Ciudad

De partidas y regresos

Breve ensayo para lo que es resurrección en bares

Morir es una pesadilla: no hay nada interesante, ni un pasillo para caminar hacia alguna luz, ni un encuentro con los afectos que y ano están. Pero para empezar a hablar en serio acerca de vivir, hay que tener un gesto de amor: servirse un vaso de vino, y luego, beberlo


Guillermo Bigiolli

 

Especial para El Ciudadano

 

Si me detengo para recuperar el aliento,

podría atrapar un pedazo de muerte”.

Ian McKaye

 

Volver

Abro los ojos, veo oscuridad. En ese momento me doy cuenta que la vida vuelve a empezar. Escucho una voz: pide que le pasen un vaso con Coca. Siento que esa voz está a mi lado y de mi lado. Cuando la luz vuelve a formar parte de mí vista, veo un techo. Hay un techo. Reconozco el lugar en donde me encuentro. Muevo mi cara con una mueca, supongo que es una sonrisa. Estoy tirado en el suelo del bar. Claro, ahora entiendo. Mi mueca es una sonrisa porque estoy en el bar, porque vuelvo de morirme un rato. Aunque todavía no alcanzo a ver bien reconozco de quién es la voz, es una voz amiga. Apenas puedo levantar la cabeza para tomar sorbos del jarabe definitivo y no atragantarme. La cocucha que efervesce me va estimulando las células para intentar recomponer un orden integral. Lucha y organización. Resucitar es eso: lucha por volver y organización para, una vez que volviste, ver cómo y dónde carajo seguir. Por lo pronto tengo que estabilizar los comandos vitales para seguir hasta mi colchón que está a decenas de cuadras. Uno no vuelve de morir y quiere ponerse a bailar tap en el escenario del Broadway. Lo que uno quiere es acostarse a dormir. Es contradictorio pero es así. Volver a la vida es un ejercicio que cansa mucho. Pero mucho, mucho. ¿Vale este cansancio? Claro que lo vale. No sólo por ese afán caprichoso de aferrarse a la vida, lo vale porque morir es aburrido.

 

Morir

En lo que suena un chasquido de dedos la vida tira un corte. Mi frente se planta en la barra del bar, ahí quedo, o mejor dicho: ahí la quedo. Mis brazos y manos coronando mi cabeza. El resto del cuerpo sentado en la banqueta ya no da señales de vida. Luego, como si fuera un Albergue Warnes de carne y hueso, sobreviene un completo derrumbe hacía el suelo. Quedan mis escombros desparramados. Todos estos últimos movimientos que describo me los contaron. Es ruinoso, pero a fin de concretar este ensayo es necesario que me la cuenten un poco; y por supuesto también es necesario vivir un tramo más, para que justamente puedan contarme lo sucedido y poder estar en este momento escribiendo. Pensar que hay un momento de este relato en el que yo no estoy como para tomar registro es un poco angustiante. Sólo están quienes viven. En este caso el plantel del bar que termina su jornada laboral. En sus cabezas seguramente una mezcla de consternación, fastidio y susto frente a la situación. ¿Quién levanta a este muerto?

Favio Zerpa tiene razón pero Victor Sueiro, no.

En la muerte no hay nada interesante. No hay un pasillo por el cual puedas caminar hacia alguna luz. Ni un encuentro con los seres queridos que partieron primero. No, no. Nada de eso. Puedo dar fe que morir es una pesadilla, una que pudo ser soñada por un demente. Un demente que sueña en Sci-Fi. Al morir lo que sucede es que se encuadra el enfoque en una relación de aspecto de 1:1 y quedás encerrado en un cuarto iluminado por una tenue luz roja. Se pierde completamente la posibilidad de conducción física, así que no se puede hacer nada en lo que a la motricidad del cuerpo respecta, nada. También desaparece la tridimensionalidad. Uno queda en un purgatorio plano, pensando: “¿Y ahora qué mierda hago acá?”. Ni siquiera gozar la bendición de habitar una nada ontológica, que tampoco sería tanto el goce porque justamente es la nada misma y sería imposible habitarla.

En síntesis: morir no vale la pena en absoluto. La pena de vivir. ¡Ah, pero resucitar sí que lo vale!

 

Vivir

Desde tiempos remotos quienes somos seres humanos dedicamos nuestras vidas a vivir. A vivir como se pueda. Sin embargo es incalculable el volumen de imaginación y creatividad desperdiciado al servicio de teorizar a lo pavote sobre cómo y cuáles son las mejores maneras de vivir. Desatamos un delirio colectivo en el que se basan las desigualdades, las grandes matanzas y sobre todo las universidades del mundo. Vivir es muy complicado como para que venga una turba enclaustrada a intentar monologar cómo son las cosas. Siglos de hacer todo mal en nombre de la inteligencia. Para empezar a hablar en serio acerca de vivir hay que tener un gesto de amor: servirse un vaso de vino. Luego, beberlo.

Rodolfo Páez dice en una de sus canciones más hermosas: “Me gusta abrir los ojos y estar vivo, tener que vérmelas con la resaca”. Tienen mucha razón esos amorosos versos. Vivir es vérselas con la resaca. Esas múltiples resacas que duran lo que dura vivir. Entendamos por resaca: lo que queda. Yo por ejemplo nací sin patio y tengo que vérmelas con la resaca de haber nacido sin patio. Esa carencia que te prepotea para que vivas. Es duro salir a jugar a la calle y cruzarte con la libertad que viene martirizada a golpes o a balazos. Se vive mal, cada vez peor. Pero al beber alcoholes se vive un poco mejor.

 

Hora de cerrar

Quiero que quede claro: este texto no es una apología; esto es un breve ensayo para vivificar. Tampoco es cuestión de hacer rutina lo de andar resucitando en bares. Hay que dirigirse con precaución porque en algunos casos puede fallar. Yo por ejemplo si alguna vez tengo que volver a morir y resucitar espero que sea nuevamente en la barra del bar. En la barra querida de El Diablito bar.

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