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Disparatadas batallas políticas en medio de una gran pobreza

Por: Carlos Duclos

Mientras los políticos se enfrentan por poder, los argentinos están en la vía.
Mientras los políticos se enfrentan por poder, los argentinos están en la vía.

Curiosamente, al ingresar a la página web del Sistema de Evaluación de Programas Sociales del gobierno de la Nación, el lector interesado en saber el índice de pobreza y de indigencia en el país no encuentra nada, o lo poco que existe está muy desactualizado. Suele ocurrir, ¡oh casualidad!, que alguna falla informática impida acceder a los archivos. Poco se obtiene, por lo demás, en la página del Indec. Sin embargo, en este último sitio el interesado puede acceder  a un escueto informe, muy burdo e incompleto, y por lo demás con visos de abundante mentira, sobre la pobreza y la indigencia en el primer semestre del año pasado en Argentina. Según el cuadro del Indec, en el noreste del país el porcentaje de personas que se encontraban “bajo la línea de pobreza” estaba en el orden del 25 por ciento. En la zona pampeana, rica históricamente, los argentinos “bajo la línea de pobreza” rondaban el 15 por ciento. 

El Instituto Argentino para el Desarrollo de las Economías Regionales (Iader) señaló que en el primer semestre del año pasado la pobreza alcanzaba a más del 30 por ciento de la población en nuestro país, por lo que más de 17 millones de argentinos tienen sus necesidades básicas insatisfechas. Dicho instituto precisó aún más: 12,7 millones son pobres y 4,7 millones indigentes, con lo cual el nivel de indigencia estuvo en el orden del 12 por ciento en el primer semestre de 2009. Nada ha cambiado para bien.

Las cifras que ha dado la Iglesia, hace unos meses nada más, sobre la pobreza, alcanzan al 40 por ciento de la población.

Pero no hace falta, para tener una exacta dimensión del problema, acudir a las estadísticas, que no suelen reflejar la realidad que se pasea ufana y desenfadada por las calles de Argentina, sino que basta con echar una mirada alrededor del lugar en el que cada cual desenvuelve su vida.

Y en tanto esto ocurre, en tanto la vida de millones de seres se escurre por la pena de cada día, los señores dirigentes políticos argentinos no se cansan, ni un día, ni un instante, de andar con la espada en mano y empeñarse en duelos que tienen como fin el poder. ¿Para qué? Para que siga habiendo pobres en Argentina.

En efecto, un estudio realizado en el año 2002 por una seria publicación islámica señalaba, en base a datos oficiales y precisos que había conseguido, que en nuestro país, por entonces, el porcentaje de pobres superaba el 50 por ciento.

Es dable e interesante reproducir parte del artículo en cuestión: “El dato es oficial. En la Argentina hay 18.219.000 pobres, un poco más de la mitad –el 51,4 por ciento– de la población. De ese total, 7.777.000 son indigentes. Las cifras son de Siempro (Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales), un organismo que depende de la Presidencia de la Nación. Más impactante aún es que del total de pobres 8.319.000 son chicos y adolescentes: ahora, 2 de 3 tres menores, o el 66,6 por ciento de niños y jóvenes de menos de 18 años, vive en hogares pobres”.

Por aquel entonces, la nota señalaba algo dramático: “Según el Indec el costo de la canasta básica que determina quien vive por debajo de la línea de pobreza –incluye un grupo de alimentos y de servicios elementales– aumentó el 35,7 por ciento entre enero y mayo de ese año (2002). El Indec considera pobre a las familias –matrimonio y dos hijos– que ganan menos de 626 pesos por mes. En diciembre consideraba pobre a una familia que ganaba menos de 461 pesos”.

Alguien podrá sostener, con mucha razón, que los datos son absolutamente desactualizados. En primer lugar: si es cierto lo que sostuvo la Iglesia, a través de Caritas, hace unos meses que el porcentaje de pobreza asciende al 40 por ciento; los datos son desactualizados, pero no tanto. Pero lo que sí es cierto es que si estas cifras hoy no se ajustan a la realidad, no ha cambiado el hecho de que hay pobreza: el grado es importante. Tan importante como las mentiras que sobre el tema expresan funcionarios y organismos responsables.

