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Reflexiones

Voto blanco tóxico, cálculos inversos y la logística del PJ

El voto blanco, que en otras elecciones beneficia al ganador, este domingo puede ser un factor tóxico.


El voto blanco, que en otras elecciones beneficia al ganador, este domingo puede ser un factor tóxico. En la primaria, los votos en blanco de desencantados o antisistema vale, cuenta como voto pleno, se come una porción de la torta, pesa en la estadística real. Como el 9-A no se distribuyen bancas y no se aplica el D’hondt, el blanco juega y al jugar aleja los umbrales deseados que se fijaron los candidatos.

Sencillo: matemáticamente, es más difícil juntar el 40 por ciento de los votos este domingo que el 25 de octubre. La razón es operativa pero tiene impacto político y marketinero. Si en una general el voto blanco entra en el reparto, varios escaños quedarían vacíos. Para que eso no ocurra, se computan los votos emitidos, se descuentan blancos y nulos y se llega a los llamados votos positivos, sobre los que se calculan los porcentajes finales.

Pero, en las primarias, los cálculos se hacen sobre una base más ancha: los votos válidos, que surgen de la suma de los positivos más los blancos. En las Paso, para llegar al 1,5 por ciento que la ley impone como mínimo para avanzar al próximo casillero, el cálculo se hace sobre los válidos: es decir, vale el peso del voto en blanco.

Un ejemplo: en las Paso de 2011, el FpV sacó 50,24 por ciento de los válidos pero tomados los positivos el resultado fue 47,98 por ciento. Cuatro años antes, en 2007, sin primarias, Cristina –con el radical mendocino Julio Cobos como vice– fue electa con 45,3 por ciento de los positivos. Si el porcentaje se hubiese tomado sobre los válidos, el resultado sería 42,33 por ciento.

No es una trampa ni un antojo. Igual, serán tóxicos a la hora de leer los resultados el domingo a la medianoche cuando se bosquejen titulares de diarios y zócalos de TV. Los números del 9-A mostrarán a los candidatos más lejos de los números mágicos que ellos se fijaron. A su vez, como las encuestas excluyen el voto en blanco de los repartos, eso potencia el margen de error para este turno.

En rigor, todos los partidos terminarán con un porcentaje menor que el que lograrían si repitiesen el resultado en la general. Será, en algún punto, una postal engañosa.

Un caso práctico. El peronismo K proyecta, como umbral luminoso, el 40 por ciento. Por encima, el triunfo en primera vuelta de Daniel Scioli es considerado irreversible, sin necesidad de llegar a un incierto y temible balotaje. Si, en cambio, termina cerca del 35 por ciento, que implica estar 3 puntos arriba de los peores resultados –2009 y 2013–, la remontada hasta el 45 se torna más escarpada y sinuosa.

En el PRO, dicen que no hablan de números, pero arriesgan una relación de cercanía entre el FpV y el PRO en el resultado. Mauricio Macri consideró imposible vencer, en la primaria, al FpV. Deslizan, cerca suyo, que el objetivo de Cambiemos es superar el 30 por ciento, con una diferencia importante sobre Sergio Massa para que ocurra, con el tigrense, lo que le pasó a Eduardo Duhalde en 2011: perdió 1,3 millón de votos entre la primaria y la general, cuando cayó del 12,1 al 5,9 por ciento. El fenómeno recurrente –lo sufrió Francisco de Narváez en 2013– que constata la migración del voto opositor, con sentido utilitario, hacia la mejor oferta.

En el FpV y el PRO coinciden en un cálculo, referenciado como cuenta inversa, que consiste en hacer la sumatoria de menor a mayor sobre las estimaciones de las encuestas. El dibujo es el siguiente: anticipa el 5 por ciento de voto en blanco, el 5 de Margarita Stolbizer, un 3,5 del FIT y un 2,5 del resto de los espacios –Rodríguez Saá, De Gennaro, la izquierda y los silvestres–. Eso redondea un 16 por ciento mientras que a UNA, que reúne a Massa y José Manuel de la Sota, le otorgan entre 14 y 18 puntos.

Sumados, todos esos espacios –con el blanco contado adentro– dan entre el 30 y el 34 por ciento, lo que deja entre 66 y 70 puntos para repartir entre Scioli y Cambiemos.

El ensayo matemático, vicio de obsesivos, obliga a estimar cómo se distribuirán esos votos. Puede arriesgarse que sería difícil imaginar al FpV por abajo del 32 por ciento que logró en sus peores elecciones. A la vez, la sumatoria de la UCR, Carrió y el PRO figura, por antecedentes y encuestas, arriba del 28 por ciento. Con 66 puntos, al repartir eso puede dar 32 a 34, o 38 a 28. Acá juega el blanco como voto tóxico para el cálculo, ya que más allá de las encuestas hace cuesta arriba que el oficialismo supere la barrera del 40 por ciento. El consultor Carlos Fara anudó antecedentes y resultados recientes y estimó, en un ejercicio interesante, que está al alcance real del FpV llegar a los 40 puntos el domingo. Y observa que si el 9-A lograse un 40 por ciento eso debería “anotarse” como un piso del 42 por ciento para la general de octubre en la que, como se explicó, los blancos se excluyen del reparto.

Un tercer juego aritmético tiene que ver con una decisión política pasada cuya funcionalidad se entiende ahora. Detrás del aperturismo de la Casa Rosada para recibir, de vuelta, a caciques que aparecían como aliados de Massa, hubo un cálculo premeditado: tratar de capturar un millón de votos que el FpV perdió en el conurbano en 2013 en manos del tigrense. Esos caciques volvieron con la consigna de enfrentar primarias, más que por una defensa a los rivales que habían surgido en esos distritos, por una ecuación básica: en Merlo, en Almirante Brown o en Pilar, la interna del FpV entre dos espacios competitivos incrementa la colecta general de votos. “Por qué perder los votos de Othacehé o de Menéndez si podemos juntar los votos de los dos detrás de Scioli”, explican. Esto se extiende a la decisión de habilitar internas en 64 de los 135 municipios bonaerenses. La primaria como colectora presidencial.

El último y más brumoso refiere al peso de la estructura. Se arriesga, como cálculo medio, que hay una diferencia de 5 puntos de Aníbal Fernández sobre Julián Domínguez en las Paso del FpV por la gobernación bonaerense. Eso implica unos 400 mil votos. El delivery de boletas –que un jefe territorial reparta una sola de las boletas– puede incidir al igual que el escrutinio, facilitado por un hecho: las dos boletas son iguales y, llegado el caso, mientras no modifique la cantidad de los demás partidos, lo que ocurra con el porcentaje del FpV, cómo se cuenten o se anoten esas cifras, será asunto del FpV.

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