Región

¿Dónde están?

Alerta, coipos: el río está en creciente, pero después de sequía y quemas a la “nutria” del Humedal no se la volvió a ver

Pablo Los Aliados, integrante de El Paraná No Se Toca, lanzó una convocatoria por redes sociales: una de las especies que abundaba en el Alto Delta y él supo retratar en sus recorridas, está ausente. Las respuestas corroboraron la impresión. ¿Y si vuelven los mata la política económica del gobierno?


Foto: Pablo Los Aliados.

¿Donde están? Y lo más importante: ¿están? Naturalista vocacional y miembro de la organización El Paraná No Se Toca, Pablo Los Aliados, como se hace llamar, es un conocedor del Humedal y de los territorios, riachos y lagunas del Alto Delta, que supo deslumbrar con fotografías de la belleza natural de las islas frente a las costas del sur santafesino, y más estremecer cuando tomó imágenes de esos mismos paisajes, pero después de que fueran devastados por el fuego de las grandes quemas en los últimos años. Y ahora, también a partir de sus propias imágenes, se hizo una pregunta y la publicó desde sus perfiles en redes sociales para descubrir si se trataba de una percepción suya propia, o de una realidad. “Coipos 2023/2024, ¿dónde están?”, planteó, a la espera de que el entramado que conoce su trabajo también compartiera la inquietud, y hubiera una devolución con respuestas tranquilizadoras. Las respuestas llegaron, pero la tranquilidad no: navegantes, isleros, pescadores, y otras personas que comparten interés o curiosidad por la flora y la fauna de la región registraron similar impresión: uno de los mamíferos característicos de la zona de mayor diversidad de la región, parece ausente. Y, peor, otro de los miembros de la organización ambiental, Jorge Bártoli, reportó uno, el único que vio en los últimos tiempos. Estaba aplastado por los vehículos en la ruta del puente Rosario-Victoria.

“Los coipos, o mal llamados nutrias, son parte de la fauna del humedal. A lo largo de las décadas sus poblaciones tienen ciclos en que se los ve más y en otros menos, en el siglo pasado reciente también muy cazados por su piel. Era muy común que en invierno los pescadores pasaran a ser tramperos”, relató y explicó Pablo en su apelación a una respuesta colectiva. Y continuó: “Ya entrado el nuevo siglo, la demanda peletera disminuyo, y la caza con este fin también. Siguió formando parte del alimento de isleros, algo que no afectaba a sus poblaciones que se mantenían estables”.

El coipo o quiyá, según lo nombraron en sus lenguas mapuches o guaraníes (myocastor coipus) es más conocido por la identificación que le dieron los conquistadores españoles, quienes lo asociaron con sus nutrias nativas. Pero es un roedor con las características de dos dientes incisivos muy grandes, y tiene más parentesco con un carpincho o incluso con una rata que con la nutria, una especie carnívora cuya arma son sus colmillos. Hay, en el Humedal del Alto Delta, una especie nativa de esa familia y es el lobito de río, en otros tiempos muy presente y hoy casi en riesgo. Han sido vistos por quienes se internan en las islas, y la costumbre de las organizaciones ambientales es no dar localizaciones precisas para ponerlos en más peligro del que ya están.

Ahora Pablo Los Aliados tomó el mismo recaudo, alerta por la desaparición al menos visual de lo que supo ser tan abundante que la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza no lo tiene en la lista de especies bajo presión sino en otra, la de las 100 especies exóticas invasoras a nivel internacional. Ocurre que la famosa “piel de nutria” de prendas de vestir se volvió más rentable por el coipo, y se fueron instalando criaderos en diferentes lugares del planeta. Y, como suele ocurrir, muchos lograron escapar de su cautiverio –y su destino– y prosperaron, gestando poblaciones en otras latitudes del mamífero que evolucionó en las aguas dulces sudamericanas. De hecho, como el camalote, hay una restricción por decreto en España, donde está prohibida su introducción al medio natural, pero también su “posesión, transporte, tráfico y comercio”.

Foto: Pablo Los Aliados.

