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Un rato en el Paraná, 470 años antes del Bicentenario

Así es la crónica de Ulrico Schmidl, el lancero alemán alistado con la expedición española que llegó en 1539.

Por: Guillermo Correa

Fuera de las celebraciones de la Revolución de Mayo, o metida a presión en ellas, “El otro Bicentenario. El Bicentenario de los pueblos”, la movilización nacional convocada por los pueblos originarios, no pasó desapercibida en su largo derroteropor el país.

Sus reclamos, que son respeto al aire, al agua, y a la tierra –y a ellos– convergieron en Rosario el martes 18 de mayo, cuando en el parque Yrigoyen se encontraron las multicolores columnas del noroeste y el noreste del país para seguir viaje hacia el Congreso de la Nación.

Denunciaron desalojos a golpes y tiros –incluso con asesinatos–, en Gastre y Corcovado en Chubut; Villa la Angostura en  Neuquén; Las Lomitas en Formosa; Palma Sola en Jujuy; Chuschagasta en Tucumán, e Hipólito Yrigoyen en Salta, entre muchos otros. Y todos por la tierra. La conquista, que parece haber tomado nueva fuerza en los últimos años, expansión de la frontera agrícola mediante, hace siglos que concluyó en Santa Fe. Pero, ¿qué había en las costas del Paraná antes? Un alemán, cuya historia, viene pasando por ciclos de fama y olvido lo cuenta de primera mano. Se llamaba Ulrico Schmidel, y se lo conoce nada menos que como “el primer cronista del Río de la Plata”. Y esto que sigue es lo que vio hace 470 años, cuando no había nada de lo que hoy existe, y lo que había no existe más.

Schmidl nació –no hay fecha exacta– antes de 1511 en Sraubing. Y poco se sabe de él hasta 1534, que es cuando se alista en la expedición del adelantado Pedro de Mendoza hacia el Río de la Plata, la más grande de las que hasta entonces había salido desde España rumbo a esa parte del “Nuevo Mundo”. El 1º de septiembre de 1535, un miércoles –cruces históricos posteriores le agregan un año a alguna de las fechas de Schmidl– partieron hacia el río que se extiende hasta el horizonte, 14 buques con 2.500 hombres y 150 soldados de la alta Alemania, flamencos y sajones, armados como arcabuceros y lansquenetes.

Según su propio autorretrato, él estaba entre los últimos. Los expedicionarios, al mando de Pedro de Mendoza y su hermano Diego –Schmidl lo llama Pietro Manthossa– llegaron al Río de la Plata en 1536. Con ellos traían también 72 caballos y yeguas, acaso los primeros que hayan pisado jamás aquel valle aluvial. Y a poco de poner pie en tierra fundaron, en lo que hoy es la desembocadura del Riachuelo, la primera Buenos Aires.

Un año después, “en el día de San Juan” –24 de junio– de 1537, se pasaba revista a las tropas, y sólo habia 560 hombres. «Los demás –dice Schmídel–habían muerto, y la mayor parte de hambre». Para entonces, la aldea estaba quemada y también parte de la flota: después de haber sido recibidos y alimentados por los querandíes, los españoles se enfrentaron con ellos.

Ya quedaba claro cuál iba a ser la relación en el futuro. “Y cuando les llevamos el asalto se defendieron con tanto brío que nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron también a nuestro capitán thon Diego Manthossa y con él a 6 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron unos 20 y de los de ellos como mil. Así, pues, se batieron tan furiosamente que salimos nosotros bien escarmentados”, escribió –y también dibujó– con su pluma Schmidl.

El sitio, el hambre y el dolor

Fue aquel primer combate entre extranjeros y originarios lo que impulsó el ingreso al Paraná, en la larga travesía que pasaría por las costas de lo que hoy es Santa Fe. Aunque los expedicionarios tomaron por asalto el poblado querandí y saquearon sus reservas de alimentos, la contraofensiva y el sitio que siguió a la matanza los destruyó. Schmidl lo cuenta así: “Estos carendies usan para la pelea arcos, y unos dardes (dardos), especie de media lanza con punta de pedernal en forma de trisulco. También emplean unas bolas de piedra aseguradas a un cordel largo; son del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo o del venado cuando lo corren y lo hacen caer. Fue también con estas bolas que mataron a nuestro capitán y a los hidalgos, como que lo vi yo con los ojos de esta cara, y a los de a pie los voltearon con los dichos dardes”. Pero los españoles tenían más poder de fuego: “Así, pues, Dios, que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió tomarles el pueblo; mas no alcanzamos a apresar uno sólo de aquellos indios, porque sus mujeres e hijos ya con tiempo habían huido de su pueblo antes de atacarlos nosotros. En este pueblo de ellos no hallamos más que mantos de nuederen (nutrias) o iteren como se llaman, iten harto pescado, harina y grasa del mismo; allí nos detuvimos 3 días y recién nos volvimos al real, dejando unos 100 de los nuestros en el pueblo para que pescasen con las redes de los indios y con ello abasteciesen a nuestra gente; porque eran aquellas aguas muy abundantes de pescado; la ración de cada uno era de 6 onzas de harina de trigo por día y al tercero un pescado.

