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Aquel padre de la ciencia ficción

Por Rubén Alejandro Fraga.- Se cumplen 147 años del nacimiento del notable escritor inglés H.G. Wells, autor de “La Guerra de los Mundos”.


Ilustración: Facundo Vittiello

fraga“La civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe”. La cita es de Herbert George Wells, el notable escritor y filósofo inglés que fue pionero del género de ciencia ficción moderna y de cuyo nacimiento se cumplen hoy 147 años.

Novelas como La máquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible y, sobre todo, La guerra de los mundos dieron a H. G. Wells –tal como se lo conoció universalmente– una enorme popularidad. Todas ellas resumen las constantes de su pensamiento: mezclar la mentalidad científica y la conciencia política, mostrar una preocupación por el mal uso que se pueda hacer de las nuevas tecnologías y oponerse tenazmente a la militarización de la ciencia.

Las concepciones ideológicas de Wells fueron desarrolladas en diversas utopías sociológicas, entre las que se destaca su libro Una utopía moderna (1908), que lo llevó a adherir al socialismo reformista de la Sociedad Fabiana. Pero los últimos años de su vida se vieron empañados por el creciente conflicto interior entre su fe en el hombre y su conciencia de la irracionalidad del mundo moderno.

Nacido el 21 de septiembre de 1866 en Bromley, Kent, Reino Unido, H. G. Wells fue el quinto hijo de Joseph Wells, encargado de una tienda, y Sara Neal.

La carrera del denominado padre de la ciencia ficción moderna empezó por casualidad: siendo niño, Wells sufrió un accidente que lo obligó a estar en reposo durante semanas. El tiempo que el pequeño, de siete años, pasó en cama lo obligó a hallar entretenimiento en la lectura y fue determinante para el futuro del incipiente escritor. El niño se apasionó con las novelas de aventuras, que despertaron en él un deseo por dedicarse a las letras.

De origen humilde, trabajó como aprendiz de comerciante para complacer a su padre, entre 1881 y 1886. Ese año ganó una beca para estudiar en la Escuela Normal de Ciencias, en Londres. También fue periodista y ayudó a formar la Asociación del Colegio Real de Ciencias, que presidió en 1909.

En 1895, tras estudiar biología, Wells publicó su primera gran novela, La máquina del tiempo, con la que quiso llamar la atención sobre temas como la responsabilidad de los hombres con respecto al porvenir, la forma de vida, las costumbres y la decadencia que el viajero del tiempo encuentra en su periplo.

Luego, en 1896, escribió La isla del doctor Moreau, una de sus obras más terroríficas. En ella cuenta los escalofriantes experimentos que realiza el doctor Moreau en su isla paradisíaca. Animales y seres humanos se convierten, en manos del atormentado científico, en simples pedazos de carne con los que poner a prueba sus teorías. Al año siguiente, Wells escribió El hombre invisible, otra obra magistral de la literatura fantástica victoriana, y en 1898 La guerra de los mundos, que describe la destructiva invasión de unos marcianos que aterrizan en el sur de Inglaterra. Con este libro –que Carlos Scolari denomina “la madre de todas las invasiones”–, Wells no pretendió advertir a la humanidad del peligro de una colonización extraterrestre: quiso llamar la atención a la sociedad sobre los peligros de dormirse en los laureles de la estabilidad y el bienestar.

Ilustración: Facundo Vittiello
Ilustración: Facundo Vittiello

En su novela Ann Veronica (1909) se anticipó a los movimientos feministas de liberación de la mujer del siglo XX. Dos matrimonios (con su prima, Isabel, y una alumna, Amy Catherine Robbins) y muchos amoríos marcaron la vida sentimental de Wells. De su relación con la periodista Rebecca West, que duró 10 años, tuvo un hijo, Anthony West, nacido en 1914.

Si bien no fue en La guerra de los mundos donde la literatura abordó por primera vez la existencia de seres extraterrestres, en ella se lo hizo desde un nuevo punto de vista. Antes el tema había sido tratado por los escritores de la arrogante era industrial como encuentros con civilizaciones más primitivas, pues para muchos era impensable otra tecnología más avanzada que la del hombre. Pero esa no era la opinión de una persona de la imaginación de Wells, no sólo para idear premoniciones como las vertidas en esa novela –como las naves espaciales, el rayo láser, la guerra química o la organización de ayuda internacional ante desastres en gran escala–, sino también para plasmar su concepción del colonialismo.

En aquella época Londres estaba inmersa en la era victoriana y vivía su momento de máximo apogeo. Era la capital del mayor imperio colonial que jamás conoció la Tierra. En Londres el colonialismo era considerado un acto de patriotismo beneficioso para Inglaterra e incluso para los países conquistados, pues los acercaba al progreso, a la civilización, al orden británico y al cristianismo.

Wells no compartía esa visión idílica y pueril del colonialismo, y por eso en La guerra de los mundos presenta a la civilización marciana técnicamente muy superior a la humana. Londres, la orgullosa cabeza del imperio británico, sucumbe rápidamente sin que el ejército, ni la ciencia o el ingenio humano puedan hacer nada para frenar el avance enemigo. Cuando todo está perdido, e Inglaterra se convierte en colonia de Marte, los marcianos quedan aniquilados víctimas de los microorganismos, los seres más diminutos de este planeta. Donde la técnica y la estrategia humana fallaron, vencieron estos seres cuya existencia pasa desapercibida. Era una auténtica lección de humildad ante una época dominada por el triunfalismo de la técnica. Aunque describa situaciones imaginativas, el estilo literario de Wells es muy realista, y allí radica su éxito.

En la noche del 30 de octubre de 1938, cuando el mundo temblaba por la ambición de un dictador (Adolf Hitler), el actor Orson Welles realizó una adaptación radiofónica de La guerra de los mundos que causó una ola de terror en Estados Unidos porque muchos oyentes creyeron que se trataba de una invasión marciana real a Nueva Jersey.

El martes 13 de agosto de 1946, H. G. Wells falleció en Londres, a los 79 años, luego de sobrevivir a la tuberculosis, dos guerras mundiales y a uno de los períodos más agitados de la historia.

Murió pocos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial, sin que los horrores cometidos por los Estados beligerantes lo hicieran renegar de su sueño de crear un mundo mejor, más justo y solidario. Con todo, sus últimos escritos, El destino del homo sapiens (1939) y La mente a la orilla del abismo (1945), están teñidos de pesimismo ante su impotencia frente una humanidad que se destruye a sí misma. Por entonces, Wells escribió: “A mi juicio, el mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz”.

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