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Una mirada sobre Sabato a través de su biógrafa

Por: Mora Cordeu / Télam. Julia Constenla recuerda al escritor que ayer hubiese cumplido nada menos que 100 años.

En Sabato, el hombre, la periodista Julia Chiquita Constenla presenta la biografía definitiva del escritor que el viernes último hubiese cumplido 100 años, a partir de una amistad cimentada “toda una vida” desde el momento en que –muy joven– leyó El túnel y quedó “deslumbrada”.

“Recién ingresada en la universidad, justo salió Uno y el Universo, recuerda Chiquita en una entrevista con Télam. “Lo leí y me encantó. Lo citaba siempre porque encontraba modos de ver el mundo en ese libro. Y cuando salió El túnel me deslumbró”, agregó.

Y al mismo tiempo, prosiguió: “Me sorprendió que los pares de Sabato no se interesaran en ese libro como sí lo hicieron con Uno y el universo. Entonces busqué su número en la guía donde siempre figuró hasta hace poco. Lo llamé por teléfono a Santos Lugares y le dije que me había deslumbrado”.

“Esto debe haber sido en el 48 o 49, es decir que tenía menos de 20 años. Me dijo que nos encontráramos. Lo esperé en la estación; fuimos a caminar por la costanera vieja, tomamos un café y me dijo que lo volviera a ver cuando quisiera”, recuerda sobre su primer encuentro con Sabato.

“En Santos Lugares, conocí a Matilde, a Jorgito y a Mario –un mocoso bochinchero de aquellos– tendría 5 o 6 años. Y Jorgito tocaba el piano sin llegar a los pedales. Quedé amiga de los Sabato para toda la vida”, añadió.

“La relación con Jorge, su hijo mayor, fue compleja –explicita la biógrafa–; admiraba mucho su lucidez, fuera de lo común. Pero Jorge no se quería a sí mismo como un intelectual, sino como un músico. Y Sabato no lo deja seguir estudiando porque opina que la vida de un pianista es demasiado dramática. Y luego duda siempre de haber hecho lo correcto”.

Jorge fue un intelectual como quiso su padre, “y mantuvo la relación filial. Sabato no se repuso nunca de su muerte accidental (en 1996) y se agudiza el bajón con la enfermedad de Matilde”.

“Los golpes dramáticos, sin embargo, no fueron tantos; construyó una familia que se mantuvo unida durante más de 60 años. Desde que empiezan el romance –ella 17 y él 20– hasta que Matilde muere, al tiempo que compone una obra valiosa y obtiene reconocimiento”, considera la autora de Celia, la madre del Che y Che Guevara, la vida en juego.

“El drama de Ernesto no es personal, sino es el drama de la condición humana. Nacemos y nos vamos a morir. Es un drama existencial”, define.

Calabria

Para la primera edición, publicada por Sudamericana en 1997, habló con la mayor parte de la familia del escritor pero volvió a Calabria para buscar más antecedentes de los Sabato, volcados en este segundo libro.

“Así tuve una visión más completa. Ernesto es el hijo de un inmigrante analfabeto que aprende a leer en castellano con el diario que recibe su mujer. Habla en un idioma y lee en otro. Eso lo pone a Sabato en un plano: no es el prócer que escribió esto o aquello: es el hijo de un inmigrante analfabeto”, insiste.

Lo que implica una biografía de un amigo, analiza Constenla, “no es solo recurrir a la propia memoria sino tener una cantidad de información casi abrumadora”. “Bueno, lo hice. Ahora pasó el tiempo y había que agregar una década y fue más difícil que lo anterior”, cuenta.

“Ernesto recibió una gran adhesión en el Congreso de la Lengua, que se realizó en Rosario en 2004, pero después ya no tuvo el protagonismo de antes. Y yo trato de orillar ese período de ausencias, breves reapariciones, imposibilidades sin faltar el respeto a la fragilidad humana”, sintetiza Chiquita.

“Ernesto a mi generación le enseñó a pensar. Leer El túnel o Sobre héroes y tumbas cambia la mirada sobre la vida. Aunque muchos terminaron antagonistas de Sabato a pesar de crecer con él”.

Un tema que Constenla desarrolla en el libro, es el compromiso asumido por Sabato con los derechos humanos, pese a las críticas por su participación en un almuerzo con Videla (el dictador), al que asistió con otros escritores, entre ellos Borges.

“Él se ocupó de los derechos humanos cuando nadie lo hacía. Recibe en su casa a las Madres de Plaza de Mayo y a las Abuelas, y escribe el ensayo Nuestro tiempo de desprecio (1976) en plena dictadura”, subraya.

“Lo puedo hablar desde el conocimiento personal. Él pensó cómo y para qué iba a ir. Un almuerzo es eso, no es ir a una tribuna a sentarse al lado de Videla. Puedo limitarme a decir «páseme la sal» o «no me gusta el asado». Si voy a ese encuentro, que no es por aprobación o por compartir, tengo que hacer algo, sostuvo”.

Finalmente, la biógrafa confiesa: “Me ayudó mucho la frase de Ernesto que cierra el libro: «He dicho todo lo que tenía que decir, he escrito todo lo que tenía que escribir, es hora de que me llame a silencio»”.

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