Perdidos en el Delta

“A finales de 2015 y entrando a 2016 sucedió algo poco común. Se comenzaron a ver gran cantidad de ellos por cada rincón de la isla, en mis salidas los encontraba a diario por cada lugar que recorría, cuando en abril de 2016 el Paraná supero los 5 metros en Rosario, una gran cantidad de ellos incluso cruzaban el rio ingresando a zonas urbanas cercanas a la costa”, relata de primera mano Pablo Los Aliados.

También recuerda que, poblando el interior de las islas sin mucha vegetación, los coipos, asimilados por su forma con los castores norteamericanos, “comenzaron a roer la corteza de los sauces en sus bases, provocando que se secaran muchos de ellos”. El naturalista repasa que la expansión en el ciclo de inundación también dejaba a los coipos fatalmente expuestos: “En la traza vial Rosario Victoria cientos eran atropellados a diario, el asfalto parecía una carnicería”, cuenta.

Pero eso se terminó con el ciclo siguiente de bajante, que iría asentándose como sequía histórica. “Luego de 2017 a 2019 volvieron a su número habitual. La bajante extrema se comenzó a sentir entrando el 2020, en ese momento a medida que el interior del humedal se comenzaba a secar, los coipos que no mató la seca se arrimaron a las zonas cercanas al Paraná, justamente donde más humanos suelen andar…”.

Fue el principio del fin para muchas especies de la zona, cuyo hábitat se volvió tóxico: “En 2021/2022, corridos por el fuego y con un humedal 80% seco, se agruparon en madrejones costeros, donde fueron masacrados por cazadores que todos los días de la semana se cruzaban a matarlos. Ése año publique una foto donde en una pequeña laguna solo habían quedado sus nidos formados por montículos de camalotes. No los cazaban por su piel sino para venderlos informalmente. A lo largo de toda la costa de la ciudad, había carteles de «Hay nutria» en cada localidad costera. Lo que no se vendía se lo daban de comer a los perros”.

¿La presión llegó a niveles de destrucción? “De 2023 al día de hoy no volví a encontrar ningún individuo, y anduve bastante por muchas islas arroyos y lagunas”, lamenta el integrante de El Paraná No Se Toca.

Y relata que consultó a puesteros que suelen recorrer en forma vasta los terrenos del Humedal: “Me respondieron que no vieron ninguno después de la bajante extrema”. También consultó con residentes de Puerto Gaboto, donde el río Carcarañá desemboca en el Coronda y muchas especies encuentran un territorio más amigable, pero tampoco parecían haberse desplazado hacia allí. “Uno solo me comentó que vio un montículo vacío pero que parecía recién hecho, en un sector inaccesible. Otro me dijo que hay que esperar que bajen del norte”.

Con todos sus presunciones teniendo una confirmación tras otra, Pablo lanzó la iniciativa a las redes, para ampliar la búsqueda. “¿Alguien vio alguno este último año en las islas?”, inquirió. Y las respuestas fueron más desalentadoras aún. “No se ven ni se escuchan”, respondió Nicolás desde Zárate. “Anduve navegando por la zona de Puerto Aragón, que está sobre la costa del río Coronda, y no vi ninguno, al igual que hace ya más de 3 años”, contestó Lucas. “En Victoria desaparecieron por completo hace ya más de un año”, aportó Matías. “Por la zona de Arocena y Coronda tampoco se ven hace meses”, sumó David.

Y Ángel abundó: “Estuve los últimos seis meses recorriendo las islas Lechiguanas desde enfrente de Ramallo a Ibicuy. Coincido totalmente con vos. Durante la noche en la isla no se las escuchaba balar, eso como detalle, Los isleros y puesteros coincidieron cuando les preguntaba: desde la seca no se las ve u oye por las noches. Así también lo mismo sucedía con los carpinchos, nadie los veía”. Quien respondió también dio cuenta de que veía las luces de los reflectores de quienes salían a “carpinchear”, pero no escuchaba tiros: ni coipos ni capibaras. Pero según Laura va a peor: “Tortugas no vi tampoco este verano”. Y María Laura, contó que el último que vio, al que desde una casa en el Embudo le daban alimento, “lo mató un perro”.

Sólo una respuesta, entre decenas que se sumaron casi de inmediato, resultó alentadora. “En la costa santafesina del norte no están en los ríos. Están en los zanjones de los arrozales”, contestó David.

Foto: Pablo Los Aliados.

