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El egoísmo de Rosario

Por David Ferrara. Sensaciones tras una nueva decepción del seleccionado local de básquet en un campeonato provincial. Hay mucho por mejorar. NBA: abre final del oeste

Son casi 950 kilómetros los que separan a Rafaela de Mar del Plata. Pero en el básquet, al menos hoy, la distancia es enorme, casi galáctica.

Observar (y trabajar) en una instancia deportiva superior siempre motiva, pero el cariño y el sentido de pertenencia a una ciudad, una camiseta o simplemente a varios amigos del básquet, hace que se sienta casi como una traición no acompañar, no estar, en la alegría o, en este caso como hace varios años, en la derrota.

Dicho esto, vale relatar las sensaciones de la dicotomía vivida desde una ciudad que respira básquet a otra que debe ser la reina del egoísmo y que siempre está en la crítica fácil, el discurso pobre y la denuncia anónima. Y aquí no se habla de Rafaela, sino de Rosario, que trasladó sus miserias a la Perla del Oeste.

Mar del Plata enamora. No sólo por la ciudad en sí, fantástica hasta en invierno sin las molestas multitudes, sino también por una pasión que hace que el básquet sea el fútbol. Más allá de alguna broma típica del superclásico Boca-River, en cada bar se habla de básquet, en cada rincón se vive el Quilmes-Peñarol, incluso con uno en primera y otro en segunda (vaya casualidad).

El sábado por la noche Peñarol le ganó un increíble duelo a Libertad tras un tiempo extra en un Polideportivo inmenso pero muy poblado por una hinchada seguidora, con técnicos de primer nivel y transmisión en vivo por TV, varias radios y cobertura de diarios locales y nacionales.

A esa altura, Rosario había realizado preparación, entrenamientos, presentación de camiseta y jugado dos partidos para ganar la zona del provincial de Rafaela. Ni un mensaje en las páginas especializadas de la ciudad, ni una llamada para comentar detalles, ninguna felicitación (algo bien habrán hecho), nada. A sabiendas de la idiosincrasia made in Monumento a la Bandera, era claro que algo se estaba gestando. Estaban esperando, agazapados, a la derrota.

Mientras, en Mar del Plata se habla de pases de entrenadores, de jugadores, de decenas de miles de pesos. Pero también una cancha se viste de fiesta para recibir a su equipo en pos de la ilusión del ascenso. Ahora es el estadio del Club Once Unidos el que se tiñe con los colores del Cervecero, con murga, banderas por doquier, bullicio abrumador y el impactante tarareo del himno nacional con un coro de más de 2.500 hinchas que dejan su marca en el oído imparcial y tocan el corazón en el rincón de la envidia por no pertenecer.

Ellos también tienen sus odios internos, sus broncas, sus pasiones incontrolables. Pero saben que hay algo más importante: la camiseta. Y entonces están juntos, abrazados al menos por un rato.

Ya se viene el juego y desde la lejana Rafaela se anuncia que Rosario perdió la final, una vez más, casi como una pesadilla de la que no despierta. Cinco técnicos en cinco años con idéntico o similar resultados, con jugadores autóctonos o “extranjeros”, con entrenadores de Liga o locales, con planteles con consenso o disenso. Viendo como festejan un Santa Fe (33 títulos) que no es noticia pero también un Venado o un Rafaela que sí lo son.

Y ahí aparecen los mensajes, se multiplican. Todos hablan mal de alguien, todos buscan a los culpables. Todos tienen la verdad. Estaban esperando y sueltan el odio, la bronca y, en realidad, el egoísmo. Lo basquetbolístico tiene análisis (que sería irrespetuoso realizar a 950 kilómetros de distancia) pero lo otro no. Por algo Mar del Plata vive una fiesta y en Rosario la gente sólo aparece para criticar. Por eso (y más allá de jugadores, entrenadores que dan el salto) es tan chiquito el mundo rosarino en el mapa del básquet, aunque se nieguen a creerlo.

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