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Algunas pequeñas reflexiones acerca de otras reflexiones

Por Raúl Koffman.- La cotidianeidad con su crudeza o sus disfraces reclama estar atentos al orden que no siempre se ve con claridad.


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A continuación, una serie de pequeñas reflexiones sobre otras reflexiones:

Primera reflexión

Miguel de Unamuno dormía diez horas cada noche. En una entrevista para embromarlo le preguntaron:

—Maestro, ¿cómo es posible que una persona de su inteligencia duerma tanto? Se rumorea que hasta diez u once horas al día; y del tirón.

—Joven, yo cuando estoy despierto estoy mucho más despierto que usted.

Es sabido que en el acto de dormir la indefensión es máxima. Pero retirarse del mundo para nuevamente enfrentarlo al día siguiente es imprescindible (dormir no implica necesariamente descansar bien, dicen). Y cuanta mayor desconexión haya, más fuerzas al día siguiente. Salvo que se esté en “vigilia”, vigilando. Unamuno no necesitaba hacerlo.

Aquí “despierto” es sinónimo de astucia, de no indefensión por credulidad. Es el viejo tema de que cuanto más se necesita creer más fácil se encuentran opciones creíbles. Michel Onfray lo llama “autointoxicación intelectual”, y dice: “Se engañan a sí mismos, pues afirman que es verdadero lo que creen y creen que es verdadero lo que afirman”.

Y, complementariamente, cuanto más se necesita creer más vendedores de ilusiones aparecen. El marketing, en todas sus variables, sirve para eso. A veces es más fácil vender un candidato a presidente que una lata de tomate, dicen algunos.

Pero puede suceder también que alguien se crea y sienta estar “bien despierto”, y sólo “crea” estarlo (y en realidad esté soñando que está despierto, diríamos jugando con las ideas). Muchísimas personas transcurren sus vidas engañadas y creídas, y nunca se enteran de algunos hechos transcurridos. Las verdades escrupulosamente ocultadas en las historias de las familias son muy frecuentes (paternidades dudosas, suicidios, predisposiciones genéticas, abortos, etcétera).

Por otro lado, esto dependerá de la sociedad en la que se viva. En una sociedad violenta, en la que la subsistencia es moneda corriente, el “estar bien despierto” es una necesidad. Si se cumple con la palabra y hay credibilidad y no ocultamientos, quizás entonces la paranoia sobre.

Segunda reflexión

“No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto”, decía Jorge Luis Borges de su relación con Buenos Aires. Y muchos aplicaron este principio a las relaciones humanas. Es más, otro poeta en una de sus canciones decía “entre el espanto y la ternura transcurre todo… el sano juicio con la locura, la flor, la piedra”. Dos extremos, dos emociones dispares: espanto y amor/ternura. Y una relación de causalidad posible: el espanto es generador de acercamientos.

El espanto parece referirse a la desolación, al desamparo, fragilidad y vulnerabilidad tan temidos. A que el Hombre de Acero (en cualquiera de sus variantes) es solo una ficción. A los seres humanos les espanta la propia finitud y la condición de seres encarnados, su animalidad. Ser solo una especie que pueda extinguirse (¿quién disfrutará de Mozart, de Beethoven y de Dalí?). Mientras que la ternura y el amor aparecen como protectores y quizás hasta salvadores frente a esas temibles sensaciones tan humanas. La mano que pasa sobre la piel parece hacer olvidar la propia piel. El amor con su sueño de plenitud y la ternura como su representante; la caricia sea tierna o erótica embriagan los sentidos y hacen olvidar, por momentos, la espantosa, dura y cruel realidad. Hasta existen personas que dicen ser adictas al amor. Otras personas necesitan sustancias más fuertes que las propias hormonas.

Este par podría explicar también que muchas personas amen los festejos de sus cumpleaños mientras que a otras, les sea, en principio, indiferente y hasta a veces, sin sentido. El hecho es el mismo; pero el significado y resolución; es diferente. La ternura y el espanto reaparecen en estas fechas claves llevando a elecciones diferentes. El festejo como equivalente de la caricia, nos hace ver el vaso medio lleno. Pero no lleno de lo que resta por beber, sino lleno de lo ya vivido. Y su contrario, el no festejo, nos envía al vaso medio vacío, pero vacío de seguridades y certezas sobre el futuro.

Tercera reflexión

“Hay que ser cínico si no se quiere perecer, y esto, si se me permite decirlo no es inmoral: es el cinismo del orden secreto de las cosas”, dijo Jean Baudrillard. ¿Está el mundo cínica y secretamente ordenado? Si es secreto, la ciencia no pudo encontrar aún ese código.

El orden del mundo es y seguramente será siempre un tema discutible. Darwin da una respuesta posible. Y los que sostienen el “darwinismo social” (la supervivencia de los económicamente mas fuertes) dicen complementarla. El orden natural es uno, el orden cultural es otro. Y no siempre coinciden. La cultura fija un orden a partir de la escala de valores que la sustenta y acompaña. Y periódicamente hay cuestionamientos del orden cultural que algunos pretenden naturalizar.

La domesticación del animal humano no siempre dio resultados, porque no se descubrió aún cómo domesticar a los domesticadores. Es una obviedad que no todos nacen con los mismos recursos intelectuales. Como es otra obviedad de que hay quienes podrían desarrollarlos y no pueden hacerlo. ¿Será éste el orden cínico? O será que cada vez que hubo masacres, el mundo y sus mandamases, lo sabían y nada hicieron para detenerlas por intereses económicos. Lo que en estas pampas llamamos “hacerse el bobo y mirar para otro lado”. Alguien afirmó que esta conducta es la garantía para permanecer siempre “cerca del sol”, ¿es éste el orden cínico? ¿O el animal humano es un animal cínico que supo construir una cultura y sociedad cínicas? Las opiniones son muchas.

Reflexión final

Estar bien despiertos, saber enfrentar al espanto sin engañarse de que éste no existe y descubrir el orden del mundo son tareas cotidianas que consumen tiempo y esfuerzo. La cotidianeidad con su crudeza o con sus disfraces o mascaradas reclama atención, reclama estar atentos y despiertos al orden que no siempre deja verse con transparencia. Si lo que se muestra fuese la totalidad del mundo todo sería mucho más fácil (ni Platón con su afirmación que la realidad son las ideas, hubiese existido). Sin la creencia en la transparencia todo se complejiza y empieza a suponerse la existencia de ordenamientos secretos. Pero algunos secretos finalmente se conocen. Y otros aún esperan que alguien descubra sus leyes de funcionamiento.

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