La tal pesquería duró dos meses largos; el que quería aumentar un pescado a la ración se tenía que andar 4 millas (leguas) para conseguirlo”. Pero tras ello, la reorganización querandí arremetió contra la fortaleza y el ánimo de los expedicionarios: “El muro de la ciudad tenía de ancho unos 3 pies; mas lo que un día se levantaba se nos venía abajo al otro; a esto la gente no tenía qué comer, se moría de hambre, y la miseria era grande; por fin llegó a tal grado que ya ni los caballos servían, ni alcanzaban a prestar servicio alguno. Así aconteció que llegaron a tal punto la necesidad y la miseria que por razón de la hambruna ya no quedaban ni ratas, ni ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase en nuestra gran necesidad e inaudita miseria; llegamos hasta comernos los zapatos y cueros todos”.

Ese fue casi el fin: “Y aconteció que tres españoles se robaron un rocín y se lo comieron sin ser sentidos; mas cuando se llegó a saber los mandaron prender e hicieron declarar con tormento; y luego que confesaron el delito los condenaron a muerte en horca, y los ajusticiaron a los tres. Esa misma noche otros españoles se arrimaron a los tres colgados en las horcas y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne y cargaron con ellos a sus casas para satisfacer el hambre. También un español se comió al hermano que había muerto en la ciudad de Bonas Ayers”.

La partida

Fue así que se mandó, según cuenta Schmidl, una expedición de 350 hombres armados río arriba por el Paraná “a que descubriesen indios, que nos proporcionasen  comida y víveres”. Nada salió bien: “Pero ni bien nos sintieron los indios nos jugaron una de las peores, porque empezando por quemar y destruir su pueblo, y cuanto tenían de comer, en seguida huyeron todos de allí; y así tuvimos que pasar adelante sin más de comer que tres onzas de pan al día en pischgosche (bizcocho)”, narra el lancero-cronista. Para entonces, la decisión de irse ya estaba tomada. La soberbia de los expedicionarios les estaba costando la vida a todos. “Después de esto seguimos un mes todos juntos pasando grandes necesidades en la ciudad de Bonas Ayers hasta que pudieron aprestar los navíos. Por este tiempo los indios con fuerza y gran poder nos atacaron a nosotros y a nuestra ciudad de Bonas Ayers en número hasta de 23.000 hombres; constaban de cuatro naciones llamadas, carendies, barenis (guaranís), zechuruas, (charrúas) [y zechenais diembus (chanás timbúes). La mente de todos ellos era acabar con nosotros; pero Dios, el Todopoderoso, nos favoreció a los más”, dice Schmidl.

De igual modo, la alianza quemó la fortificación. “Las flechas de ellos son de caña y con fuego en la punta; tienen también cierto palo del que las suelen hacer, y éstas una vez prendidas y arrojadas no dejan nada; con las tales nos incendiaron, porque las casas eran de paja”, narra Schmidl. También dice que fueron atacados  y quemados cuatro barcos. “Más tarde partió él, Joann Eyollas (Ayolas) con los 400 hombres en los parckhadienes (bergantines) o wasserbuegen (buques) aguas arriba del Paanaw (Paraná), y thon (don) Pietro Manthossa, el capitán general de todos, iba también con nosotros.

Y en 2 meses llegamos a los indios, a 84 millas (leguas) e distancia; esta gente llámase tiembus (timbúes), se ponen en cada lado de la nariz una estrellita de piedrecillas blancas y celestes, los hombres son altos y bien formados, pero las mujeres, por el contrario, viejas y mozas, son horribles, porque se arañan la parte inferior de la cara que siempre está ensangrentada”.

“Esta nación no come otra cosa, ni en su vida ha tenido otra comida, ni otro alimento que carne y pescado. Se calcula que esta nación es fuerte de 15.000 o más hombres (302). Y cuando llegamos como a 4 millas (leguas) de esta nación, nos vieron y salieron a recibirnos de paz en 400 kanneonn (canoas) o barquillas con 16 hombres en cada una. Las tales barquillas se labran de un solo palo, son de 80 pies de largo por 3 de ancho y se boga como en las barquillas de los pescadores en Alemania, sólo que los remos no tienen los refuerzos de hierro”.

