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Breve geopolítica del más allá

Por: Ricardo Caronni, desde Ginebra

Es al menos curioso que en una época de tantos progresos en la tecnología y en las ideas no haya aparecido un sector de desarrollo de investigaciones y teorías renovadas relacionado con lo que nos ocurrirá a todos después de la muerte.

Se trata, sin embargo, de un producto que a no dudarlo tendría un mercado de consumidores más que masivo, yo diría universal. Buen negocio.

La literatura se presta a esbozar ideas y fantasías relacionadas con esta área últimamente bastante descuidada, salvo por las religiones tradicionales y por algunas nuevas versiones religiosas que, me parece –desde ya estoy contrayendo la deuda de investigar más a fondo–, no aportan nada nuevo a lo que es por casi todos conocido.

Quizás estemos demasiado ocupados en vivir la vida que nos es dado vivir y tenemos como una especie de fatalismo que nos señala que no vale demasiado la pena esforzarse por ese tipo de investigaciones o teorías, porque nadie que ha pasado al otro lado de la cerca ha tenido la menor oportunidad de volver para contarnos cómo son las cosas por allá. Cómo están, si están; cómo es eso, si hay algo parecido a eso.

En épocas pretéritas, se me ocurre pensar que quizás dada la brevedad de la vida y el riesgo mayor de perderla azarosamente, estimulaba más a la gente a imaginar una feliz vida eterna, ya que esas vidas reales se presentaban bastante tristes y efímeras en el transcurso de sus existencias.

Los contenidos de las religiones unificaban los pensamientos de las gentes y se vinculaban los comportamientos en la vida cotidiana con lo que sobrevendría después a cada uno después de la muerte, según esos comportamientos. Esto –siempre como ocurrencia mía a comprobar–, hacía que la vida “se prolongara” en la imaginación, en un más allá concebible como una continuidad, donde la muerte era un tolerable “accidente” de recorrido, ya que se seguía “viviendo” más allá, en el Paraíso, en el Infierno, en regiones intermedias, por ejemplo. La Divina Commedia de Dante Alighieri da cuenta detallada de estas posibilidades de persistencia eterna en la vida, con una variante –no poco importante– que consistía en alojamientos y proyectos de existencia impuestos más o menos confortables o definitivamente espantosos, según los comportamientos en la etapa anterior al pasaje “al otro lado”.

Parece ser que la mayoría de los pueblos ha creado una “vida virtual” semejante, posterior a la muerte. Pienso, provisoriamente, en Las Praderas de Manitú, de los Sioux, en la transmigración de las almas de los hinduístas, en los faraones que eran enterrados con sus riquezas como si hubieran podido volverlas a utilizar en esa nueva fase que el siempre previsor destino les otorgaba… en su imaginación. En el Walhalla de los antiguos guerreros escandinavos. En la compañía que ofrecen la huríes (¿se llaman así?) para los buenos musulmanes y últimamente según algunos imanes, con más certidumbre todavía para –traduzco literalmente– ciertos “mártires”: “Aquel que ha tenido el coraje de combatir su miedo, de combatir su cobardía, de combatir el riesgo de perder lo que le es más querido, su propia persona, sus padres, sus hijos, su esposa, para defender el país, la tierra, defender el honor, ciertamente su recompensa será excepcional”.

Se entiende que la recompensa excepcional va a ser entregada en el más allá musulmán, después de prestados los servicios de defensa del honor y la tierra del más aquí. Es decir que, como en otros reinos celestiales semejantes, poco importa si el hombre llega entero de cuerpo o mutilado o en pequeños trozos. Es algo distinto a su cuerpo y a su vida en la tierra lo que va a gozar de ese bienestar permanente de esas regiones post existenciales. Se trata, casi siempre, de la conducta terrestre como determinante del pago por servicios o conductas apropiadas según lo legislado por el grupo de creencias y delegados de cada poder central que lo establece.

