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Mitad gata de terciopelo, mitad pantera: cumpleaños de la increíble Claudia Cardinale

Actriz de Fellini, Visconti, Monicelli, protagonista junto a Mastroianni, Delon, Burt Lancaster, Peter Sellers, se valió de su seducción y versatilidad para filmar más de 140 películas. Fue un mito erótico y a sus 86 recién cumplidos sigue sosteniendo que en lo único que cree es en el destino


Marcó un momento del cine de la segunda mitad del siglo XX reuniendo componentes actorales como perspicacia, seducción, versatilidad y trabajó en propuestas a los dos lados del Atlántico, sobre todo en Europa, y particularmente con algunos de los más interesantes realizadores de la época. Fue además uno de los mitos eróticos para por lo menos dos generaciones desde la inolvidable Los desconocidos de siempre, de Mario Monicelli, allá por 1958, y le puso el cuerpo y sus magnéticas miradas a títulos magníficos como Rocco y sus hermanos (1960), de Luchino Visconti; Ocho y medio (1963), de Federico Fellini; El gatopardo (1963), también de Visconti, con lo que Claudia Cardinale inició su trayecto cinematográfico con un futuro promisorio que la haría actuar en más de 140 películas con directores de los más variados estilos.

La chica de piel tersa y sonrisa cautivante acaba de cumplir 86 años y algunas fotos la han tomado mirando el Sena desde la ventana de su apartamento cercano al río parisino, ya no tan proclive a dar entrevistas y tal vez recordando algunos de aquellos momentos en los que fue Sandra, la hija de un judío asesinado por los nazis que regresa a su pueblo natal al sospechar de la culpabilidad de su madre y su padrastro en el crimen, en Vagas estelas de la Osa Mayor (1965), el intenso drama de Visconti; o una de las dos bellas asaltantes –la otra era Brigitte Bardot– de bancos que agotadas de tal trajín compran un rancho enclavado en un terreno lleno de petróleo en un western con aires de comedia llamado Las petroleras (1971), del francés Christian Jacques; o en la prodigiosa Fitzcarraldo (1982), de Werner Herzog, donde interpretaba a Molly, una especie de musa para el delirante fanático de la ópera que busca construir un teatro en medio de la selva amazónica.

 

En esas fotos aparecidas en algunas revistas populares italianas se la ve fumando y en un pie de una de ellas se lee el textual “La culpa de que fumo es de Visconti. Cuando hice de Sandra, él quería que yo fumara, nunca lo había hecho antes. Desde entonces no he parado”. En esa misma nota también se lee que Cardinale nació en Túnez durante el protectorado francés aunque sus padres eran sicilianos y que de la mano de un concurso de belleza que premiaba a la chica italiana más hermosa de esa ciudad, y que ella ganó, llegó al Festival de Cine de Venecia –de eso se trataba el premio– donde los ojos de varios productores se abrían desmesuradamente ante la belleza que acababan de contemplar. Allí mismo recibió diversas propuestas para hacer cine que no consideró seriamente hasta mucho más tarde cuando pareció entender que quizás era su destino. “Creo en el destino: si lo hiciste es porque tenías que hacerlo. No me arrepiento de nada”, dijo una vez cuando le preguntaron si había algo en su carrera que no hubiese querido hacer. Y agregó: “Con el cine, me sucedió lo que ocurre con los hombres: cuanto más los rechazas, más insisten. Si les dices que sí desde el principio, entonces se van. Mi destino estaba ahí y lo seguí gustosa”.

