Ciudad

Historia de vida

Una película de terror, real

Miguel Soto es rosarino y fue uno de los tripulantes del crucero General Belgrano, hundido durante la guerra de Malvinas. En esta nota cuenta cómo vivió uno de los momentos más duros y difíciles de la guerra.


Por Santiago Braldi

Miguel Soto había dejado la guardia y se disponía a tomar un mate cocido bien caliente antes del descanso cuando un torpedo impactó contra el Crucero General Belgrano. De inmediato, otro misil dio de lleno en la proa de la nave y de ahí en más todo fue organizarse para subirse a los botes para evacuar. Era la tarde del 2 de mayo de 1982: fue el principio del fin del conflicto bélico en el Atlántico Sur.

Hace hoy exactamente 30 años, el veterano de guerra rosarino recuerda sus días en la división electricidad mientras navegaban al sur de las islas Malvinas fuera del radio de las 200 millas marinas que determinaban la zona de exclusión y retornando hacia el continente. El ARA General Belgrano llevaba 1.093 tripulantes y los certeros torpedos del submarino nuclear inglés Conqueror provocaron la muerte de 323 argentinos, de los cuales 200 tenían apenas entre 19 y 20 años. Lanzados en los botes al mar, con olas de hasta cinco metros y un frío mortal, fueron rescatados finalmente a las 21 del día siguiente los 770 sobrevivientes. De allí a Ushuaia primero, y luego a la Base Naval de Puerto Belgrano, a 30 kilómetros de Bahía Blanca.

Tres décadas después, con 50 años, casado y padre de tres hijos, Miguel Soto admitió que no le gusta hablar del tema. Incluso, el año pasado, cuando por pedido de la Armada se convocó a todos los que tripularon el General Belgrano, Soto comentó que el psicólogo que lo atendió le dijo que si el tema le molestaba no lo hablara más. “No hay que revolver las heridas. Todos tenemos algún grado de locura, a alguno le afectó más que a otros”, destacó en diálogo con El Ciudadano. Mientras la cuestión Malvinas está nuevamente en agenda, Soto subrayó que “todo lo que se pueda hacer por mejorar las relaciones bienvenido sea, pero no hay que olvidarse de que ellos (los ingleses) la usurparon hace 150 años”.

—¿Qué función cumplía en el Crucero General Belgrano?

—Estaba en la división electricidad. En ese momento estaba en el depósito donde había fusibles, lamparitas, todo lo que tenía que ver con la electricidad. Cuando era crucero de combate cumplía el rol de control de avería. Ante una emergencia o ataque teníamos preparadas las luces de emergencia dentro del buque.

—¿Qué recuerda de aquel día?

—Es una película que no me deja tranquilo, a veces tengo pesadillas pero tuve la suerte de tener una familia que me contuvo cuando volví y la suerte de encontrar trabajo rápidamente. Cuando se tomaron las islas, el 2 de abril, el buque estaba en reparación y se aceleró el trabajo. A mediados de abril salimos y fuimos con dos escoltas al sur de Malvinas. En el norte había un portaaviones con dos escoltas y por el centro estaba el Hércules con otros dos escoltas, esperando el desembarco inglés. El 2 de mayo nos hunden y el resto de los buques vuelven al continente. La Armada, con el hundimiento, del Belgrano desapareció.

—¿Cómo logró salvarse, conocía a más gente de Rosario?

—Tenía compañeros que eran de San Jorge, El Trébol, Arocena, San Carlos, Cañada de Gómez, Santa Fe… yo no conocí a nadie de Rosario. Si bien yo nací aquí, cuando me sortearon estaba radicado junto a mi familia en un pequeño pueblo cerca de Barrancas, Casalegno, por eso tuve como destino la Armada, en la Base Naval de Puerto Belgrano, tuvimos dos meses de instrucción y luego me destinaron al ARA Crucero General Belgrano. El día del hundimiento, hacíamos guardias de cuatro horas y ocho de descanso cuando navegábamos. Yo tenía guardia de 12 de la noche a 4 de la mañana. A las 4 suena la alarma de zafarrancho de combate y estuvimos esperando un supuesto ataque inglés hasta las 12 del mediodía. A esa hora se levanta lo que se llama ‘crucero de guerra’ y el buque comienza a tener una navegación normal. Cuando me siento a tomar mate cocido a las cuatro de la tarde, ahí impacta el primer torpedo y a los pocos segundos  pega el segundo. Era todo humo, oscuro, no se podía salir, yo tenía que subir dos cubiertas hasta la principal. Se tiraban los buzos tácticos para ver el impacto que era de un metro de diámetro. El segundo pega y explota en la proa, primero perfora y a los segundos explota y en 45 minutos se hundió el Belgrano. La salida fue ordenada, nos subimos a las balsas. De 1.093 tripulantes nos salvamos 770, el salvataje más grande en la historia. Fue rápido porque se practicaba todos los días, zafarrancho de combate y abandono, entonces salió rápido. Las balsas son para 20 personas pero en la mía éramos 25, estuvimos 34 horas a la deriva hasta que nos localizaron cerca de las 21 del día siguiente. Estando a cien metros vimos cómo el crucero se puso de costado y la proa fue lo último que se hundió, hizo una presión hacia abajo que hizo que las balsas se movieran, no teníamos remos pero además se hubiera hecho imposible con olas de cuatro o cinco metros de altura. Si bien eran techadas, entraba mucha agua y había que sacarla. Yo terminé con principio de congelamiento en las dos piernas. En mi balsa había un herido que después murió en el buque que nos rescató y un cabo segundo que estaba a mi lado que murió congelado, no soportó el frío. Incluso le pedí al jefe de la balsa si le podía sacar el gabán para poder abrigarme y no fue posible porque se murió con los brazos cruzados y no pude abrírselos de lo duro que estaba. De ahí fuimos al puerto de Ushuaia y nos metieron en un hangar, nos dieron ropa nueva y comida, luego en avión a Puerto Belgrano donde nos hicieron documentos nuevos y en 48 horas estábamos arriba de un colectivo y volvimos a nuestras casas.

