El Hincha

Otra batalla campal en la Liga Rosarina

Por: Gabriel Pennise. El clásico de Ludueña terminó en una batalla campal, una locura más de un deporte que ya perdió hasta su sentido lúdico. Clásico de violencia, por Franco Scala El empate fue lo más justo

Domingo por la tarde en Rosario, definición del torneo Clausura por un lado, arriba y abajo. La tele era una buena compañía, también estaba la fiesta de Zanetti y la Fiera Rodríguez en Newell’s. Sin embargo, después de ver el bodrio que proponían el mejor y el peor del torneo Clausura (Vélez y Huracán) en el primer tiempo, decidí enfilar a Ludueña. Popular y querido barrio de la ciudad. A las 15.30 se jugaba el clásico en cancha de Social Lux, con Defensores Unidos puntero y Mercadito segundo.  Acompañado por la familia Scala me encontré disfrutando una jornada llena de color y alegría barrial, globos verdes y blancos, por un lado. Rojos y amarillos por el otro, jamás hubieran sido utilizados para presentar lo que se vendría después. Ellos, son imágenes de la alegría que desde pibes aprendimos a entender.

El partido, hay que vivirlo para entenderlo, por su importancia (acá se juega por el orgullo, no hay un peso por ningún lado) superó el temple de los jóvenes futbolistas (mayoría menores de 25 años). Impreciso, muy disputado pero emocionante. Casi mil hinchas estaban pegados al alambrado mientras los protagonistas se cruzaban en los pasillos sin mediar palabras, ni provocaciones. Y en el campo iban por la pelota con todo lo que tenían, salvo un codazo brutal del pibe Heredia (de Defe), correctamente expulsado, no fue un partido violento.

No tiene sentido repasar el uno a uno del juego, nada más apuntar que fue parejo y el empate de Mercadito llegó en el último minuto de juego. Con eso, Defensores que jugaba con diez, mantenía la punta y no perdía el clásico de visitante, si bien le habían sacado la victoria del bolsillo, daba para festejar. O al menos sentirse satisfecho. Pero fue el momento justo en que el árbitro pitó el final cuando arrancó la sinrazón.

El gordo Chávez, le sobran tantos kilos como talento para jugar, fue derechito a golpear a un defensor verde. La respuesta llegó oportuna, y otro golpe al pasar y se metieron los suplentes, y los allegados. Y de repente cedieron los alambrados, y el barrio entró en guerra. Fueron quince minutos, sí quince minutos cronometrados, de locura total, con chicos lastimados por todas partes, y solo algunos queriendo separar. No había manera de imaginar un final de lucha, hasta que un muchacho de 21 años (de nombre Alejandro López) quedó inmóvil en el piso, por defender una bandera de Mercadito, fue salvajemente golpeado. Por suerte parece que el tema no es tan grave, lo trasladaron al sanatorio Laprida, y el primer parte fue “traumatismo severo de cráneo con pérdida de conocimiento”.

En el medio, chicos de escuela corriendo por todas partes, sus madres juntándolos con desesperación (Social Lux es propiamente un club social en donde la familia tiene su lugar). Claro hasta que la barbarie se apodera de todo, del otro lado José Zanabria, vicepresidente de la Rosarina, y presidente de Defensores Unidos, quien no pareció capaz de contener a los suyos, fueron los primeros en invadir el campo de juego. La policía, seis efectivos, se corrieron y trataron de protegerse entre ellos, “¿qué querés que hagamos?”, repreguntó uno cuando se lo consultó sobre cómo parar el desenfreno. Un espanto, que no terminó en una desgracia en serio por algunos padres y allegados de Mercadito que sí trataron de parar a los suyos.

Así no se puede seguir. El fútbol está muy enfermo y nadie sabe de qué manera curarlo. Una fiesta de barrio, al que solo le faltaba una piñata, terminó con un muchacho internado y el pánico como sensación común. Habrá que elegir seguir viendo la televisión.

Comentarios

10