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El camino de la humillación

Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia, dirigidos por Agustín Alezzo, consiguen una ajustada versión de “Contrapunto”, del dramaturgo inglés Anthony Shaffer, que el fin de semana pasó por el Astengo.

Miguel Passarini / El Ciudadano

Sin estridencias y a través de un juego escénico basado esencialmente en la actuación, en el que los conduce sabiamente de su mano el maestro Agustín Alezzo, Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia consiguen una sostenida y hasta por momentos inquietante versión de Contrapunto, adaptación criolla de Sleuth, del dramaturgo Anthony Shaffer, el hermano gemelo y menos conocido de Peter, el consagrado dramaturgo responsable  de títulos tales como Amadeus y la siempre polémica Equus.

Con climas que fusionan el típico thriller psicológico de más pura cepa inglesa con la impronta más liviana de las novelas de Agatha Christie (aunque con un sabor un poco más amargo), la pieza, que sábado y domingo se presentó en el Auditorio Fundación Astengo a sala llena, tuvo llegada a estas latitudes no por el lado del teatro sino por sus dos versiones cinematográficas, conocidas aquí como Juego macabro. La primera, de 1972, la dirigió Joseph Mankiewicz, nada menos que con Laurence Olivier y Michael Caine; y la última, estrenada aquí en 2008, nuevamente con Caine (ahora cambiando de personaje) y Jude Law, contó con la dirección de Kenneth Branagh y adaptación al cine del dramaturgo Harold Pinter.

Contrapunto narra la historia de un escritor de novelas policiales, Andrew Wike, quien cita en su casa a Milo Tindle, el amante de su joven mujer, a quien le propone un “negocio” para sacarse a ésta de encima en forma definitiva (al menos eso parece en un primer momento), a través de una estrategia que mucho se parece a la trama de una de sus exitosas novelas. Lo que comienza como un juego, sin embargo, va sin remedio camino a la tragedia.

Es así como un eterno Soriano al que los años no le impiden cargarse la maldad y sagacidad de Wike, un hombre que busca venganza (o sosiego, al preguntase, por ejemplo, “qué es exactamente la justicia”) tras ser engañado por su joven mujer, juega el “contrapunto” al que alude el título frente a un Sbaraglia que no sólo ha crecido en edad sino en talento, y consigue una ajustada composición de Tindle, un actor sin suerte dedicado a la peluquería que quiere pelear por el amor de Maggie (la mujer en cuestión) y a quien los desafíos logran ponerlo en acción, más allá de que a primera vista parezca un pusilánime.

Así, los 40 años que separan a uno de otro (Soriano ya tiene 80, pero sigue bailando en escena como lo hacía en el musical Zorba el griego), no son un obstáculo para que ambos actores desplieguen una serie de matices a través de un increscendo que busca sostener la intriga como sustancia, en el contexto de un juego de parlamentos que van mutando desde cierta inocencia en el comienzo rumbo a un doloroso contraste sobre el final, en el que se desnudan las verdaderas intenciones de cada uno de los personajes al mismo tiempo que la miserabilidad se apodera de ambos.

Si bien la versión que se vio en Rosario contó con el mobiliario original y una réplica (lo más cercana posible) de la planta de luces diseñada por el talentoso Chango Monti (el ilustre iluminador del cine nacional, responsable, por ejemplo, de las luces de El secreto de sus ojos), que aporta la dramaticidad y el clima necesarios a un género infrecuente en el teatro, el telón negro del Astengo distanció un poco de la verosimilitud del resto de los elementos escénicos. En el porteño Multiteatro, donde se estrenó la pieza, estos elementos, que responden no casualmente al barroco inglés, estaban sostenidos por una imponente escenografía imitación piedra tanto en el piso como en los muros.

Por otro lado, y aunque es un recurso planteado claramente desde la dirección, la rítmica que sostiene todo el planteo ralenta en algunos pasajes los climas que atraviesan los personajes, a lo que se suma un inevitable entreacto que tiene como objetivo “recuperar” el espacio escénico luego de una serie de pasajes que hasta incluyen efectos especiales, para abordar el sorprendente desenlace (eso sí, si el espectador no había visto antes alguna de las versiones fílmicas).

Pero por encima de todo, la puesta es una excelente excusa para volver a ver verdadero teatro, actores que, dada su solvencia, no necesitan de micrófonos para ser escuchados (algo cada vez más habitual en las puestas que llegan desde Buenos Aires), y que, en un singular “contrapunto” de talento, consiguen llegar hasta lo profundo del planteamiento ético del texto de Shaffer, confirmando que la humillación “es el camino más corto para llegar al corazón de un hombre”.

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