Espectáculos

Una de espías con argentos

El periodista Santiago O’Donnell que entrevistó a Julian Assange, líder de “WikiLeaks”, da detalles de su libro “ArgenLeaks”, que recoge lo más jugoso de la pata argentina de la mega filtración diplomática.

Por Rubén Alejandro Fraga

ArgenLeaks/Los cables de WikiLeaks sobre la Argentina de la A a la Z. Santiago O'Donnell. Sudamericana. 358 página

Todo comenzó como en una buena novela de espías pergeñada por Ian Fleming. A comienzos de 2011, el periodista porteño Santiago O’Donnell voló a Londres para acudir al llamado del personaje del año, el australiano Julian Paul Assange, carismático editor del sitio web WikiLeaks (del inglés leak, “fuga”, “goteo”, “filtración de información”). Se trató de un encuentro reservado en Hellingham Hall, un castillo inglés del siglo XVIII, una tarde de enero, helada y gris, casi a la hora del té.
“Assange es alto, flaco, bien rubio y parece más joven que sus 39 años. Sólo le falta la mochila con la laptop para completar el cliché del guerrillero cibernético del siglo XXI”, describe O’Donnell, editor jefe y columnista de la sección “El Mundo” de Página/12.
Dos tazas de café y galletitas caseras de limón de por medio, O’Donnell disfruta “la exclusiva” con este personaje, que se encarga de difundir información secreta robada y asegura haber desarrollado la teoría de lo que él llama “periodismo científico”; esto es, periodismo que va acompañado por la documentación correspondiente para que los lectores puedan corroborar, objetivamente, si el periodista está diciendo la verdad.
De traje azul, camisa celeste y zapatos negros, a O’Donnell le cuesta mucho atraer la atención del entrevistado. Es que este programador, periodista y activista de internet desconfía de sus colegas de la prensa y elude hablar sobre él: “Mi vida no es importante, lo que importa es lo que hago y lo que digo”, sostiene. Y lo que hizo fue nada menos que difundir la mega filtración de documentos secretos del Departamento de Estado norteamericano más grande de la historia.
El periodista argentino (que es hijo del destacado politólogo Guillermo O’Donnell, recientemente fallecido, sobrino del historiador y escritor Mario “Pacho” O’Donnell y hermano de la también periodista María O’Donnell), sale de la reunión con Assange al frío aire londinense con algo que le quema en las manos: un pendrive con los 2.510 cables sobre la Argentina producidos por la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, es decir, la pata argentina del escándalo periodístico-diplomático-político que sacudió el avispero planetario.
Aquella noche, O’Donnell durmió en un hotel de Londres con un solo ojo y el pendrive en el bolsillo, esperando que algún espía entrara a su cuarto para robárselo. Al día siguiente emprendió el regreso a la Argentina con esa bomba en las manos.
Los cables, que O’Donnell recién pudo abrir al llegar a Buenos Aires con una clave que le enviaron desde WikiLeaks a tal efecto, estaban prolijamente escritos y ordenados en planillas de Excel. Fueron el disparador para una serie de notas que O’Donnell publicó en Página /12, único medio argentino que firmó un contrato con Assange para difundir los 2.510 cables relacionados con la Embajada norteamericana en Buenos Aires.
Luego, en el marco de una fuerte polarización mediática entre medios amigos y enemigos del gobierno nacional, O’Donnell zanjó con gran honestidad intelectual y “militancia periodística” esas diferencias escribiendo un libro con aquello que Página/12 no publicó, más lo que otros medios como Clarín o La Nación jamás publicarían. El resultado es ArgenLeaks. Los cables de WikiLeaks sobre la Argentina, de la A a la Z, un libro que consta de 51 capítulos ordenados alfabéticamente. Allí desfila lo que el gobierno estadounidense piensa sobre personajes y hechos como la Amia, Boudou (el rockero vicepresidente que en privado se confiesa un gran amante de Estados Unidos y se deshace en elogios al FMI), Cavallo, De Vido, Hezbolá, Lanata, Macri, Menem, Kirchner y Tinelli, entre otros.
Santiago O’Donnell, quien comenzó su carrera en el diario Buenos Aires Herald y luego trabajó en los estadounidenses Los Ángeles Times, The Washington Post, entre otros medios, dialogó con El Ciudadano sobre su libro de reciente aparición.
––La historia que culminó en la publicación de ArgenLeaks comenzó casi como una novela del agente 007.
––Sí, y creo que no es casualidad. Me parece que Julian Assange tiene como un marketing muy armado que tiene que ver con esta estética de espionaje. Inclusive me acuerdo que cuando iba hacia Londres para reunirme con él leí en el avión un artículo del diario El País de Madrid que contaba cómo la gente en Hollywood estaba empezando a imitar su manera de vestirse y de actuar, esa cosa del espía inglés, medio retro. Él sabe mucho de comunicación y de difusión de noticias y utiliza ese look. Pero, por otro lado, también está claro que Assange enfrenta a enemigos muy poderosos y que tampoco se lo puede culpar por tener ciertos recaudos de seguridad.

