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Debates centrales del Cabildo Abierto

Por: Pablo Yurman

Nuestro imaginario colectivo atesora el recuerdo, a veces difuso, de las discusiones ocurridas durante el famoso Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 que antecedió al 25 de mayo y que, si se lo analiza con detenimiento desde el punto de vista institucional y político, fue incluso el día más importante de aquella semana revolucionaria.

Importancia de los cabildos

El cabildo era la entidad de gobierno municipal existente en estas tierras desde la llegada de los primeros españoles. Si algo había caracterizado a los primeros habitantes y luego, a sus hijos nacidos en América, los criollos o “mancebos de la tierra”, fue su profundo localismo y amor a la propia tierra. Precisamente, esos sentimientos autonómicos iban a estar en parte representados en el cabildo, institución que bajo el nombre de ayuntamiento o concejo había surgido en las duras jornadas de la reconquista de la península hispánica a mano de los moros que la habían invadido varios siglos atrás.

Todos los cabildos contaban con distintos tipos de funcionarios que mantenían regularmente reuniones en las que se decidía sobre las más diversas medidas de gobierno. Esas reuniones habituales se llamaban “cerradas” porque en ellas participaban solamente los funcionarios que integraban el cuerpo, sin público. Pero cuando el cabildo debía tratar un asunto de mucha importancia para la ciudad se consideraba que debía darse intervención al vecindario, es decir, a los vecinos de la ciudad (aunque cabe aclarar que no todo residente de la ciudad era automáticamente vecino, para lo cual se necesitaba acreditar ciertos requisitos), y por lo tanto se invitaba a participar de un cabildo “abierto”.

Esto fue lo que sucedió en mayo de 1810: ante la gravedad del tema convocante, es decir, el cautiverio del rey y la posible ausencia del gobierno central en España, el Cabildo de Buenos Aires, capital del virreinato y lugar de residencia de la máxima autoridad colonial de entonces –el virrey–, decidió llamar a un cabildo abierto o congreso vecinal como también se lo llamó.

Una de las primeras diferencias entre el virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, y el Cabildo, tuvo que ver con la cantidad de invitaciones que se iban a imprimir y a enviar: según el virrey había que mandar invitaciones a aproximadamente tres mil vecinos. En cambio, el Cabildo pensaba distinto y mandó imprimir alrededor de seiscientas esquelas. No obstante, y a pesar de lo que pueda suponerse, hubo un cierto desinterés por concurrir a la reunión extraordinaria ya que asistieron, o al menos votaron, 251 vecinos. Es decir, menos de la mitad de quienes habían recibido invitación.

Reinos o simples colonias

En el interior del edificio del Cabildo la discusión se centró en establecer si habiendo desaparecido el gobierno español residente en la península también había cesado la autoridad del virrey Cisneros.

Los primeros en tomar la palabra tenían compromisos con Cisneros, o incluso estaban convencidos de que su autoridad no había concluido. Luego tomó intervención Juan José Castelli.

Aún hoy admira su discurso, que pareció rescatar la vieja y oficialmente olvidada visión española de América, vigente de 1500 a 1700 mientras la casa de los Austria gobernó en España, pero abandonada adrede al acceder la familia de los Borbones al trono español.

Expresó que los reinos de Indias no eran colonias del Estado español sino que en sus mismos orígenes, mucho antes de 1810, habían sido incorporados a la Corona de Castilla, pero como posesión personal del rey y, en consecuencia, en caso de ausencia del monarca, podían darse a sí mismos un gobierno autónomo. Y lo más importante, recordó la vieja teoría de Francisco Suárez acerca del origen del poder político.

Como recuerda Héctor Petrocelli: “El pueblo español ni sus doctrinarios admitieron nunca que el poder lo discierne directamente Dios al soberano, ni que el único papel a jugar por el pueblo es obedecerlo ciegamente. Esto es de origen francés, de la época de Luis XIV, cuando el absolutismo fue sistematizado por Bodin o Bossuet, y de procedencia inglesa, en tiempos de los Estuardos… Fue de la cultura política del pueblo español que, si el rey era rey, lo era porque la comunidad así lo consentía”.

Intervino entonces el fiscal de la Real Audiencia, Manuel Villota, quien si bien coincidió con lo afirmado por Castelli, vino a poner el dedo en la llaga con una variante importantísima en los años venideros, al afirmar que el Cabildo de Buenos Aires era un ente municipal que no tenía jurisdicción sobre todo el virreinato y en consecuencia, si el poder retrovertía en todo el pueblo, debía conocerse la opinión del resto de los pueblos del interior, a los que debía invitarse a mandar diputados a Buenos Aires.

Le retrucó Juan José Paso, quien dijo que efectivamente había que invitar a los pueblos a que dieran su opinión, pero como eso llevaría meses, provisoriamente debía ser Buenos Aires quien asumiera, en la urgencia que se vivía, el gobierno a través de una “junta provisoria”.

Sus palabras fueron cerradas con una gran ovación de todos los presentes, incluso por la gente congregada en la plaza.

Debe tenerse en cuenta que como la sesión se extendió demasiado, y hacía frío y la reunión se desarrolló en la galería externa que daba a la plaza, algunos invitados se fueron antes de la votación. Por eso los resultados fueron: 161 votos por la destitución del virrey y porque el Cabildo eligiera una junta de gobierno, y  54 votos por que el virrey continuara en el ejercicio.

Veintiuna personas invitadas y registradas se retiraron sin votar. La votación terminó alrededor de las doce de la noche.

Pero todavía no estaba dicha la última palabra y habría que esperar otros tres días hasta el 25 de mayo.

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