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Una revolución histórica y muchas incógnitas

Tras el estallido de la “primavera árabe”, la caída de la tiranía tunecina y la acechanza que se cierne sobre tantas otras, comienza ahora en Egipto una etapa de final imprevisible.

Tras el estallido de la “primavera árabe”, la caída de la tiranía tunecina y la acechanza que se cierne sobre tantas otras, el esperado derrocamiento de Hosni Mubarak y el fracaso del voluntarista experimento de convertir en sucesor gatopardista nada menos que al jefe del espionaje del antiguo régimen, Omar Suleimán (la primera ficha a la que había apostado la confundida administración de Barack Obama), comienza ahora en Egipto una etapa de final imprevisible.

El Ejército tomó el poder (la segunda ficha de Estados Unidos), dando forma de golpe palaciego a la pueblada de las últimas semanas. Algunos observadores se solazan ante el hecho de que las Fuerzas Armadas se pusieron del lado del pueblo, que no lo reprimieron y que precipitaron el final del dictador de 82 años. No observan que cada uno de esos aspectos ha tenido una contracara: sus dudas y llamados reiterados a los manifestantes a “volver a casa”; el acoso, la detención y el maltrato a periodistas, militantes por los derechos humanos y extranjeros varios; su actuación en perfecta sintonía con la estrategia de Estados Unidos, por la que pasó de sostener al tirano a abogar por una transición dentro del sistema y, finalmente, a asumir directamente el poder.

Al respecto, cabe recordar la presencia de la plana mayor de las FF.AA. egipcias en el Pentágono en los albores de la revolución.

Previsiblemente, en su primera decisión, el arma ratificó el fin de semana la vigencia de todos los tratados internacionales firmados por el país; léase, básicamente, Camp David, el que selló la paz con Israel, fijó la frontera binacional a partir de la devolución del Sinaí, dio lugar a un reconocimiento del Estado judío y sacó de la cancha del conflicto al principal ejército árabe, hoy nada menos que el décimo del mundo.

Carencias

Si algo caracterizó la protesta de la población fue su carácter inorgánico. Esto signó tanto su fuerza (los intentos de diversos referentes de negociar con el régimen una transición de aquí a los comicios de septiembre fueron desoídos por las multitudes, que volvieron a la Plaza de la Liberación –Tahrir– para exigir el fin de la dictadura) como sus carencias. ¿Cómo se canalizará esa fuerza en un programa de gobierno, en una estrategia política clara, en un plan viable de reforma institucional? No será fácil.

Como todo, decir que el futuro está abierto no equivale a negar que el nuevo régimen resulte diferente del viejo. Es de esperar que primen en unas Fuerzas Armadas visiblemente divididas las visiones más reformistas, y que el golpe dado resulte rápidamente en una transición a la democracia y no en un mero reciclaje.

¿Y entonces qué? Los nuevos jugadores del sistema son:

Una multitud inorgánica, con más poder de veto que de construcción a largo plazo.

Partidos laicos y plataformas reformistas, que van del nacionalismo y la izquierda al liberalismo, que surgen débiles, atomizados y empequeñecidos por décadas de represión y, desde ya, sin experiencia de gestión alguna.

La Hermandad Musulmana, un grupo que ha sabido pactar una convivencia incómoda con el antiguo régimen, que oscila entre un ala social y una política, y en la que conviven elementos islamistas moderados (a la turca) y radicales; no por nada el grupo terrorista palestino Hamas es considerado una de sus ramas.

Y el Ejército, claro. Pasados los festejos, la euforia y la sensación de que el futuro es una hoja en blanco, llegará la hora de presentar programas, candidatos, “aparatos”. Allí se jugará el futuro, con una polaridad dada por las Fuerzas Armadas como factor clave para dar y retacear apoyos, buscando una salida tan laica y proestadounidense como hasta ahora, aunque algo más presentable; y por la Hermandad Musulmana, que parte con la ventaja que le da tener una estructura nacional (mezquitas, escuelas, centros de salud), un programa fácilmente explicable (“la solución es el Islam”) y cuadros dirigentes asentados.

Causas

Pero por más que en Occidente la mirada se centre principalmente en describir el proceso como una lucha meramente política, dada por el ahogo de la población ante una dictadura de treinta años, hay toda una serie de causas económicas y sociales que permanecerán sin repuesta por un buen tiempo, mientras la transición se plasma en un esquema institucional definitivo, con lo explosivo que ello puede resultar. Hoy todos creen que con la democracia se come, se cura y se educa. Se verá.

Nutriente

La “primavera árabe”, esto es las revoluciones consumadas y en curso con las que las poblaciones de varios países buscan sacudirse dictaduras sangrientas y miopes, se ha nutrido, acaso principalmente, del desempleo (sobre todo juvenil en sociedades de elevada natalidad), de la pobreza y de reformas económicas que se han traducido en buenos indicadores macro pero que nunca terminaron de llegar a la gente. Porque el FMI y otros visionarios las han recomendado con fotocopiadora, con total desprecio por las realidades nacionales.

No es la primera vez que proyectos “modernización” u “occidentalización”, invariablemente encarados por regímenes autoritarios y sangrientos, terminan en revolución en el mundo islámico. Ya en 1979 colapsó, ante los ojos absortos del mundo, la supuestamente indestructible monarquía persa de los Reza Pahlevi. ¿Se deslizará Egipto, como lo hizo Irán, hacia posturas antiestadounidenses, antiisraelíes, antidemocráticas, de fanatismo religioso? Es temprano para saberlo. Al fin y al cabo cada país tiene sus especificidades y no se debe caer en la trampa de las equiparaciones abusivas, que llevan a pensar que la democracia no es para todos. Pero por algo los “demócratas” de ocasión están tan, pero tan preocupados.

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