Santiago O'Donnell trabaja en Página 12

––Él se autodefine como alguien que está desarrollando un “periodismo científico”. ¿Qué opinás de ello?
––Lo que me parece que es novedoso de lo que hace él es promover una ideología de híper transparencia en la cual casi no existe secreto que se justifique. Y aunque es una filosofía demasiado radical, marca un poco el tiempo en que vivimos, en que hay demasiados secretos y demasiadas cosas que nos ocultan los poderosos con la excusa de que es para el bien de todos cuando en realidad se están protegiendo otros intereses.
––Assange pasó de ser el personaje del año a estar muy jaqueado judicialmente, con riesgo de ir a prisión, y con WikiLeaks cerca de quebrar. ¿Cómo pensás que terminará su historia?
––El otro día, hablando con Víctor Hugo Morales yo recordaba mucho a Diego Maradona, otro de los personajes que me fascinó mucho en mi carrera. Es como que todo el mundo lo vive dando por muerto y siempre reaparece de algún modo. Me parece que Assange el gol a los ingleses ya lo hizo, que fue la mega filtración, pero también considero que mucha gente insiste en darlo por muerto y él se las sigue rebuscando para continuar generando noticias y estar en el centro del debate sobre el futuro del periodismo. Yo escribí una nota cuando él anunció que iba a cerrar el acceso a los documentos por unos meses para iniciar una campaña de recaudación, hecho que se utilizó por los medios que no lo querían mucho para decir que estaba terminado y que el sitio cerraba. Sin embargo, la semana pasada apareció mucha información nueva en el sitio WikiLeaks sobre organizaciones de espías, con lo que él siguió posteando información aún después de ese supuesto anuncio. No me imagino que hayamos escuchado lo último de Assange, aunque por otro lado, por decirlo de alguna manera, el daño está hecho: siempre digo que una vez que la pasta dentífrica salió del pomo es difícil volver a meterla. Él tiene muchísimos imitadores en todo el mundo y por eso considero que el método WikiLeaks llegó para quedarse.
––Me llamó la atención la recomendación de Assange de que no publicaras nada que perjudicara al soldado Bradley Manning acusado de filtrar los documentos clasificados de Estados Unidos a WikiLeaks y único detenido por el escándalo.
––Allí mostró un costado humano que muchas veces no se muestra. Es un tipo al que evidentemente le importa la gente. Él venía de una filosofía muy radical en la cual nada se podía tachar y todo se tenía que informar. Y después con las mega filtraciones del ejército tuvo esos encontronazos con los grandes medios que prácticamente lo obligaban a tachar nombres de posibles informantes, con lo cual él se puso en contacto con una ONG de Irak, Body Count,  que lo ayudaba a elegir los nombres que tenía que tachar. Parte de lo que es muy interesante de Assange es que está lleno de contradicciones y eso lo hace humano.
––Una vez que abriste el pendrive y comprobaste que tenía 2.510 cables, ¿cómo transformaste eso en un libro?
––Soy de la vieja escuela que piensa que cuando tenés una bomba debés correrte del medio, no hay que agregar mucho. Lo primero fue conseguir el soporte de un programa informático que me permitiera trabajar con el material. Después empecé con una serie de artículos para Página/12; en ese proceso a Página no le interesaron muchos. Luego agregué otros textos y entre esos tres grupos de materiales terminé armando el libro.