Curados de espanto, los españoles trataron esta vez de no entrar en conflicto. Pero seguían agradeciendo a Dios por cosas que, en rigor, les daban quienes los recibían. “Cuando nos juntamos en el agua nuestro capitán, Joann Eyollas, mandó al indio principal de los tiembú, que se llamaba Rochera Wassú, una camisa, un gabán, un par de calzas y varias otras cosas más de reschat (rescate). Después de esto el dicho Zchera Wassú nos condujo a su pueblo y nos dio de comer carne y pescado hasta hartarnos. Pero si el susodicho viaje durara unos 10 días más a buen seguro que todos de hambre pereciéramos; y con todo, en este viaje, de los 400 hombres, 50 sucumbieron; en esta vez nos socorrió Dios el Todopoderoso, y a Él se tributen loas y gracias”.

Cuatro años, según las cuentas de Schmidl, permanecieron los españoles con sus anfitriones. Pietro Manthossa, ya muy enfermo, volvió a Buenos Aires y emprendió el regreso con dos grandes navíos y 50 hombres a España. Pereció en el viaje 

Hacia el norte

Sin embargo otros dos grandes buques, “con comida y rescates” fueron despachados hacia el Río de la Plata, y la promesa que les había hecho Manthossa a quienes se quedaron fue cumplida por sus ayudantes. Con Alonso Cabrera al mando arribaron en 1539 unos 200 españoles, y reordenaron la expedición. Y tras un consejo de capitanes, ocho bergantines partieron nuevamente por el río Paraná hacia el norte “en busca de otra agua corriente llamada Paraboe (Paraguay), adonde viven los carios que tienen trigo turco (maíz), y una raíz con el nombre de manteochade (mandioca) y otras raíces como padades (batatas) y manteoch propie y mandeoch mandepore. La raíz padades (batatas), se parece a la manzana y es del mismo sabor; mandeoch propie sabe a castaña; de mandeoch poere se hace vino, que beben los indios. Estos carios tienen pescado y carne, y unas ovejas muy grandes como las mulas de esta tierra (Alemania); iten más tienen chanchos del monte, avestruces y otras salvajinas; iten más gallinas y gansos en gran abundancia”.

La nueva expedición no tardó en encontrar otro pueblo. “Así, pues, partimos del puerto Bon Esperainso (Buena Esperanza) con los dichos 8 navíos parckhadienes, y el primer día, a las 4 leguas de camino, llegamos a una nación con el nombre de karendos (corondas). Ellos se mantienen de carne y pescado, son fuertes de 12.000 hombres, todos aptos para la pelea.

Esta nación se parece a la anterior, es decir, a los tiembú, usan estrellitas en las narices, y son bien formados de cuerpo; iten las mujeres son horrorosas, viejas y mozas, con las caras arañadas y siempre ensangrentadas; iten visten, como los tiembú, un corto paño de algodón que las cubre del ombligo a las rodillas, como ya se dijo antes. Estos indios tienen gran copia de pieles de nutria; iten muchas cannaon (canoas) o esquifes. Ellos se compartieron con nosotros de su pobreza, como ser, carne, pescado [y pieles]; nosotros les dimos abalorios, rosarios, espejos, peines, cuchillos [y anzuelos]; 2 días permanecimos con ellos, y nos dieron 2 carios cautivos que eran de ellos: éstos deberían servirnos de baqueanos y ayudarnos con la lengua”.

“De allí, seguimos nosotros adelante hasta llegar a otra nación, que se llaman gulgeissen, que alcanzan a ser unos 40.000 hombres de pelea, se mantienen de pescado y carne, también tienen estrellitas en las narices; iten mas se hallan a unas 30 millas (leguas) de camino de los carentes (corondas); hablan una sola lengua con los tiembú y carendes; viven en una laguna que mide de largo 6 millas (leguas) por cuatro de ancho del lado izquierdo del Parnau; 4 días nos quedamos con ellos; compartieron también con nosotros de su pobreza, como igualmente nosotros de la nuestra con ellos”.

Al gran pueblo

“De allí seguimos adelante sin encontrar más indios por 18 días; después dimos con un agua que corre tierra adentro, y allí encontramos mucha gente llamada Machkuerendes.

Estos no tienen más comida que pescado y algo de carne; son fuertes como de unos 18.000 hombres de pelea, tienen muchas canaen (canoas) o esquifes; nos recibieron bien a su modo haciéndonos parte de su miseria. Ellos viven del otro lado del Parnaw, esto es, a la derecha; hablan otra lengua, se ponen 2 estrellitas en las narices. Altos y bien formados los hombres, las mujeres empero son horrorosas, como se dijo ya. Están a 64 meil (leguas) de los Gulgaises”.