Ahora bien, a esta realidad se la debe confrontar con esta otra: la presidenta no viaja a China por temor a que su vicepresidente le haga una trapisonda política y éste, gran crítico del gobierno, dice que no piensa renunciar ante el embate de todo el oficialismo. La noticia dice así: “El vicepresidente Julio Cobos negó que piense en renunciar y desafió a los funcionarios kirchneristas al remarcar que la única forma para que dimita es por medio del juicio político. Anímense a pedirlo. Los que me critican son funcionarios públicos que están obligados a denunciarme si es que tienen elementos para hacerlo. De lo contrario, estarían incumpliendo con sus deberes”, precisó, y reiteró: “Olvídense de que Cobos renuncie”.

La oposición acaba de pedir el juicio político a Aníbal Fernández, en el marco de fundamentos tan endebles como audaces y disparatados. Pero a su vez, la propia oposición está fragmentada y algunos de sus líderes parece que se mueven al compás de los intereses de un conocido grupo de medios.

Así se manejan los dirigentes políticos argentinos, entre enfrentamientos y desafíos, defensa de intereses viles que nada tienen que ver con el supremo interés de la sociedad que padece no pocos problemas y graves desamparos. ¡Patético!

Pero en tren de comparar, adviértase lo que ha sucedido en los últimos días en países vecinos: tras su derrota, el candidato chileno Eduardo Frei la reconoció y de inmediato saludó al nuevo presidente electo de los chilenos, Sebastián Piñera quien dijo: “Haremos un gobierno de unidad nacional que construirá puentes de encuentro y derribará los muros de división. Un gobierno con los mejores, los más preparados, los más honestos y los con mayor vocación de servicio público”.

En Uruguay, hace pocas horas, el presidente electo Mujica (ex tupamaro), acaba de citar a ex presidentes y empresarios, para impulsar al Uruguay hacia un nivel de mayor protagonismo. Expresa la noticia: “El presidente electo de Uruguay, José Mujica, convocó a destacados empresarios de la región, a dirigentes políticos y a sus antecesores en el cargo, para participar el próximo 10 de febrero de un encuentro en el que se analizarán los escenarios para invertir en Uruguay. A poco de asumir al frente del Poder Ejecutivo, Mujica y su gabinete recibirán a empresarios argentinos –en especial del sector agroindustrial– y de la región para mostrarles allí las ventajas comparativas de confianza y seguridad jurídica de invertir en el país vecino.  El acto se realizará el próximo 10 de febrero en Punta del Este. Contará además con la participación de los ex presidentes uruguayos Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, mientras que también fue invitado el ex jefe de Estado Jorge Batlle”.

Es decir, Mujica ha convocado a ex mandatarios ubicados ideológicamente en la antípoda de su pensamiento, porque sabe que sin unidad no hay posibilidad de progreso. “Nadie hubiera esperado una señal tan fuerte hacia los empresarios, que combine al presidente electo, a los dirigentes de su grupo político y una zona y un lugar tan emblemáticos”, destacó en tal sentido Alejandro Bzurovski de la Unión de Exportadores del Uruguay. Pero la señal se dio.

Y otra cuestión, esta vez sucedida al mandatario del Brasil, Lula da Silva: acaba de ser designado el “Estadista Global”, en el Foro de Davos. “El presidente de Brasil ha demostrado un verdadero compromiso con todas las áreas de la sociedad”, dijo el presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab. “Lula es un ejemplo a ser seguido por los líderes mundiales por haber conciliado el crecimiento económico y el desarrollo social”, sostuvo Schwab.

Mientras tanto, el pueblo argentino debe soportar, permítase el término, a sendos “cachivaches” (como definió una joven lúcida en un bar rosarino a los dirigentes de uno y otro bando político nacional) que no hacen más, con sus enfrentamientos, que dejar a pie a casi toda la sociedad argentina.

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