Ciudad

“A este premio lo tomo como un mimo, viento para mis velas”

Por Santiago Baraldi.- Dante Taparelli, de 57 años, será reconocido hoy por el Concejo Municipal como Artista Distinguido de la ciudad.


Unas lágrimas negras sellarían su destino para siempre. Aquellas niñas humildes con sus caritas marrones tapadas de tierra en un verano tórrido en Santa Fe. El pequeño Dante se ensaña con la muñeca mutilada, que tenía ruleros en lugar de piernas y brazos. Se las quita, la desarma y la pisa con saña. Cuando volvió a pasar por la vereda y vio el llanto de las niñas comprendió la maldad de su acto. Desde entonces su vida fue reparar. Los maniquíes estarán presentes para siempre. Como diseñador de moda o como artista, Dante Taparelli puso el cuerpo en enmendar. Alto y flaco, este quijote de la vanguardia urbana, llegó hace 30 años a Rosario e instaló primero su impronta original en la actividad privada como diseñador de moda; pero luego se involucró en la cultura de la ciudad, desde su cargo como director de Diseño e Imagen Urbana de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad, y por lo que hoy será homenajeado como Artista Distinguido de la ciudad por el Concejo Municipal (ver aparte).

Taparelli recuerda la anécdota que lo marcó para siempre. Fue cuando su padre lo mandó a comprar vino al almacén y en el trayecto se cruzó con un par de niñas jugando con una muñeca rota: “Como era niño no sabía cómo reparar lo que había hecho, hasta que me hice artista. Toda mi obra está signada por reparar objetos, ponerles piernas de otros, devolverle vida a un maniquí con arte. Esas niñas no se quedaban con la mutilación; aquellos brazos o piernas los habían reemplazados con ruleros para seguir jugando; esa cosa de fabricar algo para sostenerlo y sostener a otros… Por eso me perturba tanto el dolor ajeno. Mi obra es para la gente, lo hago con pleno amor, sigo siendo ese niñito malo que le rompió la muñeca a una niña triste y se condenó desde ese momento a reparar el resto de su vida, porque es lo que hago. Tengo mis ideales firmes y concretos”, dice el artista de 57 años.

Aquel niño santafesino, hijo de un padre italiano metalúrgico y madre francesa, de buen pasar económico, tenía otra visión de la vida. Siempre le gustó el horizonte, conocer más allá, curioso por desafiar las fronteras. Así, podía caminar por las vías hasta cansarse, o ir con un amigo en bicicleta por una calle para saber dónde terminaba la ciudad o subirse a un colectivo, hacer todo el recorrido y treparse a otro para conocer los suburbios. “Mi vieja era hija de un arquitecto que hacía puentes. Creo que siempre he sido un puente para que las cosas sucedan, nada más. En mi epitafio quiero que diga: «Dante Taparelli, austero»”.

Innovador, Taparelli aseguró que se siente orgullo de la distinción que recibirá hoy en el Concejo. “Sobre todo que un artista como Cheché y la Asociación de Dibujantes de la ciudad hayan tenido la iniciativa –destaca–; es un mimo, es viento para mis velas. La curiosidad permanente, la búsqueda. Esa cosa de autosuficiencia me permitió no tener que competir con nadie para crecer. La competencia es conmigo mismo. Para mí superarme no es que me declaren artista distinguido, me da vergüenza, yo debería distinguir a otros… el mejor premio para mí es poder haber hecho las cosas que hice y poder desarrollar la capacidad de hacer algo sin dinero o con el 1 por ciento de lo que los otros gastan… será porque vengo del mundo privado, me fundí un montón de veces y sé el valor del dinero”.

Entre sus múltiples trabajos se destacan la proyección y creación del Museo Urbano Arte a la Vista –primer museo a cielo abierto, compuesto por circuitos urbanísticos donde se pueden admirar obras de artistas rosarinos pintadas sobre muros de edificios–, las ferias Mercado Retro y El Roperito, y los recorridos guiados por el cementerio El Salvador, además de la realización de emblemáticas intervenciones artísticas en espacios públicos de la ciudad, como Romántica del Boulevard, una intervención sobre el bulevar Oroño donde rescata las imágenes de las viejas casonas; la fuente de Las Utopías, la obra Biociclo en la calle recreativa o la Máquina de Volar en el Jardín de los Niños, cuya maqueta elaboró desarmando perchas de madera luego de recuperarse de una convalecencia que lo tuvo tres meses en cama.

“Si a la vanguardia le ponemos innovación –se interrumpe y sigue–… la palabra vanguardia la tengo escrita como el número de los judíos en los brazos… Toda la vida hice eso, por eso nunca hice dinero. Siempre me interesó ser el primero en ver el fenómeno, por eso podés pensar otras cosas. Me encantó ser el mascarón de proa, el que ve la salida del sol. Si yo hubiera estado adelante en el Titanic no hubiera chocado con el iceberg, hubiera gritado antes (se ríe). Parece que la creatividad, el poder mirar más lejos, es un don social. Este reconocimiento es más viento para mis velas, ellos premian un barco a vapor y yo tengo bote a remos, el premio es para mis remos que son la gente que escucha, la gente que participa”.

Creador del Memora, estructura davinciana levantada en el Museo de la Memoria, que se mueve manualmente y ofrece un texto de cuatro metros con 60 relatos de violaciones a los derechos humanos en América latina a lo largo de 500 años, tiene en claro que “si no nos fortalecemos, si no formamos vínculos interesantes, no desarrollamos nuevamente la solidaridad, la compasión, la comprensión; si no incluimos de verdad, y no por un ratito, estamos fritos”.

Finalmente, sobre cómo lidia el creador con el burócrata que ostenta un cargo, como es su caso, es tajante: “El Estado, cuando te quiere rechazar, lo hace no incluyéndote. De muchas cosas que yo hice primero me dijeron ‘no’, y las hice igual. El tema es tener decisión política, preguntarme si trabajo para un cambio o para la gilada. El único ruido que jamás escuché es el del autobombo, jamás en mi vida. Yo me pongo cada vez más flaco para poder entrar por todos los agujeritos, cada vez más alto, más finito, más sutil…”, concluyó.

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