—¿Su familia cuándo se enteró de que estaba con vida?

—El hundimiento fue un día domingo y recién el miércoles, por televisión, dieron la lista de los sobrevivientes. Cuando llegué a mi casa no lo podía creer. El abrazo con mis padres fue interminable. A la semana nos llegó la citación para volver a incorporarnos, la guerra continuaba. En mi caso me destinaron a un centro de emisión de radio que la Armada tenía frente a lo que era la ciudad deportiva de Boca, en Buenos Aires. La guerra terminó en junio y nos dieron la baja recién en octubre. Nos hacían hacer guardia, no nos tenían ninguna consideración, nos trataron peor que a un colimba nuevo, por el solo hecho de haber estado en la guerra. Cuando nos dieron la baja no teníamos ni para el pasaje, veníamos de civil y en San Nicolás nos bajaron del tren. En diciembre ingresé en el Correo argentino durante seis meses. No nos dejaban ni siquiera ir a los actos, los centros no estaban organizados, había que olvidarse del tema. Después se armó el Centro de Ex Combatientes en el 83 que funcionaba en Alvear y 3 de Febrero y ahí fue la primera vez que me arrimé, se formó una gran familia, donde nos apoyamos mutuamente. En la guerra murieron 649 combatientes argentinos, en el Belgrano murieron 323 y hubo más de 500 suicidios en los primeros 10 años. No hubo ningún tipo de atención, ni obra social. Tuve la suerte de tener una familia que me contuvo de conseguir trabajo. No todos tuvimos la misma suerte, hubo muchachos que la vida se le truncó en el 82 y no pudieron salir de ahí. Por eso los centros son importantes porque hay un amigo que te entiende, hay apoyo entre nosotros y también participamos, devolviéndole a la ciudad ayuda solidaria cundo la situación lo requiere.

—¿Tuvo oportunidad de volver al sur?

—Me tocó volver al lugar del hundimiento con más de doscientos familiares de todo el país. Fuimos ocho sobrevivientes en el año 2000, cuando se cumplían 18 años. Iban muchos chicos que no habían conocido a su padre, o que la esposa estaba embarazada al momento del hundimiento o los chicos eran muy chicos. Ahora, con 18, 20 o 22 años los chicos querían saber dónde habían quedado. Fue muy fuerte porque los pibes tiraban al agua fotos de ellos para que el padre que estaba bajo el fondo del mar los conozca, o tiraban rosarios, cruces, coronas, se hizo un minuto de silencio, fue algo muy fuerte. Fuimos en el rompehielos Irizar. Los chicos querían saber cómo había sido aquel momento, las madres no tenían consuelo. Nos preguntaron detalles. Conocía al papá de un compañero mío de Sunchales, que había muerto ahí, Jorge Duck. La madre había fallecido a los cinco años de tristeza. Una de las últimas salidas de franco que tuvimos, Jorge vino a mi casa porque no le alcanzaba la plata para llegar a Sunchales y teníamos que volver enseguida, un muchacho excelente que injustamente quedó allí.

—¿Recibió algún tipo de reconocimiento de parte de la Armada?

—Nos mandaron una medalla y un diploma, después la provincia y el Senado también, pero no recibí de la Armada ningún tipo de apoyo. El año pasado la Armada organizó una junta médica para saber cómo estábamos y ahí fue cuando el psicólogo me dijo que si me hacía mal hablar del tema que no lo hable más, que es como remover una herida. Nos hicieron un examen físico psicológico con preguntas, dibujitos, y todavía estamos esperando los resultados…

—Periodistas e intelectuales realizaron un proyecto al que llamaron “Malvinas, una visión alternativa” que despertó polémica, ¿cómo lo analizaron desde el Centro de Ex Combatientes?

—Está bien que todo reclamo debe ser por la vía de la paz. Ellos plantean que sean los kelpers quienes decidan la autodeterminación, pero hay un dato que se ignora, que son ellos los que usurparon la isla hace 150 años. Primero hay que remontarse a la historia y las Malvinas fueron usurpadas por los ingleses, es decir que hay que partir de allí, no como si nada hubiera ocurrido. Todo lo que se pueda hacer por mejorar las relaciones bienvenido sea, pero no hay que olvidar que ellos son usurpadores.

—Aprovechando la ocasión del 30 aniversario de la guerra, volvieron a manifestarse los conscriptos movilizados que estuvieron en el continente y no participaron de la contienda, reclamando los mismos derechos que obtuvieron ustedes. ¿Qué postura tienen sobre el tema?

—Los movilizados sí, estuvieron bajo bandera en el 82, pero para nosotros, la ley del Veterano de Guerra es muy clara, es para los que participaron del Operativo Malvinas, no creemos que sea correcto que se incorporen a la misma ley. Fue una ley que la peleamos durante años y esta gente recién ahora la pide… Nosotros lo hemos hablado mucho con ellos y les dijimos con no los íbamos apoyar por respeto a los que dieron la vida allá. En todo caso tendrán que hacer una nueva ley que los contemple.

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