vida y de viviendas insalubres: ranchos con techos de paja y pisos de tierra, lugares propicios no sólo para el mosquito sino para las vinchucas; de allí el trabajo de Salvador Mazza para hacer frente a la enfermedad de Chagas, para lo cual las campañas de fumigación a gran escala se reiteraban en las provincias del norte del país, y así se intentaba controlar diversas enfermedades, entre ellas, el dengue; pero también, la malaria. Ahora, lo que debe quedarnos claro es que ninguna de estas enfermedades transmitidas por mosquitos son enfermedades de la pobreza. Obviamente que los pobres son los más vulnerables, por muchísimas razones, pero básicamente por su pobre alimentación que ofrece menos barreras de contención de las enfermedades.

—¿Y las condiciones ambientales en las que viven?

—También. Pero cuando la enfermedad se desata y lo hace de manera epidémica, como en estos casos, no hay barreras sociales ni económicas. Esto pasa con muchas enfermedades, como pasó con la gripe A. Cuando hay una enfermedad que se desata y se convierte en epidémica no reconoce barreras sociales. No es un problema de la pobreza sino que es un problema de la sociedad y hay que encarar el problema teniendo esto en cuenta; ya que nos sirve, primero, para no estigmatizar pero, sobre todo, para no equivocarse. Si la larva es peridomiciliaria no se detiene y avanza hasta donde las condiciones le sean propicias.

—Usted menciona el avance de la epidemiología como un modo de entender primero y actuar después para circunscribir a la enfermedad hasta erradicarla…

—Una de las pérdidas que trajo el DDT y la lógica de la fumigación fue la desaparición de los recursos humanos formados en Italia que abordaban la enfermedad como una cuestión global. Gracias a su presencia se había logrado el estudio y el control permanente de estas enfermedades, no sólo en determinadas épocas; además se ha formado un entramado sanitario destinado exclusivamente al tratamiento de estas enfermedades. Concretamente los hospitales antipalúdicos del norte, en los que se atendía los enfermos de dengue también. Se los llamaba antipalúdicos porque era la enfermedad relevante en la época. Todo esto, con la aparición del DDT en los años 40, dio esa sensación de triunfo al caer los índices de infectados por la fumigación. Todo se perdió: la infraestructura y los recursos humanos tan bien formados. Prevaleció la cultura de la fumigación como un modo efectivo de controlar la enfermedad y dejaron de lado hasta la concientización social para hacer frente a la enfermedad. En la época del (primer) gobierno de Perón se crearon y modificaron instrumentos legales referidos a la enfermedad palúdica y se creó el Ministerio de Salud Pública de la Nación. En ese gobierno el paludismo hizo que se creara la División de Enfermedades Tropicales y se incluye al dengue entre ellas, con lo que estas enfermedades adquieren un rango que permite contar con más instrumentos para su erradicación.

—Durante un tiempo se creyó que estas enfermedades ya habían quedado superadas y, sin embargo, ahora reaparecen y con cierta virulencia. ¿Por qué vuelven? ¿Cuál es la falla?

—Este interrogante es complejo de responder, ya que cada enfermedad tiene su propia particularidad. En principio podría decirle que hay diferentes motivos en el tema de enfermedades transmitidas por mosquitos, lo que influye es la interrupción del control de la enfermedad y su seguimiento; pero, sobre todo, el seguimiento y control de los vectores y el contralor sobre las condiciones que favorecen la reproducción de los mosquitos.

La doctora Álvarez sostiene que el mosquito de estas regiones tiene un comportamiento diferente al de otras partes del mundo. Durante muchos años, Argentina y los países vecinos siguieron la escuela europea. La cuestión cambió cuando se pudo dar un giro hacia la escuela tropicalista de Brasil. Esta visión, sostiene Álvarez, pone el acento en que para frenar el impacto de la infección lo que debe primar es la localización de las larvas y su destrucción, con lo cual se circunscribe la enfermedad; pero esta actividad requiere de la coordinación de políticas públicas que incluyan a los países limítrofes, donde también esté presente la enfermedad. Y de políticas de comunicación claras que lleguen a toda la población.

En el siglo XXI reaparecen enfermedades propias del siglo XIX. Es la paradoja de los desarrollos y los progresos. Esta realidad obliga a repensar políticas públicas de salud y de comunicación para que la población pueda acompañar en la erradicación de las mismas cambiando hábitos y participando como ciudadanos responsables.

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