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Sociedad

El Estado Islámico como desafío al multiculturalismo

Sobre las atrocidades producidas por el denominado grupo Isis en Siria e Irak, de cuya saña participan jóvenes occidentales.


El autodenominado Estado Islámico (Isis, por sus siglas en inglés) viene ejecutando un premeditado genocidio desde hace no menos de un año y medio a la fecha. Las víctimas son las mismas que desde hace trece siglos: poblaciones cristianas u otras minorías religiosas que se niegan a convertirse forzadamente al islam o, en su defecto, pagar un tributo para que se los tolere como ciudadanos de segunda. La última alternativa no es válida para esos cristianos que suelen engrosar los sectores pobres de la población en países como Siria o Irak. Pero tuvo que suceder que semanas atrás los fundamentalistas decapitaran a dos ciudadanos norteamericanos quienes, además, eran periodistas.

Entonces, pero curiosamente no antes, se reunieron los condimentos necesarios para que la noticia se hiciera realidad entre nosotros. Curiosidades, de lo que algunos llaman “sociedad de la información”.

Reacción en los medios de comunicación: el discurso de lo más o menos predecible; que no hay que estigmatizar porque son fundamentalistas que no representan el auténtico islam y que están solos y aislados del resto.

Los hechos parecen, sin embargo, desmentir una tan cándida y simplista explicación sobre las atrocidades cometidas por el Estado Islámico. Allí donde se encuentre la “frontera” (difusa, por cierto) entre las zonas donde el islam es mayoritario y las otras en las que no lo es, el conflicto es la norma, no la excepción. Desde Chechenia en el sur de Rusia, donde los “separatistas” son musulmanes y por tanto el conflicto no es tan político como religioso y cultural.

Hasta las milicias insurgentes en el sur de Tailandia y Filipinas, pasando por el califato recientemente proclamado al norte de Nigeria. En dicho lugar, la milicia de Boko Haram se hizo mundialmente famosa hace unos meses cuando tomó por la fuerza una ciudad abandonada por el ejército nigeriano y, entre otras atrocidades, secuestró a cientos de niñas de un colegio cristiano del lugar, a quienes se procedió a vender como esclavas, salvo que mediara el pago de una cuantiosa recompensa.

Hay dos datos, al menos, que no pueden pasar desapercibidos respecto de las matanzas masivas, degüellos a civiles indefensos y otras atrocidades (en internet puede verse el cuerpo de una niña de no más de cinco años, decapitado, alzado por un hombre entre sollozos). El primero, es que sus perpetradores se enorgullecen de ellos, precisamente por la saña con las que se los realiza. Por tal motivo no dudan en subirlos a las redes sociales. Lo segundo: muchos de los verdugos no son reclutados, para perplejidad del progresismo intelectual occidental, entre los marginales de poblaciones históricamente musulmanas. No, son jóvenes de clase media europea, australiana, incluso norteamericana. Dejan sus vidas materialmente seguras en los suburbios de Londres, Bruselas o Baltimore y marchan orgullosos al combate. Son jóvenes hijos de la democracia de posguerra educados en tolerancias y respetos de la más diversa laya que ahora van a matar “infieles” en nombre de Alá. O como el caso de Sally Jones, británica ex líder de una banda de rock, casada y madre de dos hijos, pero que se ha vuelto a casar con un compatriota suyo también converso musulmán. Sally adoptó el nombre de Sakinah Hussain, está en Irak y ha declarado que quiere decapitar a los cristianos con un “cuchillo sin filo”.

Mención aparte merece la actitud asumida frente al Estado Islámico por el presidente Barack Obama. Ha declarado sentirse horrorizado ante la decapitación de dos periodistas estadounidenses. Es el mismo jefe de Estado que hace nomás un año planeaba invadir Siria, ¡para apoyar a los insurgentes contra el gobierno sirio! Invasión desbaratada entonces por la diplomacia vaticana y rusa.

Acaso tenga razón Teresa García-Noblejas cuando afirma que “lo que nos hace vulnerables frente a los totalitarismos y a las ideologías invasivas (que utilizan la «religión» como pretexto) es que no creemos en nada. Y no sólo me refiero a la fe en un Dios personal sino a las consecuencias existenciales, sociales y políticas que se derivan de esas creencias: respeto de los derechos fundamentales (vida, libertad) y conciencia de que las personas tienen una dignidad inalienable”. Es claro que cuando no se cree en la dignidad inalienable de toda persona, el cálculo económico o electoral definen las decisiones políticas.

La nacionalidad europea de esos yihadistas mediáticos hizo saltar por los aires la idea de multiculturalismo tan hipócritamente venerada por las clases dirigentes del viejo continente.

Las noticias ahora se suceden unas a otras más o menos en similar sentido. Recientemente, un informe oficial del gobierno inglés señaló que alrededor de 1.400 menores sufrieron abusos sexuales durante 16 años en Rotherham, una localidad de South Yorkshire, desde 1997 hasta 2013 ante la inacción de las autoridades. Según consignaron los medios “El documento fue elaborado por encargo del Ayuntamiento de Rotherham, después de que cinco hombres de origen paquistaní fuesen encarcelados en 2010 por explotación sexual de niñas, y señala múltiples fallos de la Policía, las autoridades municipales y las agencias de protección de menores”. Es que dentro de la “inacción por parte de las autoridades” frente a semejantes actos, debe contarse que en ocasiones, cuando los padres se presentaban a hacer las denuncias, se las desestimaba por temor a fomentar “el odio hacia minorías étnicas o religiosas”.

Actualmente, las autoridades alemanas están alarmadas por el patrullaje de la “Sharia Police” por algunos barrios de ciudades alemanas con población mayoritariamente musulmana, encargadas de velar por el cumplimiento de la ley coránica, la “sharia”.

Los sucesos vienen a rehabilitar al sociólogo italiano Giovanni Sartori quien, casi en solitario, había planteado sus reparos hace unos lustros sobre la idea de multiculturalismo, entendido como que todas las culturas tienen idéntico valor. Al respecto, nos dice que multiculturalismo no es una extensión y continuación del pluralismo sino, por el contrario, su negación. “¿Hasta qué punto una sociedad pluralista puede acoger sin disolverse a enemigos culturales que la rechazan?” (La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros).

La pequeña siria cruelmente decapitada, cuyo cuerpo inerme un hombre levantaba entre sollozos, merece mucho más que un titular en algún medio. Es de esperar que su crimen, y el genocidio del que forma parte, no queden impunes sólo por no haber sido la víctima de nacionalidad estadounidense ni de profesión periodista.

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