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El hombre y el mal (Parte II)

Por: Carlos Duclos

Si el mal hace de las suyas en el mundo, ¿por qué no he de poder yo seguir transgrediendo los cánones periodísticos, usar la primera persona y entregar una columna por etapas aclarando en el título que esta es la segunda parte? Cosa rara en la vida del hombre, a los sesenta años el molde, el acartonamiento y el tinte conservador del protocolo me fastidian. Pero en fin, sigamos con el tema propuesto ayer, sobre el mal que se enquistó en buena parte de la humanidad y que parece regir el destino del hombre. Pregunto (y se preguntan muchos): ¿Cómo se llegó a este estado de cosas? No dudo en volver a insistir sobre una cuestión que me parece relevante: se cierne sobre el mundo una energía maligna representada por personas a su servicio que tratan de sojuzgar al polo opuesto, esto es el bien, y a toda aquella criatura que intente pertenecer a él. Es innegable, desde mi punto de vista, que no pocos pertenecientes a eso que se conoce como “el hombre común” es cooptado, arrebatado de diversas formas por el orden maléfico (sistema) de modo que ese ser común, ese ciudadano, queda reducido a agente o herramienta a su servicio. Podría decirse que ciertas personas de la sociedad común son malignas, también, por acción consciente, pero muchas lo son por ignorancia o inocencia y otros tantos por omisión y ausencia de compromiso con la verdad y lo adecuado (el que advierte el mal y no lo denuncia o rechaza está a su servicio).

Hay un fenómeno hoy que puede calificarse como la “exacerbación de males históricos”. Es decir: pobres hubo siempre, pestes hubo siempre, guerras hubo siempre, pero el hecho es que una guerra hoy supone la desaparición en segundos de pueblos enteros; las pestes se han convertido en pandemias (HIV, cáncer, gripe A, hepatitis, entre otros males, por ejemplo) mientras, paradójicamente, hay un avance científico y tecnológico sin precedentes. El equilibrio ecológico ha sufrido una alteración con consecuencias notorias que las vivimos cotidianamente (Areco y otros desastres en Argentina y en el mundo son el precio que pagan los inocentes por el crimen de unos pocos). Y mientras hay un crecimiento económico en pocas manos, alarma que haya un crecimiento desmedido de la pobreza en cientos de millones de seres. Hay una proliferación del tráfico y consumo de drogas que deteriora la vida en diversos aspectos; hay un desprecio absoluto por la vida misma y un avance de la cultura que relativiza el valor de la existencia sublimada. En suma, que los grandes avances científicos y tecnológicos, en virtud del imperio del mal, no han servido en todo su potencial al bien común y a la satisfacción de los derechos del ser humano.

Un renglón aparte merece el tratamiento de los ataques contra la institución más preciada que siempre tuvo la humanidad: la familia. No son casuales los embates que, desde diversos ángulos y mediante distintos medios, caen sobre la familia. Por otra parte, hay una tendencia del “sistema”, un afán por impedir nuevas formaciones de familias ¿Ha advertido el lector cuantos jóvenes se muestran contrarios a formar un nuevo hogar? Los argumentos que exponen son variados, algunos razonables: ¿cómo se puede formar una nueva familia sin capacidad para sustentarla? ¿Traer hijos al mundo para que sufran? Este es el efecto, el claro resultado del trabajo del mal y de sus servidores hoy. La conclusión mañana.

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