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El psicoanalista de la cristiandad

Por: José Alejandro Silberstein

San Agustín enfrentó e indagó las vicisitudes de la naturaleza humana.
San Agustín enfrentó e indagó las vicisitudes de la naturaleza humana.

Antes que nada pido disculpas a los lectores por mi ausencia la semana pasada, pero un estado gripal me impidió escribir la colaboración. Ahora bien, en el Vía Crucis padecido por el movimiento psicoanalítico, la historia de Freud luchando en soledad contra sus demonios internos ha sido contada en sus múltiples biografías y en los libros escritos sobre la historia del psicoanálisis.

Esta experiencia es conocida como el auto análisis, donde Freud se atrevió a adentrarse en su mundo interno para llegar a descubrir la dinámica conflictiva y universal del Complejo de Edipo.

El lector interesado puede recurrir a la lectura de la experiencia en los diversos escritos donde se explica la experiencia vivida por el padre del psicoanálisis.

No obstante, varios siglos atrás, hubo otro peregrino de la subjetividad que también realizó una experiencia similar. San Agustín (354-430) enfrentó e indagó las vicisitudes de la naturaleza humana, desde el sexo, las pérdidas y el mal. Fue una personalidad compleja y gran parte de su vida fluctuó entre el ferviente deseo de encontrar a Dios y el cuestionamiento constante que lo obligaba a profundizar su propia fe. Esto hizo que su conversión fuera un devenir constante, una lucha que nunca terminó de resolver. Quizás sea esta situación la que lo diferencia del resto de los Padres de la Iglesia.

 “He llegado a ser un problema para mí mismo”. De esa manera en Confesiones interrogaba a la condición humana. (“un hombre”) y a Dios (¿Qué soy Dios mío? ¿Qué es mi naturaleza?). En esa experiencia filosófica-psicológica abrió una autoconciencia de la personalidad versus la alteridad de la realidad. Comprendiendo que el yo poseía una “vida interior” distinta de la razón, capaz de resolver una cuestión que la filosofía no planteaba ni solucionaba se convirtió en el peregrino de la subjetividad. Aún hoy estas preguntas han trascendido los desarrollos científicos y tecnológicos, porque lo conducía a funcionar en primera persona, adentrándose en el mundo interno, ofreciendo un encuentro con lo humano que hacía inteligible una trama del tiempo, por la sencilla razón de que estaba en un estado de búsqueda permanente, de un objeto que no tenía una existencia material y que se hacía presente una vez que había sido elegido.

San Agustín sabía lo fácil que era la elección del objeto falso, quedando ciego ante la Verdad. Ésa era en esencia su lucha: poder conquistar la ignorancia. Agustín temía no ser consciente de la naturaleza de su ser. Por eso aun sabiendo, sentía que no estaba preparado. Quizás podríamos llamar ‘castidad’ al objeto. Tenía que ser alcanzado. Así pues, se la pedía a Dios, pero también que le diera tiempo.

Las Confesiones es un libro donde San Agustín reflexiona sobre el mal al que define como “privatio bono” (ausencia de bien), donde la palabra “privación” es entendida como un proceso activo, el deseo consciente de la depleción de bondad. Así pues, es equivalente a la envidia, esa cualidad especial de maldad, el deseo de la destrucción de la bondad porque la mera existencia fuera de la persona se torna insoportable. En la inmortal obra El Paraíso Perdido, Milton pone en la boca de Lucifer las palabras que permiten entender la formulación agustiniana: ¡“Mal, sé tu mi bien”! El hacer del mal un bien hacía que el hombre se alejara de Dios.

San Agustín entendía que la Humanidad es intrínsicamente violenta. La destructividad es innata al ser humano. Nacemos llenos de odio, a merced de lo que siglos después Freud y sus seguidores (en particular Melanie Klein) denominaron el instinto de muerte (una fuerza malevolente, mortífera y dañina que encuentra su expresión en la envidia). Es así como en el Pecado Original convergen dos vértices, el religioso

y el psicológico. Y el sacramento del bautismo adquiere una dimensión más profunda que la mera formalidad de un ritual a ser administrado. El Pecado Original alude a la irresponsabilidad del hombre que surge de la transgresión cometida por Adán, quien en lugar de hacerse cargo de la acción cometida culpa a su compañera, que a su vez responsabiliza a la Serpiente. Éste es el momento de La Caída, donde la disociación tiene un objetivo: la posibilidad de poseer toda la bondad proyectando el aspecto malo en el otro.

Cuando leemos a un autor debemos tener siempre presente el contexto en el que estaba inmerso. En el caso de San Agustín, le dio un significado al sufrimiento y a la maldad humana en un momento donde las plagas y las guerras asolaban Europa. Es cierto: aun así sugiero que el pensamiento agustiniano trascendía la situación histórica. De hecho, esta lectura dio lugar a dos corrientes filosóficas que a través de los siglos siguen estando presentes. Por un lado, la postura de Jacques Rousseau, que pensaba que el hombre había nacido bueno (el buen salvaje) para luego ser corrompido por la civilización; por el otro, la postura de Hobbes, para quien el odio y la crueldad están presentes desde el comienzo de la vida con un potencial asesino e incestuoso al que debe renunciar cuando ingresa en la cultura.

Nunca dejaré de insistir que el pensamiento de San Agustín es más profundo de lo que aparenta y debería ser tomado con seriedad en el plano teológico, filosófico y también psicológico.

Fue un filósofo conocedor de Platón, pero además un hombre valiente, que tuvo el coraje de ahondar en las profundidades de su mundo interno. Es por eso que mis limitados conocimientos me han hecho pensar que después de él, sólo Freud en su “esplendido aislamiento” fue capaz de realizar una tarea similar.

Es muy poco probable que nosotros podamos llegar en soledad a una experiencia similar que nos conduzca al “corazón de las tinieblas”. Pero aun así no debemos desalentarnos. Siempre podemos recurrir a algún compañero de ruta para esa travesía. Después de todo nuestro país tiene el mayor número de osados acompañantes dispuestos a darnos una mano. Hasta la próxima. Buenos días, buena suerte.

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