Por entonces, todo era diferente. Y mucho más la fauna. Así describe Schmidl el encuentro, en lo que hoy territorio santafesino, con una boa. “ Y es cuando se cumplieron los 4 días de estar con ellos, hallamos estirada en la tierra una serpiente extremadamente grande, que medía 25 pies de largo y gruesa como un hombre, overa de negro y amarillo; y la matamos con un arcabuz. Y eso que la vieron los indios se maravillaron de su tamaño, porque jamás habían visto otra igual. Esta serpiente, según nos contaron, los tenía mal a los indios; porque cuando se bañaban en el agua siempre solía estar oculta en el agua, envolvía a los indios con la cola y zambullendo con ellos se los tragaba; así que muchas veces indios desaparecían sin que se supiese la suerte que habían corrido. Yo mismo medí esta serpiente con carne y todo, así que me doy cabal cuenta de cómo era de larga y gruesa. Esta serpiente después los indios la despedazaron, la asaron, la hicieron hervir y se la comieron en sus casas”.

Después la expedición se encontró con una nación que asombró a los mismos españoles por su número. “De allí navegamos el Paranaw arriba y después de 4 días de viaje llegamos a una nación que se llama Zeckennaus Saluaischco (Chaná- Salvajes), [son] gente petiza y gruesa, no tienen más de comer que pescado y miel.

Esta gente, tanto hombres como mujeres, mozos como viejos, andan en cueros vivos, así como fueron lanzados al mundo, en suerte que no visten ni un trapillo ni cosa alguna que les sirva para tapar las vergüenzas; están de guerra con los Machueradeiss; y su carne es la de ciervos, chanchos del monte, avestruces y conejos, que parecen ratones, pero sin la cola.

Esta nación está a 18 millas (leguas) de los Mahueradeis. Esta jornada la hicimos en 4 días. Permanecimos sólo una noche con ellos, porque ni para ellos tenían de comer; es una nación que se parece a los salteadores de caminos de nuestro país.

Viven ellos a unas 20 millas (leguas) del agua (el río), para evitar que los tomen de sorpresa sus enemigos. Pero en esta ocasión habían bajado al agua 5 días antes de llegar nosotros para proveerse de pescado y para pelear con los Macharades; son fuertes de unos 2.000 hombres.

De allí partimos y llegamos a una nación que se llaman Mapenuss (Mepenes). Estos son fuertes como de 100.000 hombres, viven en todas partes de aquella tierra, que se extiende por unas 40 millas (leguas) a uno y otro viento, pero se los puede reunir a todos por tierra y agua en 2 días; tienen más canoas o esquifes que cualquier otra nación de las que hasta allí habíamos visto; en cada una de estas canoas o esquifes cabían hasta 20 personas.

Esta gente nos salió al encuentro por agua en son de guerra, con 500 canoas o esquifes, pero sin sacarnos mayor ventaja, les matamos a muchos con nuestros arcabuces, porque hasta entonces no habían visto arcabuces ni cristianos. Mas cuando llegamos a sus casas no les pudimos sacar ventaja alguna, porque el lugar distaba una milla (legua) de camino del agua Paranaw, donde teníamos los navíos, y sus pueblos estaban rodeados de agua muy profunda a todos vientos, así que no les pudimos hacer mal alguno, ni quitarles nada; y como bailamos 250 canoas, o esquifes, las quemamos y destruimos.

Tampoco nos pareció prudente apartarnos demasiado de nuestros navíos, porque recelábamos que nos pudiesen atacar por el lado opuesto; así, pues, nos volvimos a los navíos; porque la guerra que ellos hacen es sólo por agua.”

“Hasta estos Mapenus, desde la antedicha nación que acabamos de dejar (se cuentan) 95 millas (leguas) de camino”.

Así concluye el capítulo XVIII de la crónica de Schmidl, y también su primer paso por Santa Fe. Muchas más cosas vio y narró el lancero en la expedición que, remontando el Paraná, terminó fundando Asunción del Paraguay e internándose en lo que hoy es Brasil. Los expedicionarios combatieron con algunos pueblos, hicieron lazos con otros, y también hicieron combatir a unos y otros en su provecho. Lo que siguió, cambió para siempre la faz de la tierra, y dejó bajo ella a pueblos que desaparecieron sin más rastro. Incluso, lo único que queda de algunos de ellos es la narración de Ulrico Schmidl, el lancero alemán que vino con quienes los conquistaron. Su “Viaje al Río de la Plata”, está al alcance de todos en la Biblioteca Nacional de la República Argentina: la dirección es: www.cervantesvirtual.com/servlet/Sirve- Obras/12586186423471506765435/p00000 0 1 . h t m ? m a r c a = U l r i c o % 2 0 S c h – midl%20viaje%20al%20r%EDo%20de%2 0la%20plata#I_6_.

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