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Abanderado rosarino

Cleto Mariano Grandoli, el héroe de Curupaytí

El 21 de septiembre de 1866 anunciaba que concluía el invierno y comenzaba la primavera. La época del frío terminaba y se iniciaba la de las flores, donde la vida surge pletórica. Paradojalmente, los hombres a veces desencadenan lo contrario.


El 21 de septiembre de 1866 anunciaba que concluía el invierno y comenzaba la primavera. La época del frío terminaba y se iniciaba la de las flores, donde la vida surge pletórica. Paradojalmente, los hombres a veces desencadenan lo contrario.

Recordamos el trágico episodio de la batalla de Curupaytí, en el marco de la guerra contra el Paraguay protagonizada por el imperio del Brasil, Uruguay y nuestro país, todos aliados contra el primero, en un enfrentamiento armado entre los años 1865 y 1870.

La guerra había comenzado en 1865 con la invasión a Corrientes y el país convocó a las Guardias Nacionales. Los ciudadanos se presentaron para formar los distintos batallones. A la provincia de Santa Fe le correspondía reunir 500 plazas, de las cuales 300 debían ser de Rosario. Pero Rosario las ocupó en su totalidad. Así nació el batallón conocido como el “1º de Santa Fe”, por haber sido el primero formado en nuestra provincia. Con su oficialidad designada, con la bandera que manos rosarinas habían confeccionado, eligió a su abanderado. Era un joven de 16 años que, luego de convencer a su madre, pudo incorporarse al batallón como subteniente de bandera: el abanderado Cleto Mariano Grandoli.

Su batallón participó en varias operaciones de guerra hasta que llegó el fatídico día: el 22 de septiembre de 1866. Día decidido por el general Bartolomé Mitre para tomar por asalto las trincheras de Curupaytí. Operación con resultado imaginado por todos, menos por los máximos responsables. Comenzando por la falta de una verificación previa del terreno siguiendo por el desconocimiento del verdadero poderío paraguayo, entre otras falencias que presagiaban el resultado. Pero nadie se echó para atrás. Era la orden, y las órdenes se cumplían.

Nuestro héroe, al advertir que tanto el trompa de órdenes como el tambor habían caído, se sacó sus botas para correr mejor en el barro, y a la vez que, vivando a la patria, alcanzaba las posiciones defensivas de los paraguayos,  sucumbió acribillado por la metralla portando la enseña nacional con la que guio a sus camaradas en la lucha.

Efectivamente, al terminar la jornada, las tropas argentinas habían tenido 2.000 bajas, casi el 40 por ciento de los que combatieron. Entre ellos, a Mariano Grandoli, abanderado del Ejército Nacional en la ocasión ya que su batallón encabezaba el ataque. El “1º de Santa Fe” fue el que registró mayor cantidad de bajas. Fue tan desigual el combate, que los paraguayos solamente contaron 92.

El día anterior, había escrito una carta póstuma dirigida a su madre. “… Y ahora adiós mamá. Mañana seremos diezmados por los paraguayos pero sabré morir defendiendo la bandera que me dieron….”. Así terminaba su texto. Y no debía sorprender, ya que al embarcarse hacia el frente de guerra, el diálogo de despedida entre la mujer y el niño fue el siguiente: “Espero que se comporte como un hombre”, escuchó de su madre el abanderado. “Como un hombre de honor, porque si no vuelvo, le juro que ha de volver mi nombre bien alto, porque sabré morir como un valiente”, escuchó de su hijo la madre. Tremenda escena, sin duda.

A su hermano mayor, Miguel, le escribirá, en la misma fecha: “…lo único que te puedo decir es que tal vez mañana ataquemos la fortaleza de Curupaytí. La cuarta división argentina lleva la vanguardia y nuestro batallón la vanguardia de dicha división, así es que creo que esta vez serán diezmados los Batallones Santefecino, no por la deserción sino por la metralla, digo los Batallones Santafecinos contando al Regimiento Rosario, que va a la vanguardia de la tercera división”.

Sabía lo que sucedería al día siguiente, y no se equivocó.

San Martín, en 1818, en carta que escribe a Pueyrredón, decía:  “Todo ciudadano tiene una obligación de sacrificarse por la libertad de su país.” Las generaciones que nos precedieron pasaban la posta de la argentinidad a la otra; por ello no sorprende que nuestro héroe rosarino le haya escrito a su madre que “… el argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de su patria…”. Transcurría el año 1865 y entre ambas cartas había tan solo 47 años.

Al joven Grandoli le bastaron un año, tres meses y veintitrés días para hacer realidad el mandato que la historia reserva sólo a los elegidos. Escuchó a Tácito: “Si hay que sucumbir, salgamos al encuentro de nuestro destino”. Es claro, alguna vez se dijo que la tragedia no está en los sucesos, sino en el temple del héroe. Casi un oráculo de Mariano Grandoli.

Por eso, en la figura de este auténtico héroe de la ciudad, muerto en el campo de batalla portando en sus manos la bandera nacional, cumpliendo con su promesa, recordemos los antiguos principios y valores que edificaron a través del sacrificio, el esfuerzo y el renunciamiento, la Argentina grande, la del asombro.

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