 

Ambiente tóxico, economía tóxica

“Aclaro que en toda la zona de islas de Victoria rige una cautelar de un juez federal por la que no se puede ingresar armado. Por otro lado no esta habilitada la caza de carpincho; todos los que veo semanalmente, especialmente a la noche, con reflectores están cometiendo un delito”, escribió Pablo Los Aliados. Pero hay una zona más lábil: investigadores, activistas ambientales, residentes de distintas localidades costeras, entre otros, coinciden en referirse a las islas Lechiguanas, territorio entrerriano que está frente al sur santafesino y el noreste bonaerense, como una zona en disputa, donde confluyen intereses agropecuarios, ganaderos, inmobiliarios y otros, ninguno de ellos en consonancia con la preservación del ecosistema del Humedal. Con la ausencia de coipos, carpinchos y tortugas a la vista, ¿qué presión pueden tener políticas económicas que, según un reciente trabajo de la Universidad Torcuato Di Tella, está sumergiendo a un millón de argentinos por mes en la pobreza?

El riesgo incipiente no sólo alcanza a los mamíferos que habítan el Humedal. Por caso, durante la crisis de 2001/2002, con la caída de la convertibilidad, Entre Ríos había exportado más toneladas de sábalo que de pollo, una producción característica de la provincia. En 2002 comenzó a registrarse el tema, y la Argentina, uno de los pocos países que vende al exterior pesca de sus ríos interiores, llegó a superar las 40.000 toneladas de sábalo en 2004, según cifras del Senasa, que certificaban casi 30 mil toneladas medida hasta septiembre de ese año. Al año siguiente un grupo de diputados nacionales de Santa Fe, entre los que se encontraba el socialista Hermes Binner, presentó un proyecto para suspender por tres años todos los Permisos de Exportación de sábalos (prochilodus lineatus) “en cualquiera de sus formas de conservación y de los productos y subproductos derivados de su industrialización”.

Por entonces, el gobierno nacional estableció un sistema de cupos para Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires. En 2022 el cupo se estableció en 6.378 toneladas, al igual que el año anterior. Pero ahora el tema, como muchos otros, no tiene resolución nueva, con lo cual puede quedar dentro del desmantelamiento de las regulaciones del Estado en las que avanza el gobierno de Javier Milei.

Foto: Pablo Los Aliados.

 

Todo está guardado en la memoria

Pablo Los Aliados le recuerda a El Ciudadano que el coipo “siempre fue parte de la comida” de los isleros, pero de modo no devastador, sino de equilibrio. Hasta que llegó la “gran bajante”. Preguntó y vio él mismo que se habían secado lagunas que nunca habían dejado de tener agua, al menos en lo que se recuerde.

“Se empezó a ver que los bichos quedaban dentro de las lagunas secas y les dieron una paliza. Y después siguió bajando el río en 2022, y empezó encima del fuego”, lamenta. Repasa que los coipos se empezaron a agrupar en los pocos lugares donde había agua, y quedaban todos expuestos. “Les dieron una paliza terrible. Yo no sé si fue la única causa, pero creo que la sequía, la falta de hábitat de laguna, que era donde vivían mayormente y se reproducían, fue la gota que rebalsó el vaso, sumado a las quemas”.

Pablo remarca que sólo puede dar indicios, y que no conoce investigaciones al respecto que certifiquen si la población de coipos en el Alto Delta ha sido diezmada. Por ahora la convocatoria en Facebook, en el perfil “Pablo LoS AliadoS” está lanzada y sigue encontrando respuestas, la mayor parte no alentadoras.

Refiere también que alguna que otra persona que fue consultando también le habló de una enfermedad, que había alteraciones en el comportamiento. Sin agua y con fuego, se puede suponer cuanto menos un estrés fatal. Pero también recogió más versiones: “En el momento en que hubo esa esa gran reproducción demográfica que en el 2016 estaban enfermos. Isleros me decían que habían notado eso, que no los estaban consumiendo porque estaban enfermos en esa época. Y después murieron un montón. Los cazaron muchísimo en toda la línea costera desde Puerto San Martín y más arriba también hasta Rosario. Se quedaron sin hábitat, y nosotros le agregamos la gotita. Por ahí un islero te dice que vio un nido, muy hacia adentro; otro que vio rastros. Saben que algunos andan pero muy pocos”.

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