Espectáculos

Crítica teatro

Una mujer desde el panóptico de la desolación

En "Vigilante", de la dramaturga y directora porteña Laura Sbdar, que el fin de semana pasó con dos funciones en La Comedia, la actriz rosarina radicada en Buenos Aires Claudia Cantero le pone el cuerpo a un personaje crudo y doloroso, resignificado en el presente por la temática del feminismo 


Gentileza: Consuelo Iturraspe

VIGILANTE

Dramatugia y dirección: Laura Sbdar

Actúa: Claudia Cantero

Escenografía y vestuario: Pía Drugeri

Sala: Teatro Municipal La Comedia, sábado y domingo

Todo es chiquito menos el dolor. Todo es detalle, recurso de actuación, diálogo, signo, significante. El fin de semana pasó por el Teatro Municipal La Comedia, con dos funciones Vigilante, espectáculo teatral con un sólo personaje (la idea o el concepto que se tiene del unipersonal le queda demasiado chico), con dramaturgia y dirección de la sorprendente Laura Sbdar, y la descomunal actuación de la actriz rosarina radicada en Buenos Aires Claudia Cantero.

Vigilante, estrenado en 2017 y en este tiempo con un recorrido singular y una serie de reconocimientos, es un material que evoca un mundo atado a las dimensiones de una garita de seguridad en lo que se intuye es el ingreso a un country o un barrio cerrado. Allí, una mujer que mira pero que no es mirada, en ese mundo acotado, desanda la memoria y el recuerdo de los dolores que la aquejan con la misma fruición con la que a diario intenta asomar la cabeza para poder respirar otro aire que no sea ése, tan viciado y tan propio que condiciona todos sus encierros.

Es un trabajo que parte de un texto cutre, doloroso, que al mismo tiempo dispara con su poesía y enfrenta al espectador con una belleza inusual y desconcertante. Si bien habla de una mujer y sus soledades, lo hace desde un lugar casi desconocido en el teatro del presente.

Se trata de una tragedia de este tiempo, donde los feminismos están en carne viva, y donde la escritura de Sbdar rescata, poetiza y metaforiza un lenguaje de la calle casi como una especie de aguafuerte de este tiempo, un Slam del conurbano, en el contexto de un material al que Cantero, con su desmesurado talento y vastedad de recursos, le pone el cuerpo y lo reconstruye en escena, abordando pasajes que van del humor a la consternación.

Gentileza: Consuelo Iturraspe

La puesta, de tono hiperrealista, con un gran trabajo de escenografía y vestuario de Pía Drugeri, se sostiene en base a un tótem: la garita en cuestión es lo que se ve y lo que no se ve también. Es ese lugar de la complicidad y del dolor, de los momentos aciagos en los que esta madre laburante y desclasada evoca a esos otros personajes, a sus hijas en su casa a punto de remontar vuelo, a Tokio, el compañero de trabajo, y al pibito, el rati, el “chorro encerrado” que entra a las casas del country, y que por un momento la distrae redescubriendo el deseo de esa oscuridad real y metafórica.

En el tránsito de las nuevas maneras de construir poéticas asociadas a los feminismos, pero sin poner en un primer plano aristotélico y de denuncia todos esos discursos, el material va por otro camino. Su recorrido es a partir de algo más concreto: desde la literalidad de una problemática con destino de tragedia que surge, en principio, de una gran contradicción, porque lleva a preguntarse qué interesas cuida esta mujer, pero también quién está en condiciones de juzgarla por sus complicidades y dónde se vuelve más palmaria la violencia que surge de todas las desigualdades que padecen tanto ella como su entorno, lo que pone al material en otra dimensión: la política.

Es precisamente esta mujer que lucha por sostenerse en un mundo de hombres, haciéndose “la guardia, la dueña o la santa”, quizás sin ser ninguna de todas ellas, lidiando con todo lo que la empuja a masculinizarse, lo que expone la problemática diversa de los feminismos del presente, abriendo una de las tantas puertas de todas aquellas que a diario abren mujeres solas, desoladas, con destinos inamovibles y sobre todo, traicionadas.

Gentileza: Consuelo Iturraspe

Los retazos de los discursos, las palabras cambiadas que suenan huecas en ese cubículo que hace las veces de confesionario frente a un cura inexistente hacen de Vigilante un material de lo cotidiano llevado a un territorio de lo extracotidiano y lo poético.

Vigilante es el dolor de lo que no se tiene ni se tendrá de esa “madre belleza de Calcuta”, de esa mujer multiplicada que sueña con un diamante verde, de esa mujer desolada, encerrada en su propia tumba que desde la mismísima contradicción sigue evocando velos y vestidos blancos, mientras sueña con volverse pelo, bolsa o fantasmita, desde el panóptico de la desolación.

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