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Una solución transitoria

Por: José Alejandro Silberstein

Casamientos sucumben ante divorcios.
Casamientos sucumben ante divorcios.

Hace varios años escuché a un renombrado terapeuta de familia decir que una pareja bien avenida era un accidente con suerte.
Evidentemente, esa formulación requiere ser pensada porque tiene un valor relativo. Hay matrimonios exitosos y otros que son un desastre. Aunque los hechos son los hechos. La realidad muestra que el índice de divorcios ha aumentado en forma significativa a un punto tal que ha superado al número de casamientos. Esta sí es una realidad a la que no podemos mirarla con el ojo ciego (hacer la vista gorda).
El divorcio es la forma más común y civilizada de disolución de un matrimonio y representa la terminación legal de un matrimonio válido. La otra es el asesinato del cónyuge, trámite que considero poco recomendable.
El matrimonio y el divorcio son dos instituciones. La pregunta es porqué una está antes que la otra. Entendido como institución, el divorcio debería ser pensado porque es un hecho inquietante que en mayor o menor medida siempre tiene derivaciones. Más allá de las controversias que existen entre quienes lo apoyan o lo rechazan hay algo que trasciende esas discusiones, y son los efectos psicológicos que produce. Si esto se minimiza o se niega, significa no asumir la gravedad que sus efectos tienen ante esa decisión tomada. El divorcio ocupa el segundo lugar dentro de los acontecimientos vitales tensionantes o estresantes (el primero es la muerte del cónyuge). Muchas veces es vivido como una complicación no bienvenida que rompe un proyecto compartido.
La mayor parte de los individuos espera que el matrimonio dure y que llegue a buen puerto. Sin embargo, es común que las personas se casen sin comprender qué es aquello que está involucrado en el sostenimiento de la experiencia matrimonial. Generalmente, lo que está presente es la fantasía de un final idealizado. Muchos no han internalizado un matrimonio suficientemente bueno o cualquier otra situación similar que les haya servido como modelo. Así pues, se casan con ideas –concientes e inconscientes– de cómo debería ser sin ninguna noción de cómo realizar sus sueños. Esto se apoya en fantasías infantiles, que si no se adecuan a la realidad, la rabia derivada del no cumplimiento de ese deseo hace que sólo se le preste atención a aquello que no se tiene en lugar de salvar y construir desde aquello que uno tiene. La aceptación de la irrealidad de esa fantasía permite que el cónyuge sea aceptado como alguien diferente. La aceptación de esa diferencia (en realidad de todas las diferencias) no es fácil de tolerar ni de aceptar.
Creo que gran parte de los divorcios están sujetos a racionalizaciones y otros mecanismos utilizados para explicar las causas que condujeron a la ruptura del vínculo. Es así que muchas veces el divorcio no es sino una decisión no pensada.
En la vida matrimonial, si los cónyuges son capaces de traer el conjunto interpretativo de un nuevo sistema de significaciones, anticipaciones y expectativas, es muy probable que puedan acomodarse, asimilando las mutuas percepciones y de esa manera establecer una relación funcional. Pero los antecedentes familiares incompatibles alimentan el conflicto. La familia de origen es el terreno donde el individuo desarrolla su sistema de valores y de alguna manera u otra contribuirá a la imagen del futuro consorte. Pero esto no alcanza; hasta ahora el mejor pronóstico para un matrimonio sin duda es la diferenciación que ambos integrantes del sistema diádico ha hecho de sus respectivas familias de origen.
En el encuentro con la futura pareja conyugal la relación previamente estructurada en la esfera intrapsíquica será desplegada con intensidad en el contexto de la relación interpersonal. De esa manera intentará la recreación de una relación que previamente había establecido dentro de su universo privado. Este intento está fomentado por la misma naturaleza íntima de la relación conyugal.
Se ha hecho cada vez más evidente que el divorcio debería ser visto no como un evento discreto sino como parte de una serie de transiciones familiares y cambios en las relaciones familiares. En ese sentido podemos entender que transiciones, cambios y crisis son brechas que requieren ser atravesadas. Los individuos se casan varias veces en la vida, así como se divorcian sin haberse casado.
¿Qué es el amor? Es una buena pregunta y por supuesto tiene varias respuestas. Aquí es entendido como una idealización que cuando es sostenida en el tiempo está sujeta a los ajustes inevitables derivados de una relación madura. Estos ajustes implican el pasaje de la pasión al cariño y a una amistad duradera entre ambos cónyuges. Esto requiere ser profundizado y me ocuparé en las próximas colaboraciones.
Desde el vértice religioso (católico) el divorcio no es aceptado. ¿Y desde el punto de vista psicológico? No voy a emitir una opinión al respecto, aunque mi postura es contraria por las consecuencias que esa decisión tiene en el grupo familiar. Pero, además, con un factor agregado: siempre está presente la posibilidad de volver a casarnos con la misma persona. Esto significa que existe el riesgo de la emergencia de los viejos conflictos en el segundo, tercero, cuarto, quinto matrimonio (vino viejo en odres nuevas) a los que le debemos agregar la problemática que siempre trae aparejada la denominada “familia ensamblada” (hasta ahora no he visto ninguna de estas familias que funcione bien).
Trabajando con parejas, siempre trato de salvar el vínculo (algo que explicito cuando vienen a la consulta). Me ha ido bien, regular y mal. Aún así seguiré insistiendo porque creo que es necesaria la preservación del matrimonio y que vale la pena luchar por ello.
Después de todo es importante que más allá del dolor producido por las reyertas (una pareja en violencia es una experiencia muy desagradable) siempre está presente que se trate de algo pasajero (¿La antesala de un nuevo matrimonio?) y que hay algo que merece ser rescatado. Dicho en otros términos: intento mostrarles que esa díada actual es como el psicoanálisis o la democracia: nadie dijo que sean buenos pero no se ha encontrado nada mejor. Hasta la próxima, buenos días, buena suerte.

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