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Historia

Genocidio armenio como pesadilla

Florencia Demirdjian, docente de la UNR de la Cátedra Armenia, recuerda en boca de su abuela Assana, a punto de cumplir 94 años, aquella época “como un sueño”: la llegada de su familia a la Argentina y cómo creció la colectividad en Rosario.


“Usted habrá sentido la etimología de mártir. La palabra mártir significa testigo. Dicen que es el que testimonia algo. Dicen que testimonia una fe. Es el testigo. En el caso de los armenios se ha mantenido su identidad, a pesar de las duras persecuciones. Ante todo por un acto de fe, por el hecho de sentirse armenios”.

Jorge Luis Borges

Mi abuela Assana pronto cumplirá 94 años; ella nació en 1921, en Armenia. Su familia era de la provincia de Diaberkir, hoy tierra usurpada por Turquía. Es una testigo del genocidio contra el pueblo armenio, ocurrido entre 1915 y 1923. Su joven madre Oghida vio matar a palos a su madre. Y recuerda que sus padres Avedis y Oghida, y su tía Jale quien tenía un bebé recién nacido y un pequeño de 2 años, se escondieron en el sótano de una casa.

Pronto sus niños morirían de hambre. Con el correr de los días fueron atrapados y deportados al desierto en interminables caravanas, como tantos otros. Evidencias documentales muestran que uno de los genocidas responsable del exterminio, el ministro del Interior turco, Talaat, había sido muy claro: “Los armenios habían perdido el derecho a la vida en el Imperio Turco” para no malgastar municiones, se los debía matar a palos, a cuchillo, o ahogándolos en el río Éufrates, entre otras metodologías. Estaban planificadas todas las rutas para la deportación. Al norte los ahogarían en el Mar Negro, a los que vivían en el centro de Anatolia se los llevarían, sin víveres, caminando hasta el desierto de Deir–El–Zor, en cuyos pozos naturales serían arrojados y quemados.

Los métodos de aniquilamiento eran espantosos y obviamente no respetaban ni el sexo ni la edad de las víctimas. Las órdenes aclaraban que los armenios no debían vivir ni en el vientre de sus madres embarazadas. El río Éufrates, de aguas cristalinas, se tiñó de rojo por transportar cadáveres ensangrentados. Miles de mujeres y niños terminaron sirviendo como esclavos en los harenes de los Pashás (jefes) turcos, hoy muchos turcos desconocen que su verdadero origen pertenece a la etnia armenia, dice Súlim Granovsky en El Genocidio Silenciado.

Algunos de ellos huyendo de las persecuciones por ser armenios llegan a Alepo (Siria) y se quedan en un campo de refugiados por un tiempo, hasta que las órdenes del Comité de Deportaciones turco deciden aniquilar a los niños que residen allí. Evidencias de documentos oficiales turcos expresaban al gobierno de Alepo: “Reúnan a los niños de los armenios que, por orden de la Oficina de Guerra, han sido encargados por las autoridades militares. Llévenlos so pretexto de que serán cuidados por el Comité de Deportaciones, al fin de no despertar sospechas. Destrúyanlos e informen. Ministro del Interior, Talaat”.

Escape al paraíso

En este contexto de horror cuenta mi abuela que las iglesias eran un refugio y que los sacerdotes les decían a todos que América era un destino donde encontrarían la paz. Con esa intención parten hacia Mosul (Irak). Allí nace su hermano Garabet y se quedarían dos años hasta intentar llegar a Beirut (Líbano). Luego partirían del puerto de Marsella en barco, en un largo viaje de un mes a “La Argentina; sería este destino su paraíso.

Assana es la mayor de cinco hermanos; se casó con otro niño sobreviviente del genocidio y tuvieron tres hijos, diez nietos y sietes bisnietos. Relata, con mucha emoción, cuando se juntaban en casa de sus padres con otros armenios de la zona oeste de Rosario, y allí recordaban lo que habían dejado en Armenia. La añoranza de sus hogares y familias diezmadas. Todo se reflejaba en el tributo de cocinar comida típica que los hacía sentir más cerca de los afectos perdidos, además de hablar el idioma armenio que les había sido prohibido usar en Turquía.

Argentina los cobijaba y les permitía ser armenios, mantener su identidad sin ser perseguidos. En 1927, de los 2.100.000 armenios que vivían en el Imperio Turco, sólo quedaron vivos 77.435. La nación turca usurpó el 80 por ciento de sus territorios y confiscaron todos los bienes de sus habitantes.

Cuando le pregunto a mi abuela qué recuerda de Armenia, de las caravanas, responde: “Como un sueño, como un sueño”. Yo diría, como una pesadilla abuela, digo. “Y, querida, yo tenía 4 años: no era como los chicos de ahora”. A cien años del genocidio, la República de Turquía sigue negándolo.

Rosario recuerda el siglo de la matanza

“Porque la historia de los armenios es la historia del mundo. Porque un genocidio no tiene nombre. Tiene nombres. Porque recordar es evitar que vuelva a suceder. Porque participar es visibilizar los hechos que quieren ser silenciados. Porque cuando se mata a un hombre se mata a una parte de la humanidad. Porque sobrevivimos”. Este año los descendientes de armenios de Rosario se reunirán en un encuentro que invita a toda la comunidad a recordar y contar lo que pasó en Armenia hace 100 años; porque creemos que recordar es una forma de evitar que vuelva a suceder este atroz hecho en cualquier parte del mundo”.

Hoy, a las 19, la Colectividad Armenia de Rosario realizará un acto para recordar los cien años del Genocidio armenio perpetrado por el estado turco otomano y aún negado por Turquía, en el monolito a los mártires armenios (Dorrego y el río, Parque de las Colectividades). Participarán en el evento oradores referentes de Derechos Humanos de la ciudad de Rosario y autoridades municipales y provinciales. El genocidio armenio fue el primerodel siglo XX, perpetrado entre 1915 y 1923 por el imperio turco otomano, en el que se asesinaron a 1.500.000 personas. El pasado domingo 12 de abril el papa Francisco celebró una misa en la que reconoció a los mártires armenios y utilizó la palabra “genocidio” para referirse a estas matanzas, hecho que irritó a Turquía que, aún hoy, niega que esto haya sucedido. Sumado a esto, en el Museo de la Memoria, Córdoba 2019, quedará inaugurada la muestra fotográfica Imprescriptible. Camino a los 100 años del Genocidio contra el Pueblo Armenio. También, al cierre de ese evento habrá un recital de Alin y Talin. La actividad está organizada por el Museo de la Memoria, la Cátedra Armenia de la UNR y la Fundación Consejo Nacional Armenio.

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