Edición Impresa

Una ciudad de película a las puertas del Sahara

Por: Silvina Tamous desde Marruecos

Ouarzazate es una ciudad ocre. No porque haya sido imaginada así por el hombre, sino porque es color del barro seco con el que se fueron levantando las kasbahs, una serie de fortalezas al sur del Alto Atlas, una puerta obligada al desierto y un camino indispensable para el turista que busca adentrarse en las arenas del Sahara desde Marrakesh. Construidas en adobe con torres almenadas y adornos de ladrillo crudo, las kasbahs son auténticos pueblos fortificados.

Su ubicación privilegiada, con desierto y montaña conjugando todos los tonos del ocre y el rojo y ríos creando desfiladeros que se transforman en valles o en oasis con verdes palmerales, hace años la convirtieron en el escenario elegido por Hollywood para rodar películas bíblicas o que requieran producciones con paisajes de semejante característica. Si bien el primer film que se recuerda haberse  rodado allí es Laurence de Arabia, luego siguió una lista interminable de películas entre las que figuran Babel, Alexandre, Cleopatra, Gladiador, entre muchas otras.

Ouarzazate es llamada la segunda Hollywood. Y según relatan los lugareños fue precisamente el cine el que le otorgó un empuje y una perspectiva de crecimiento que antes no tenía. Al igual que el resto de las ciudades marroquíes, Ouarzazate parece vivir una explosión de obra pública, viviendas y turismo que da cuenta de un crecimiento al que el cine no es ajeno.

Las huellas que los actores dejaron en la ciudad ocre que abre las puertas del desierto están marcadas en el museo del cine, donde todo es utilería. Frente a una kasbahs de mil años, el paraíso de fantasía que armó la industria tiene sus adeptos. Todos quieren saber, o imaginar, el paso de las estrellas por ese árido paisaje ocre.

Quien custodia el museo del cine, como si fuera su auténtico propietario, es Andrés, o Idris, que según explica haciendo gala de una extraña traducción que él mismo armó, quiere decir lo mismo. Se ofrece como guía del museo, pero en realidad lo conoce como si fuese él quien puso cada piedra, quien armó cada escenografía. Son sus hijos los que juegan entre los escenarios de Cleopatra o de Alejandro.

Es difícil imaginar su edad. Tiene la piel curtida y usa una chilaba blanca. Mientras va mostrando el museo del cine acota: “stand bye”, o “acción”, como si todo girara en torno a una película.

No tarda demasiado tiempo en confesar que trabaja como extra. Que fue uno de los cinco mil que gritaban “Máximo, Máximo” en Gladiador. Y que a veces las filmaciones se extienden y que son ellos, los lugareños, quienes bajan y suben las montañas hasta que las tomas conforman al director.

Idris/Andrés asegura haber trabajado en 58 películas. Ahora espera el rodaje de la segunda parte de Alejandro, que requerirá de tres mil improvisados actores. Asegura que su papel más destacado fue en Babel, donde, dice: “Fui el padre de los dos niños”, y mientras recrea la escena destaca: “Me pusieron maquillaje para que parezca más viejo”. Este hombre que hoy es tan apasionado por el cine como el personaje de Giuseppe Tornatore en Cinema Paradiso nació en el desierto. Pertenecía a los tuareg, una especie de organización tribal integrada por los que se consideran “señores del desierto”. Si bien cuenta que nunca le faltó haima (carpa) comida o camellos, llegó a Ouarzazate buscando una escuela para sus hijos y se encontró con el cine. Sobre los actores suele recordar cosas puntuales; la cantidad de whisky que tomaba Mel Gibson, las curvas de Mónica Belucci, lo buen tipo que le resultó Russel Crowe o la abundante comida de la que se rodeaba Samuel Jackson.

Un extra gana 50 euros por día de filmación, y aunque el rodaje de exteriores de las películas no se extiende más de dos semanas en Ouarzazate, esto implica un importante despliegue para la ciudad. El resto del tiempo, cuando no son actores, los extras venden productos o artesanías en el soco o se ofrecen de guía para los viajeros.

Idris/Andrés asegura que sobre estas tierras usufructuadas por la industria hollywoodenses también comenzaron a rodarse los filmes marroquíes, algo que cuenta con cierto entusiasmo. Quizás el cine del país algún día logre dar cuenta de este escenario tan desparejo donde Hollywood metió la cola.

Comentarios