Ciudad

Del caramelo al aloe vera: la lucha de San Francisco

Por: Agustín Aranda. La historia de un pueblo que, a punto de desaparecer, encontró en una cooperativa la clave para sobrevivir.

¿Quién no comió un caramelo de Cremalín? A finales de la década del 70, San Francisco de Santa Fe culminó con su trayectoria como polo lechero del sur de Santa Fe, que abastecía a la empresa de caramelos, hoy devenida en marca de helados: “Cremalín”. Desde entonces, la localidad comenzó a despoblarse, los habitantes emigraron en busca de formación profesional, o de trabajo para subsistir. Pero de allí, en lo que hasta no hace mucho avanzaba hacia el triste destino de convertirse en pueblo fantasma, con no más de 600 habitantes según el último censo, y ya sin médico y sin siquiera camino de ingreso pavimentado, surgió una de las más originales cooperativas del país: Coproal, cuyos miembros se cuentan entre los mismos habitantes de la localidad del departamento de General López que porfiaron en quedarse. Y desde la punta de la bota santafesina, desafiando el mandato sojero, los vecinos sin tierra se capacitaron en el cultivo de hongo, la producción de conservas y dulces, y establecieron el primer cultivo cooperativo de aloe vera de la provincia.

“Fue un gran cimbronazo el cierre de la fábrica y la posterior migración no sólo de trabajadores sino de profesionales hasta dejar al pueblo sin infraestructura general y hasta sin médico. Ni siquiera contaba con un acceso pavimentado. Yo también fui a buscar oportunidades laborales a Venado Tuerto, tras vivir toda mi infancia en el pueblo”, lamenta Alberto Cabral. Nacido y criado en San Francisco, es el presidente de Coproal: “Después de mucho tiempo encontré la posibilidad de devolver algo de la recibido desarrollando una actividad productiva que esperamos pueda aportar para la reactivación de San Francisco”, se esperanza ahora.

Según cuenta a El Ciudadano, las pocas personas que viven en San Francisco son muy jóvenes o muy viejas, sin franja intermedia. El resto fue probar suerte a otras ciudades. “Sucede una gran contradicción: es uno de los espacios más ricos de Argentina en términos de tierra y hay un pueblo que está desapareciendo sin servicios”, describe Cabral, quien se muestra convencido de que la labor de la cooperativa que encabeza no sólo está anclada en lo productivo sino en la inclusión social del poblado. “En San Francisco hay una extensión inmensa, aún detrás de cada casa, que no está siendo explotada. No lo hacen los propios vecinos debido a falta de atención estatal y capacitación para que entiendan la cadena de valor”, enfatizó el cooperativista.

En la misma sintonía, el vicepresidente de Coproal, Luis Bertinat, subrayó: “Lo más importante es que la Economía Solidaria como modelo de producción social abre el juego para que los actores sociales puedan discutir en el ámbito de la comuna iniciativas que cubrirían necesidades del pueblo”. Lo piensa como algo imprescindible para torcer una realidad más que preocupante: “Al ser un lugar en su mayoría de adultos, es inconcebible que no tengan un médico o ambulancia para que los traslade a Venado Tuerto para recibir asistencia. Muchas personas ven con romanticismo vivir en el campo, pero olvidan que en ciertos lugares los servicios no llegan”.

Respuesta en la biblioteca

Ambos representantes de Coproal explicaron que el núcleo de personas que trabaja en el emprendimiento social se conoció en un curso sobre cultivo de hongos comestibles y otras producciones alternativas, que dictó la biblioteca de Venado Tuerto hace más de tres años. El hoy presidente, Alberto Garay, oriundo de San Francisco y que tomó el curso cuando estaba trabajando en una empresa textil de Venado Tuerto, propuso su lugar de nacimiento como espacio para montar la producción en primera instancia de artículos comestibles artesanales a base de quinotos o calabazas, entre otros. “Cuando los llevé (por los participantes de la cooperativa) estaban encantados con el lugar, que estaba perdido en el sur de la Santa Fe sojera. Pensé en llevar el proyecto a San Francisco debido a que era uno de los lugares en los que los recursos de la tierra no estaban siendo explotados y que posee agua excelente, sin contaminación de ningún tipo. A razón de la falta de inversión que requiere un desarrollo agrícola estándar, es un lugar ideal para la producción agrícola alternativa”, describió Cabral.

Mediante un acuerdo con los vecinos del pueblo, la primera iniciativa fue poner en marcha la recolección de los frutales que ya había. “En su mayoría tienen patios grandes en los que tradicionalmente se alojaban los frutales. Los procesamos y produjimos lemoncello, dulces y otros productos artesanales”, relató Cabral.

Luego, las tareas y los intereses del grupo se vertieron también hacia el cultivo de aloe, para lo que se necesitaba un terreno “como los que hay en San Francisco”, explicaron.

Ahora, la cooperativa de San Francisco trabaja sobre media hectárea de terreno cedido por el Obispado, que se ubica frente a la plaza del pueblo y contiguo a la iglesia. Allí, se emplazan los cultivos de aloe vera en dos segmentos, correspondientes a distintas etapas de crecimiento de las plantas. La parte que da hacia la calle aloja a los plantines hasta que estos desarrollan 7 u 8 hojas. Graduados de plantas, pasan a la parte de atrás, bajo un sistema de protección frente a las heladas. Ya en su adultez, las plantas originarias del África y de múltiples usos medicinales permanecen en los sombráculos, que brindan condiciones microclimáticas apropiadas. Detrás, un terreno alquilado sostiene el segundo cultivo producido por la cooperativa, la calabaza, con la que hicieron en su primer momento, dulces y conservas.

Por otro lado, la cooperativa utiliza galpones que fueran cedidos por la comuna para el desarrollo de cultivos de hongos de las variedades gírgola y pleurotus. Por ello, según apuntó Bertinat, se constituyen como “la única zona productiva” de esos hongos comestibles.

(Nota completa en Edición impresa.)

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