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Ajustarse el cinturón (o ganar las elecciones)

Con la disputa del Mundial de fútbol la atención de la opinión pública estará enfocada principalmente en lo que suceda en Rusia.


 

Por Emiliano Rodríguez / NA

Los planes de ajuste no ganan elecciones: el Gobierno lo sabe, aunque parece dispuesto a llevar adelante hasta las últimas consecuencias su programa de reducción acelerada del déficit fiscal tras el acuerdo alcanzado con el FMI.

La Casa Rosada se comprometió ante las autoridades del Fondo Monetario Internacional (FMI) a imprimirle nuevos bríos al gradualismo que ha caracterizado a sus políticas económicas desde que Mauricio Macri asumió como presidente de la Nación en diciembre de 2015.

Para cerrar un acuerdo por 50.000 millones de dólares que la Argentina tendrá disponibles durante un lapso de tres años, el gobierno aceptó establecer con el FMI nuevas metas de inflación (en momentos en los que el incremento de precios carcome a diario el poder adquisitivo del salario) y de resultado fiscal también hasta 2021.

En lo que se refiere a reducción del rojo de las cuentas públicas en la Argentina –uno de los pilares del plan económico macrista– se pactaron los siguientes objetivos: 2,7% del Producto Interno Bruto (PIB) en 2018 (contra un 3,2% estipulado en la anterior estimación oficial); 1,3% en 2019 (2,2%); equilibrio primario en 2020 (1,2%), y superávit de 0,5% en 2021 (0%).

Esta decisión del gobierno de redoblar la marcha en su proceso de reducción del déficit fiscal probablemente se traduzca en un decrecimiento de la obra pública en los próximos meses, de igual modo que se espera que tenga un impacto negativo en el salario real de los trabajadores públicos e incluso en los niveles de empleo en ese sector.

Así lo advirtió en estos días el economista Víctor Beker, director del Centro de Estudios de la Nueva Economía de la Universidad de Belgrano, que sostuvo que el FMI reclamó a la Argentina que el achicamiento del gasto del Estado sea más drástico que lo que había anunciado el gobierno.

“La gran pregunta es cuáles son los ajustes que se van a hacer. Creo que el candidato natural es la inversión pública y el segundo candidato es el salario real del personal del Estado”, evaluó Beker en un comunicado de prensa.

 

“Ajustarse el cinturón”

Más de 20 años pasaron desde que el último presidente no peronista de la Argentina llamó a la población a “ajustarse el cinturón” y a implementar una suerte de “economía de guerra”, en medio de una de las tantas crisis que ha padecido el país a lo largo de su historia.

Se trató del radical Raúl Alfonsín, que se expresó en estos términos meses antes de la Copa del Mundo de fútbol que la selección nacional ganó en México en 1986. Dos décadas y monedas más tarde, la administración que encabeza Mauricio Macri, aunque sin utilizar las mismas palabras, le reclama prácticamente lo mismo a los casi 44 millones de argentinos.

Por más que el objetivo de máxima del gobierno suene e incluso resulte “empresarialmente” correcto, es decir, avanzar hacia un modelo financiero estatal en el que el gasto tenga un correlato lógico con los ingresos genuinos del sector público, los planes de ajuste no ganan elecciones.

Probablemente nadie que trabaje en política se animaría a negarlo. En la Casa Rosada lo saben, pero Macri está dispuesto a inmolarse por la causa, según dijeron a <NA< fuentes cercanas a la alianza Cambiemos en los últimos días.

En este contexto, si efectivamente el presidente ha decidido llevar adelante su programa económico hasta las últimas consecuencias e incluso a “morir con las botas puestas” si fuese necesario, como sugieren en el gobierno, los estrategas de comunicación del macrismo –que han cometido algunos errores significativos en los últimos meses– deberán esforzarse y mucho de ahora en más si pretenden sembrar en la población la idea de que un ajuste con características de cirugía mayor representa “lo más conveniente” para el país.

El gradualismo, eventualmente, sí gana elecciones, como quedó demostrado en los comicios legislativos del año pasado, pero tras el acuerdo con el FMI y los requisitos impuestos con relación al déficit fiscal, es esperable que el camino rumbo a la crucial votación presidencial de 2019 se le presente bastante más escarpado al oficialismo en el futuro inmediato.

De por sí el gobierno ha dilapidado en meses recientes gran parte del capital político que había alcanzado hacia fines del año pasado y, si bien le sigue prendiendo velas al “segundo semestre” de 2018, es poco probable que la economía favorezca sus ambiciones de llevar mejor pertrechado al cambio de calendario.

El propio ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, reconoció que el crecimiento del PIB se ubicará este año por debajo de lo previsto originalmente, en el orden del 0,4% y el 1,4%, aunque destacó, como contrapartida, que el gasto público será recortado en un 4,5% en los próximos tres años.

En términos reales, esto implica una poda de la inversión pública del 30 por ciento hasta 2020.

Así las cosas, especialistas como Beker pronostican que se vienen tiempos de estanflación en la Argentina, es decir, un estancamiento económico combinado con un persistente aumento del costo de vida: un augurio desalentador para un gobierno que apuesta a renovar su mandato en 2019.

 

La justa deportiva sin igual

Con la disputa del Mundial de fútbol la atención de la opinión pública estará enfocada principalmente en lo que suceda en Rusia.

La “justa deportiva sin igual” que se avecina debería suponer un puñado de semanas de calma artificial para el gobierno, que sabe que tiene por delante varios frentes de tormenta por sortear antes de fines de año.

La Casa Rosada viene de desactivar temporalmente una amenaza de paro nacional por parte de la CGT, a la que le ofreció habilitar un incremento de 5% en la pauta salarial establecida para 2018 y así elevarla a 20% para negociaciones en el sector privado. Al mismo tiempo, quedó definitivamente descartada la insólita meta inflacionaria del 15% para el año en curso.

Da la sensación de que tuvo que aparecer en escena el FMI para decir: “Muchachos, déjense de tonterías”. Dicho sea de paso, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) mostraría en 2018 un incremento incluso mayor al registrado en 2017 (24,8%) y el dólar luce lo suficientemente entusiasmado en la plaza doméstica como para ir en busca de los 30 pesos por unidad para la venta antes de fines de año.

En el plano gremial, sectores más radicalizados y por ende, menos dialoguistas de la CGT, liderados por el clan Moyano, se mantienen en pie de guerra, junto con las centrales obreras que encabezan Hugo Yasky y Pablo Micheli, que ya lanzaron una huelga nacional con movilización para el próximo jueves, día en el que comenzará a rodar la pelota en Rusia. En la sede de Azopardo, postergaron hasta el martes una decisión.

De todos modos, en las semanas que se avecinan el humor social estará en gran medida supeditado a lo que ocurra con el astro Lionel Messi y sus compañeros de la selección argentina de fútbol que dirige Jorge Sampaoli en aquel país de la ex Unión Soviética.

En pleno Mundial incluso, hacia el 20 de junio –feriado en la Argentina– el gobierno de Macri debería tener ya disponible el 30% de los u$s 50.000 millones que le ofrece el FMI, es decir, 15.000 millones de billetes estadounidenses.

Ese día se espera que quede formalizado el acuerdo con Fondo, celebrado por el oficialismo y duramente cuestionado por la oposición e incluso sectores de la Iglesia, como los curas que integran el grupo Opción por los Pobres: “El FMI siempre ha sido sinónimo de hambre. Lo que se viene es muerte”, aseguró uno de ellos, el sacerdote Ignacio Blanco, de la diócesis de Quilmes.

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