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Reflexiones

Un Papa que no genera gestos sino hechos audaces

El rezo en el muro que separa y alimenta odios. Más que una foto y un mero gesto, mueve la estantería de la diplomacia vaticana.


Aunque en su mayor parte es una cerca de alambre, la extensa separación física entre Israel y Cisjordania adopta en las cercanías de Belén su peor aspecto, el de un alto muro de cemento. Para los palestinos, impone un apartheid; para los israelíes, es clave para evitar ataques terroristas. Lejos de esa polémica, Francisco se detuvo el domingo frente a él a orar por la paz.

¿La invitación de Francisco a los presidentes de Israel y Palestina a orar juntos en el Vaticano es el comienzo de una mediación formal por la paz? La pregunta, que obtenía el domingo diferentes respuestas según el entusiasmo o la irritación que la jugada produjo en distintos actores, no es fácil de dirimir. Si en definitiva se convierte en eso, algo que únicamente el tiempo determinará, sólo lo será después de un camino largo y tortuoso.

Suele abusarse de la palabra “gesto” referida a los hechos y dichos del sorprendente Papa argentino. Se es injusto con él. El papa Francisco va mucho más allá de los gestos y produce hechos contundentes y osados, como cuando jugó políticamente contra una intervención estadounidense en Siria, yendo mucho más allá de las invocaciones genéricas a la paz que suelen emanar de la Santa Sede.

Y el domingo lo hizo de nuevo, bien en su estilo, al desencadenar un hecho político de esos que suelen fruncir ceños en los miembros del establishment, pero que le ganan el amor incondicional de la gente común.

Llegar a una mediación real, decíamos, será complejo. Tanto como lo ha sido a través de los siglos el vínculo entre el cristianismo y el judaísmo. Basta recordar que las relaciones diplomáticas plenas entre el Vaticano e Israel se remontan apenas a 1993, en tiempos de Juan Pablo II.

Honesto y en línea con la política del Estado que lidera, que reconoce a Palestina desde 2012 (como Argentina, Brasil y la mayor parte de la comunidad internacional), el pontífice no ahorró tomas de posición fuertes que desagradaron a sus anfitriones israelíes. Por un lado, viajó directamente desde Amán, en Jordania, a la ciudad cisjordana de Belén, sin pasar por territorio de Israel, con lo que destacó que no llegaba a un territorio subordinado. Por el otro, se detuvo ante la barrera de seguridad israelí, que en la mayor parte de su recorrido de más de 700 kilómetros es una sofisticada verja de tres líneas de alambrado de púas, con cámaras de vigilancia y sensores, pero que en esa localidad es un muro puro y duro, de cemento armado y cuatro metros de altura, ubicado a escasos metros de las viviendas que marcan el límite de la ciudad. Estar allí es impactante, como lo es ver el modo en que serpentea hasta perderse en el horizonte.

Para los palestinos, es el “muro del apartheid”; para Israel, una garantía de seguridad contra la incursión de terroristas, algo que –acaso dolorosamente– es cierto y que le ha evitado, tal vez, decenas o centenares de muertes de civiles en los últimos años.

La oración en el Vaticano reunirá al papa Jorge Bergoglio con dos jefes de Estado debilitados. Uno, Shimon Peres, por tener un cargo meramente ceremonial y, encima, por terminarlo el 27 de julio. El otro, Mahmud Abbas, por lo deshilachado de su imagen como un moderado que prometió una paz que nunca llegó y por la perspectiva de elecciones en las que no sorprendería ver a su partido Al Fatah superado por los islamistas de Hamas.

Si el hecho espiritual simbólico se convierte en algo más, esto es, en una mediación diplomática, el primer aliviado será Barack Obama, quien acaba de fracasar, como todos los presidentes estadounidenses en el final de sus mandatos, en tal empresa. Estados Unidos es un mediador inconveniente: ninguno de sus gobernantes parece en condiciones de tomar la suficiente distancia de Israel como para forzarlo a decisiones difíciles, y, por eso mismo, su aceptación como tal por los palestinos es un acto de resignación ante la falta de otros candidatos con una espalda a la medida del desafío.

A quienes, más que aliviar, pone en un verdadero brete es a los actuales líderes políticos israelíes, con Benjamín Netanyahu a la cabeza y su coalición que va de la derecha a la derecha dura. ¿Cómo rechazar una oración por la paz?

Los temas pendientes que traban la posibilidad de un acuerdo de paz son tan claros como de difícil acuerdo: las fronteras, el status de Jerusalén, las colonias, el derecho de retorno de los refugiados palestinos, el reconocimiento de Israel como Estado judío, garantías de seguridad…

La pregunta de fondo es: ¿Las partes desean realmente un acuerdo de paz basado en la coexistencia de dos Estados?

Si Hamas es el verdadero poder en la calle palestina, seguramente no se va a encontrar allí demasiada voluntad. E Israel ha encontrado un modus vivendi a partir del aislamiento de Gaza y de la separación física con Cisjordania.

Virtualmente a salvo del terrorismo, muchos no encuentran demasiados incentivos para ceder territorio, erradicar asentamientos ni entregar un milímetro de Jerusalén.

Gracias al muro, aunque sea triste decirlo.

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