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El petróleo se queda bajo tierra: ganó el Yasuní, ganó la humanidad

En la primera década del siglo, organizaciones no gubernamentales y jóvenes lanzaron una campaña para impedir que una región ecuatoriana, en la que se asienta el Parque Nacional Yasuní, se convirtiera en un campo de explotación hidrocarburífera. Vía plebiscito, casi 20 años después lo lograron


Pablo Solón *

“¿Dejar el petróleo bajo tierra? ¿Renunciar a más de mil millones de dólares anuales? ¿Poner la naturaleza por encima de la economía? ¿Qué locura es esta?”

Es la lógica de la naturaleza que ganó de manera contundente a la lógica de los extractivismos en la consulta popular del Ecuador.

La primera vez que escuché hablar de la propuesta del Yasuní fue en 2006. Debo decir que fue una iniciativa osada para su tiempo, que planteaba renunciar a explotar el petróleo de esta zona megadiversa de la Amazonía a cambio de una compensación económica por parte de las principales economías del mundo.

El reconocimiento de los derechos de la naturaleza en la Constitución del Ecuador de 2008 le dio un nuevo empuje a la propuesta del Yasuní, pero al mismo tiempo colocó el dedo en la llaga de la contradicción que por fin habría de resolverse quince anos después, este 20 de agosto.

Como embajador de Bolivia ante las Naciones Unidas y jefe negociador de cambio climático, entre 2009 y 2011, apoyé en reiteradas oportunidades la exigencia de que los países industrializados pagaran su deuda climática por haber sido los principales contaminadores con gases de efecto invernadero. Lo que pedía Ecuador, en relación al Yasuní, era muy poco frente a la responsabilidad histórica de estos países, pero igual se negaron a hacerlo.

La propuesta del Yasuní contribuyó a desenmascarar la hipocresía de los países desarrollados, que en las negociaciones climáticas hablaban de salir de los combustibles fósiles pero que en realidad no querían apoyar efectivamente una propuesta para dejar el petróleo bajo el Yasuní. El argumento que escuché en los pasillos de los negociadores del norte, porque jamás hablaban de manera sincera en las sesiones oficiales, me llevó a concluir que esas negociaciones climáticas iban al fracaso: “No es la cantidad de dinero que piden –decían– ¡Es el precedente que se creará si aceptamos la propuesta del Yasuní! Si pagamos por el petróleo sin explotar del Ecuador, imagínate lo que nos pedirán otros por no extraer su petróleo”. A lo que respondía con una amable sonrisa: “Sería magnifico, así por fin pagarían su deuda histórica con los países en desarrollo y frenaríamos el cambio climático”. Fin de la discusión.

La propuesta del Yasuní se fue distorsionando en las negociaciones climáticas por el propio gobierno ecuatoriano de Rafael Correa. El pedido de dejar el petróleo sin explotar en el Yasuní cada vez más se fue volviendo una propuesta mercantilista. El gobierno del Ecuador empezó a proponer mercados de carbono para dejar el petróleo bajo el Yasuní.

Entonces me empecé a distanciar de la propuesta del gobierno de Ecuador. A titulo de lograr una compensación económica no se puede promover la mercantilización de la naturaleza. Una cosa es que paguen una deuda ecológica y otra cosa muy distinta es promover reglas de mercado para los servicios de la naturaleza, olvidándose de que esa lógica de mercado nos llevó a esta crisis climática.

“Pero lo más importante es que el gobierno del Ecuador reciba dinero por dejar el petróleo bajo el Yasuní”, decían los negociadores ecuatorianos. A lo que respondía: “Si el Ecuador reconoce los derechos de la Naturaleza, no puede poner precio a los derechos de la Naturaleza. Imagínate que alguien diga que respetará sólo el derecho humano a la vida de un ser humano si le dan una compensación económica. Uno no puede condicionar el cumplimiento de los derechos humanos y los derechos de la naturaleza a una retribución económica”. En estas conversaciones quedó claro que el gobierno de Correa condicionaba la protección de la naturaleza a los réditos monetarios que podía recibir.

¡Y así fue! En 2013, el gobierno de Correa anunció que como no había suficientes ofertas de recursos económicos para el Yasuní, explotaría el petróleo de esta región única del planeta.

Lo que pasó de ahí en adelante es una historia épica. Un conjunto de jóvenes, colectivos y organizaciones no gubernamentales, a las que Correa había perseguido, se lanzaron a las calles a juntar firmas para un referéndum que pregunte a la población si quería dejar sin explotar el petróleo del Yasuní. Consiguieron por demás las firmas requeridas, pero desde el poder les hicieron trampa, les dijeron que habían falsificado firmas y les escamotearon el derecho a la consulta. Pasaron una década en los tribunales, muchos de esos jóvenes se hicieron adultos, a los mayores les salieron canas, hasta que por fin la Justicia reconoció que habían cumplido con todos los requisitos para hacer la consulta nacional sobre el Yasuní.

El 9 de mayo de 2023 la Corte Constitucional de Ecuador emitió el dictamen 6-22-CP/23, que señala que en caso de ganar el pronunciamiento afirmativo a la pregunta de “¿Está de acuerdo en que el gobierno ecuatoriano mantenga las reservas de petróleo del ITT, conocido como Bloque 43, en el subsuelo de forma indefinida?”, se procederá a “un retiro progresivo y ordenado de toda actividad relacionada a la extracción de petróleo en un plazo no mayor a un año”.

Fue así como llegamos al 20 de agosto de 2023, y ganó el Sí al Yasuní. Alrededor del 59% de los ecuatorianos dijeron: Sí a la vida. A pesar de la crisis económica, de la inseguridad, de la violencia, del miedo y la muerte… más de 5 millones de ecuatorianos votaron por dejar el petróleo bajo el subsuelo en el Yasuní.

Este es el resurgimiento de la propuesta del Yasuní de 2006, pero con una esencia diferente que esta libre de la condicionante económica que tenía en sus orígenes. El pueblo ecuatoriano dijo Sí a dejar el petróleo bajo tierra en el Yasuní porque hay que dejarlo bajo tierra, porque daña la naturaleza, porque destruye la vida, y punto. La pregunta no utiliza a la naturaleza como una carta de negociación para conseguir una retribución económica. Este es el más grande tributo que se le puede hacer a los derechos de la Naturaleza.

La consulta nacional del Yasuní marcará un antes y después en la defensa de la Amazonía y la lucha contra el cambio climático. La Cumbre de Presidentes de la Amazonía, que se realizó el pasado 8 de agosto en Belem du Pará, Brasil, fue claramente advertida al respecto.

El Sí al Yasuní tiene muchas dimensiones. Es la lógica de la naturaleza que se impone frente a la lógica de los extractivismos, es una interpelación radical a nuestro antropocentrismo, es un llamado a una ecosociedad, es un ejemplo de ética y perseverancia, es un emplazamiento a pasar de los discursos a la acción…, pero, sobre todo, el Sí al Yasuní es una brisa de esperanza para toda la humanidad porque nos muestra que podemos recuperar nuestra humanidad.

 

(*) Fundación Solón (https://fundacionsolon.org)

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