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Una particular invasión asiática que llegó por agua

Las carpas que salen del Paraná fueron implantadas hace menos de 200 años. Ya están por todos lados.

Ya es tan común que hace rato que viene apareciendo prendida de los anzuelos de los pescadores deportivos. Incluso desde hace algunos años, no tantos, se ven colgando de los ganchos de los pescadores profesionales de La Florida. “Boga-carpa” la suelen nombrar las pizarras de oferta o aun ellos mismos. Y claro está, es mentira: salvo que vive en el agua, poco, o mejor nada tiene que ver el esquivo y estimado pez nativo sudamericano con la cyprinus carpio o, más sencillamente, la carpa. Aunque algunos crean que es más autóctona que la yerba mate, se trata una especie originaria de Eurasia, y no existía en el país hace un bicentenario. Hoy, por el contrario, está por todos lados, y en el Río de la Plata es común que las que transitan por su madurez lleguen a pesar 20 kilos. No extraña, entonces, que la carpa forme parte de la lista de las “100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo”, elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

“La carpa ha tenido mucho éxito no sólo en las lagunas de la provincia de Buenos Aires sino también en otras regiones del país como Cuyo o el Noroeste, donde los embalses y ríos tienen carpas. Hacia el sur fue introducida en el río Colorado para control de malezas acuáticas y ha invadido todo el sistema: actualmente ya es una especie común en el río Negro, es decir que está avanzando en su frontera hacia el sur. Porque hacia el norte, en todo lo que es la cuenta del Paraná-Plata está presente. Y no sólo en la Argentina sino también en Brasil y otros países vecinos”, advierte el científico Dario Colautti, que comenzó a estudiar la especie y su comportamiento hace ya casi 15 años.

Colautti es biólogo, tiene un doctorado en Ciencias Naturales y actualmente se desempeña como investigador del Conicet en el Instituto Tecnológico de Chascomús. Su relación con las carpas viene de larga data: hizo su tesis sobre ellas y desde entonces prácticamente nunca las dejó de estudiar. Aún ahora, cuando no son su principal tema, dirige a un becario que tomó la posta en sobre cómo llegó y hacia dónde va esta especie exótica. Y qué hace mientras tanto.

“Es una especie originaria de Eurasia  que no sólo se adaptó más que bien a las lagunas y ríos locales, sino que prosperó tanto que vive tranquila aun en lugares donde los peces nativos ya no encuentran condiciones para sobrevivir”, asombra Colautti con la descripción. Se explica así que haya carpas no sólo en el Paraná, sino también en el Carcarañá; en los arroyos Ludueña y Saladillo, y que cueste imaginar dónde no hay.

Ahora bien, ¿de dónde vino y cómo llegó? ¿Es una amenaza para diezmadas especies del Paraná que se ven cada vez menos y con tamaños más reducidos? ¿Por qué a diferencia de los esturiones siberianos, que parecen haber desaparecido, la carpa ganó?

“Es interesante el tema de la carpa –reflexiona Colautti– porque puede decirse que es el único pez de agua dulce que habita en todos los continentes del planeta. Su capacidad de adaptación a diferentes tipos de ambientes la convierten, para decirlo en términos sencillos, en un «superpez»”.

El biólogo ilustra que hay muchas especies de carpa, pero la cyprinus carpio es la que se lleva todos los puntos. “Tiene una fecundidad altísima, requerimientos alimentarios que son poco exigentes, es omnívora y tiene una resistencia increíble a las variaciones de las condiciones ambientales: soporta el frío, soporta el calor, soporta salinidades elevadas para un pez de agua dulce. Digamos que no tiene muchos requerimientos con respecto al ambiente”, describe el biológo. La pregunta obligada es si esas singulares capacidades que tiene la carpa en su beneficio, perjudican a otros.

“Donde se la ha introducido ha generado muchos problemas de competencia con la fauna autóctona –alecciona el científico–. En Nueva Zelanda, en Australia, por ejemplo, se ha convertido en una plaga terrible.

Aunque Australia está bien lejos de Santa Fe, el largo brazo del hombre hizo lo mismo que allá. Nada bueno. “Nuestros «próceres» de la generación del 80, Sarmiento y demás, que querían una Argentina “europeizada” introdujeron fauna. Fauna que era europea directamente en el país: el ciervo colorado, el jabalí, los gorriones que todos sabemos, la paloma europea… Y también la carpa. La trajeron a la Capital como un pez ornamental sobre todo”, cuenta irónico Colautti. Pero aclara que no fue la única puerta. “En la década de 1950 hay registros de que en Córdoba, cuando comenzaron a controlar el agua haciendo embalses, también se sembró carpa”, continúa. “Y también pudo haber ingresado por el río Paraná desde criaderos del Brasil, donde también se la empezó a cultivar ya a principios del siglo pasado”, completa.

Hecho el favor, el pez hizo lo que más sabe: seguir por sus propios medios. “Después la especie, ya introducida, se las arregló para llegar a la situación actual: desde el río Negro hacia el norte del país la podemos encontrar en la mayor parte de los ambientes de agua dulce”, advierte el biólogo. Y agrega que no hay mapa que la contega: “La carpa tiene una capacidad de dispersión increíble, además de su capacidad reproductiva. Puede haber seguido la ruta Córdoba-Carcarañá, o una distinta, o las dos. También el hombre tiene una vida asociada a las carpas. Los registros fósiles más antiguos están en la cuenca del mar Caspio y del mar Aral, en Eurasia. En el Lejano Oriente la tomaron y la empezaron a criar 3.000 años atrás. Los romanos la tenían como un pez ornamental y como fuente de alimentación, y también la criaban. Y por eso otra probable fuente de ingreso de carpas pueden haber sido las inmigraciones:  un profesor checo me comentó que la carpa para ellos representa el plato de Navidad. Y los inmigrantes de allí no se deben haber quedado sin su carpa de Navidad”.

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