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De ciudad “mandarina” a ciudad “Malandrina”

En “Ciudad malandrina” (Acqua Récords), Adrián Abonizio y los músicos de La Máquina Invisible alcanzan una eficaz alquimia desde donde surge un poético y reconocible paisaje citadino, propio del acervo del cantautor, sostenido por un vuelo musical delicioso, como sabe una fruta en su punto justo


Marisa Tabarain / Especial para El Ciudadano

Hay una frase para el tango que lo resume así: “el que no sabe cantar que escriba. Y el que escribe que no cante”. Una exégesis más de aquel conocido dicho “el que toca nunca baila”. El título de esta crítica no es un mero juego de palabras : revela cómo el recientemente editado disco de Abonizio y la Máquina Invisible Ciudad Malandrina (Acqua Récords) se abre en gajos como una fruta de estación y es a la vez, el reflejo cargado de ironía de una ciudad malandra, jodida, entusiasta y poética.

Está comprobado, Abonizio sabe escribir y por suerte no canta como un tanguero. Pero sí se atreve con las dos formas narrativas de canto y escriba, saliendo airoso. Es rosarino; algo de sus postales de truenos y sinsabores y amores perdidos o encontrados se decantan en sus relatos, pero no peca de “rosarinidad”.

De vez en cuando uno reconoce al oído la palabra Monumento –así con mayúscula– o río, –y uno adivina que se refiere al río marrón escrito por su compadre de la Trova– pero estos tangos bien resueltos, antiguos como una parra y a la vez contemporáneos, bien podrían ambientarse en cualquier ciudad del mundo a la que le gustara que le hagan escuchar una buena canción. Buenos tangos, de esto simplemente se trata.

Una fruta dulce y ácida a la vez

En la historia de filtraciones anecdotarias, se cuenta que Abonizio grabó el esqueleto de estos temas y se los dio a los integrantes de la Máquina sin saber qué se haría de ellos. Tuvo suerte y un buen pálpito. Los integrantes de la orquesta se repartieron los gajos y cada uno a su manera arreglaron los bocetos para darle entidad y propiciar un buen nacimiento, inusual por la seriedad de los arreglos, por lo bien que suena, por la narrativa pareja y por la desigual edad entre el autor-compositor y sus secuaces.

Dicen que por superstición la palabra” equilibro” no se nombra porque enseguida sucede lo contrario, pero aquí hay una receta increíblemente balanceada, que seguramente servirá de alimento a quien la mastique. Desde la romántica “No sé si fue” o “Quedate un poco más” hasta la hitera “Ciudad Malandrina” que da nombre al disco.

Dramatismo de secuestros y huidas en los tiempos de plomo en “Marilina” o “Juan de noche”. Valses antiguos que fueron hechos hace cien años pero también hace una semana. “Una abeja en la luna”, “La chica de las Marionetas”. Desde la spinettiana “Alba de Garúa”, cuya música le pertenece a Rubén Goldín, hasta la nocturnal jornada de un tachero en “Taxi” revelan que aún no está todo dicho en el tango –como yapa hay un tema instrumental de la Máquina Invisible–, que dan ganas de seguir oyendo estos temas que no requieren más que eso para degustarlos como los gajos de una fruta dulce y ácida a la vez, pero con la personalidad de los árboles que suelen nacer por estas pampas y que únicamente crecen cargados de buenos tangos. Encima la tapa es amarilla como la piel de las mandarinas.

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