––Uno de los méritos de tu libro es que, aún trabajando en Página/12, te mantuviste al margen de la puja entre los medios opositores al gobierno y aquellos más afines a la Casa Rosada.
––Al entrar en ese tipo de cosas se termina deteriorando la calidad del periodismo. Creo que se pueden contar más cosas de las que se cuentan y eso no le hace bien al periodismo. No se puede hacer un cálculo político e ignorar todas aquellas noticias que no nos convienen. Hay una idea de la gente de que la mitad de la historia la cuentan los medios oficialistas y la otra mitad los medios opositores, cuando creo que lo que este libro me mostró a mí y demuestra al lector es que en todo caso hay un tercio que no lo cuenta ni la prensa opositora ni la prensa oficialista porque tiene que ver con intereses que atraviesan al Estado y a los distintos medios, como por ejemplo, el tema de la Amia. Si uno se pone a hilar más fino se da cuenta que no hay muchas diferencias entre La Nación, Clarín y Página/12 a la hora del tratamiento del caso Amia. Me parece que los medios tienen posiciones corporativas que la gente no percibe en medio de este enfrentamiento.
––¿Qué pensaste cuando descubriste que también habías sido investigado por la Embajada estadounidense y figurabas entre esos 2.510 cables?
––Me sorprendió un poco que a la Embajada de Estados Unidos le interesara tanto mi trabajo. Yo soy un periodista de un perfil bastante bajo, creo que en mi vida he hecho trabajos buenos, pero por ahí nunca sabés quién te lee y quién no te lee. Sobre todo teniendo en cuenta a quiénes no leen: que no esté Horacio Verbitsky, y que, en cambio, les importe tanto lo que diga yo, la verdad que me pareció bastante halagador en un punto.
––¿Qué fue lo que más te sorprendió del material que obtuviste?
––En principio, los cables sobre Clarín y sobre la Amia, me parecieron los de mayor impacto periodístico. Porque lo bueno que tienen es que algunas cosas tienen que ver con lo que pasa en la actualidad. Ahora, por ejemplo, tenés la ley antiterrorista, si agarrás el capítulo “Montoto” y ves cómo los tipos cuando quieren pasar leyes de este tipo lo llaman al gobernador bonaerense, Daniel Scioli, se sientan a cenar y a la semana salen las leyes, cobra actualidad esto.
––¿Qué puede esperar el lector de ArgenLeaks?
––Me parece que es interesante a tres niveles. Por un lado te muestra a Estados Unidos, cómo opera, cómo funciona detrás de escena, esa idea que tenemos sobre cómo nos ven los yanquis, qué piensan de nosotros y la verdad es que no nos ven ni piensan un carajo en nosotros. Un segundo nivel es el de los argentinos, cómo nos mostramos ante los yanquis, el cipayismo, los héroes, los traidores, los que buscan un poco de fama, los que dicen un cosa por fuera y otra por dentro. Y, por otro lado, los norteamericanos se muestran de una manera en la cual nunca imaginaron que el público masivo iba a tener acceso. Me parece que eso tiene mucho atractivo: cómo somos en la sede local del país más poderoso del mundo. Cómo se comportan los poderosos y famosos argentinos en esa situación. Y está la tercera dimensión que tiene que ver con lo que cuentan y no cuentan los medios. El libro de algún modo interpela al periodismo tradicional y lo muestra en un lugar donde pareciera que tiene tantos secretos para ocultar como secretos para divulgar, que ya no es el gran revelador de secretos que era hace 20 años, sino que en este momento esos secretos aparecen cuando aparecen de medios alternativos como en el caso de WikiLeaks.-

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