Ciudad

Contra viento y marea

El luthier de las bicicletas

Alejo Vicente construye bicicletas en sus ratos libres. Fanático del vehículo, lo suyo no son los caños y la soldadora, sino que las arma con placas de madera y unas pocas piezas industriales. El artesano toma carrera para salir al mercado pronto.


Alejo “Mono” Vicente está ansioso. Al doblar la esquina pondrá a prueba su bicicleta sobre la calle de empedrado. Mira el cuadro de su bici, una curvatura que une el manubrio con el asiento y termina en la rueda trasera. El bautismo de fuego merece aplausos pero sólo él sabe por qué: la bici está hecha de madera. La hizo él. Sólo las ruedas y algunas partes pequeñas son de fábrica. El resto es artesanal. Vicente no sabía si iba a absorber los golpes y la prueba salió bien. De hecho, reconoce a El Ciudadano que la ingeniería del arco hace el deslizamiento más suave que cualquiera de sus anteriores bicis. Y son varias, “como 30”, dice, desde aquella Gracielita roja que aprendió a usar con rueditas.

El Mono es la tercera generación de carpinteros del barrio La República, entre el tradicional Echesortu y Azcuénaga en la zona oeste de la ciudad. De su padre, Osvaldo, aprendió carpintería en el taller que construyó su abuelo Antonio: La Venia, en Carriego y la cortada Marcos Paz. El lugar tiene 70 años y un historial que es ejemplo de oficio: primero salieron cajones para verduras, más tarde puertas o ventanas finas, y ahora, bicicletas de madera. En los ratos libres de cortar y lijar aberturas, el Mono armó dos distintas y termina por estas horas dos más, un modelo infantil y otro para  adultos. Aún sin nombres ni plan de negocios, las bicis, cual troyanos, serán colocadas en un mercado en el que cada vez más se multiplican los conceptos “de diseño” o “boutique”, y lo industrial es parodiado.

Tejido

Hace dos años el Mono vio un documental de las Axalco, unas bicicletas de madera que se fabrican a escala industrial en País Vasco. Y no pudo esperar a saber soldar metal para hacer la suya, como una vez se prometió de pibe.

Siempre le gustaron las bicis. Buscó en internet manuales y tutoriales. Sólo encontró cómo soltar a rodar el sueño alimenticio de un koala: las biciceltas de caña de bambú.

Miró varios diseños y pensó en la estructura. Se convenció de que podía hacer una propia, con secciones de madera que pasaran por una sierra circular. El secreto para hacerlas resistentes fue hacer un entramado de placas y no dar forma a un trozo macizo de madera: largo, corto, largo y hasta tres variedades de madera: guatambú, cedro y viraró. Fortificado por cola con clavos y tornillos de acero, el cuadro, alma de la bici, estaba listo. Para moldear el terminado el Mono empuñó su espada, una escofina de 40 centímetros. Le siguieron las conexiones con las piezas industriales: pedales, cadena, asiento y ruedas. Llegaron los detalles: hasta un guardabarros de madera. El Mono aprendió cómo hacer curvas las placas al fabricar arcos con los que jugó a ser Guillermo Tell.

Mantenimiento

Cuando la bici estuvo en pie el carpintero le aplicó laca para pisos para que se banque rayones y evite la penetración de agua. La primera le llevó cinco meses sólo en sus ratos libres. Calcula que, si sale el negocio, podría tenerla lista en uno. La próxima bici va a pintarla con poliuretano como el que recubre los barcos. “La uso como una bici. Con calor y lluvia. Y no le pasa nada. La madera, si se la trata bien, aguanta todo clima. Los barcos están hechos de madera. ¿Y el agua y el sol? Si se labura bien, se mantienen”, explica el carpintero cuando recibe a El Ciudadano en el taller La Venia, a dos cuadras de la tradicional fábrica de bicicletas Rodas.

A sus dos bicis de madera las mantiene como a cualquiera de sus anteriores rodados.

De vez en cuando les pega un lustre con el Blem, con el que las cuida del polvillo y aserrín que vuelan en la carpintería. Allí conviven maderas de todo tipo: las que hasta hace poco eran parte de la selva paranaense (entre Brasil y Argentina) y pasarán a ser la entrada de una casa; y las que son retazos de viejos laburos. Hay muchos pedazos de cedro y viraró. Son dos clásicos de la carpintería por su resistencia. Junto al guatambú, madera más blanca que por su flexibilidad es usada por fabricantes de tablas de skate, resultaron en el entramado de su primera bici de madera. La segunda es íntegramente de laurel, más verdosa y con una veta más visible. En ella, el valor estético le ganó al material por poco. Sigue siendo una madera dura.

Futuro

Con paso por el Instituto Politécnico Superior y la escuela de Artes Visuales del complejo educacional de la biblioteca Vigil, el Mono imagina su próxima bici. Primero debe atraer al comprador por el diseño. El remate es el material: la madera. Aún cuando habla de los modelos para adultos y para niños, que tendrán menos curvas que las anteriores, ése es su norte: práctica y bonita. Una vez terminada la matriz, empezará la producción, plan de negocios y demás detalles. Mientras tanto El Mono sigue trabajando en las aberturas que hace con su padre, Osvaldo. “Preguntale cuándo va a construir un aire acondicionado de madera”, despide a El Ciudadano el carpintero en una mañana de calor y laburo.

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