Si uno imagina la cantidad de viajeros que cotidianamente son despachados a los distintos paraísos existentes, el tránsito en las zonas de encuentro de cada localidad destinada a esos fines debe ser intenso. Claro que es de tener en cuenta que los carriles –hasta lo que se sabe– son de mano única.

Posiblemente no haya confusiones y cada creyente lleve inscripto en alguna zona no material de su persona la buena dirección a la que dirigirse. No hay pruebas consistentes de que algún sioux haya sufrido algún enorme desengaño llegando a un paraíso cristiano, por lo que se sabe hasta el momento, totalmente carente de praderas y búfalos destinados a ser cazados y faenados exclusivamente en los reinos de Manitú. Digo faenados porque de otra forma sería de una violencia antiecológica total el desperdicio de búfalos –concedamos que quizás virtuales– asesinados por el solo gusto de cumplir con los beneficios que Manitú promete a sus seguidores en la zona del más aquí.

En cuanto a las huríes prometidas en otros reinos: ¿se renuevan o son escoras de larga experiencia en recepciones? ¿Hay renovación de huríes jóvenes o en el más allá no se envejece? Y las damas, ¿tendrán ellas, en esos paraísos, alguna recompensa semejante? ¿Devendrán todas ellas –en fin, las más buenitas– feroces cougars en el más allá? Convengamos en que no son preguntas menores para cualquier muchacho o muchacha en el momento de adoptar los modelos de futuras recompensas o castigos prometidos.

Tantas preguntas que no es posible responder –por el momento, insisto, por el momento– ya que no sabemos qué novedades nos traerán los grandes descubrimientos actuales y futuros del ser humano.

Hay una humilde idea que se me ha ocurrido últimamente y más todavía con un video, que me mandó mi primo Daniel Caronni, hecho en Washington sobre el espacio sideral conocido. Si hay tanto espacio en el espacio sideral, con tantos mundos posibles, ¿por qué no imaginar planetas especialmente destinados a recibir a estas migraciones post humanas cada vez más cuantiosas por el notorio crecimiento demográfico del nuestro?

Ahora: ¿cómo llegarían? ¿Hay que preparar algo aparte del buen comportamiento aquí en este planeta para el transcurso del viaje? ¿Qué llega? Porque el envoltorio es sumamente evidente que queda como material descartable. Entonces, ¿qué llegaría a esos paraísos, praderas o a esas eventuales galaxias y planetas aptos para post vivientes?

Como están las cosas, lo conveniente sería evitar las mezclas de reinos como ocurre aquí en la Tierra. Desde hace siglos, en nombre de esas convicciones y organizaciones pre y post vida, muchos de los distintos componentes de esas firmas transnacionacionales de religiosidad, aparte de algunos considerables éxitos de convivencia, se han venido masacrando fervorosamente entre sí y aun con la bendición –como hemos visto en el caso del imán, pero en eso no está solo el hombre– de los gerentes generales de cada corporación.

Es el momento ideal de un planeta para cada uno de los grupos. Un planeta para budistas, otro para judíos, que de esta forma no serían más perseguidos ni tendrían que buscar –convengamos que con cierta parsimonia en la búsqueda– la tierra de sus antepasados, un planeta fértil con praderas para que puedan pastar los búfalos, para la gente de Toro Sentado, un planeta apto para la eterna juventud de las huríes, un planeta sereno y sin tentaciones carnales para los cristianos.

Pero. Siempre hay un pero. ¿Qué hacemos con los malos alumnos de cada una de las religiones que prometen territorios –reales o virtuales– post existenciales a sus creyentes? Debería haber un capítulo especial para los malos empleados de los distintos escalafones de cada grupo. Por ejemplo: ¿qué hacer en el más allá con los que munidos de su investidura atentan contra los más débiles? ¿Qué hacer con los que en nombre de su dios, incitan y estimulan el asesinato de gente que no tiene sus mismas creencias?

Ahí sí que, con un solo planeta bastaría para mandarlos a todos juntos. Lo que me duele es imaginar que a lo mejor sea éste mismo en el que todos estamos viviendo ahora.

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