Una mirada que traspasa

Claudia Cardinale tenía una mirada que parecía traspasar la pantalla; una sonrisa que desarmaba y un cuerpo de formas armoniosas y muy expresivas, pero además poseía ese don preciso de actuación con que no todos los actores y actrices cuentan, por lo que muchos realizadores veían en ella a la protagonista que podía adaptarse perfectamente para un sinfín de roles. Ese lugar ella lo hizo valer y de a poco solo fue embarcándose en proyectos que le interesaban por alguna cuestión en particular. En un entrevista para la Vanity Fair destacó a algunos con los que había trabajado: “Primero leo el guion, luego me entrevisto con el director. Si no me gusta, no hago la película. He trabajado con algunos de los mejores: Luchino Visconti, Sergio Leone o Federico FellinI;  Fellini y Visconti no tenían nada en común. Nada. Eran totalmente opuestos. Con Visconti era como hacer teatro; estaba todo decidido de antemano. Con Federico, no había guion, todo era improvisación. Marcelo (Mastroianni) se sentaba donde se suponía que debía estar y me hablaba. Yo le respondía y eso era lo que quedaba. Mientras tanto, ¿sabes lo que hacían los demás actores? Contaban. Un, dos, tres… «Tú sonríe; tú vete hacia la pared; tú agáchate», les decía Fellini. Y luego les ponía el texto que quería. Federico era un mago”.

Y algo era cierto también, Cardinale interpretó muy diversos personajes y pertenece a esa raza de actrices que en cada uno de ellos pone algo de su naturaleza más íntima, algo que solo ella puede hacer para que realmente brille. A esa versatilidad le veía cierto costado de riesgo y alguna vez la definió del siguiente modo: “La peculiaridad del trabajo de actriz es que puedes llegar a vivir cientos de vidas totalmente diferentes: yo he sido princesa, puta, aldeana… eso es fantástico. Pero, para hacer este trabajo, necesitas ser muy fuerte por dentro; si no, pierdes tu identidad. Tienes que ser otras solo enfrente de la cámara. Luego debes seguir siendo tú. Es muy peligroso este trabajo”.

Una presencia poderosa

Cardinale trabajó con Sergio Leone, el rey indiscutido del western spaguetti; Claude Lelouch, Liliana Cavani, que la dirigió en ese drama intenso que fue La piel (1981), junto a Burt Lancaster y Marcelo Mastroianni; con Franco Zeffirelli, en su versión de la historia bíblica Jesús de Nazaret; con el norteamericano Blake Edwards en el primer film de la saga de la pantera rosa, que llevó por título La pantera rosa (1963), junto a dos grandes de la comedia como Peter Sellers y David Niven (en 1993 haría uno de los protagónicos de la última película sobre la felina, dirigida también por Edwards y llamada El hijo de la pantera rosa, aquí junto a un todavía no tan conocido Roberto Benigni).

Evidentemente había proyectos que prefería por sobre otros, y algunos significaron una experiencia profunda en su rol de actriz pero también en su vida personal pese a que siempre sostuvo que volvía a ser ella misma luego de cada rodaje. La actriz reconoció que trabajar con Herzog en la selva amazónica había sido como un pasaje a otro mundo, mucho más fantástico que el que había conocido hasta entonces. “La exuberancia de la selva, los indígenas que conocí, sus chamanes, ese entorno era más perfecto que cualquier cosa que hubiera visto antes. Herzog también lo vivía así y cada día de rodaje no paraba de asombrarme porque sentía que estaba como en otra dimensión. Yo era Molly, la pareja del delirante Fitzcarraldo, que interpretaba Klaus Kinski, quien también parecía afectado por la potencia de la Amazonia”, dijo Cardinale en el Festival de Cannes cuando la película se alzó con el galardón a mejor director.

No pocos actores, actrices y directores destacaban que la presencia de Cardinale en los sets era realmente poderosa. Solía ser el centro de las miradas de los extras y técnicos mientras se paseaba libremente leyendo las líneas de la escena que iría a interpretar en un rato. Pero además charlaba con todos, se fotografiaba con quienes se lo pedían y soltaba algunos chistes del tipo: “¡Si yo no quería ser actriz, solo quería explorar el mundo!”. Cuando le daban el “acción” una fuerza inaudita se colaba en su personaje y ya el equipo de filmación mantenía la respiración para no romper esa intensidad que la actriz irradiaba. Cardinale sabía de su poder de seducción, pero además era también generosa y nunca quiso llevarse los méritos ella sola. En una entrevista a propósito del estreno de La artista y la modelo (2012), del español Fernando Trueba y guion de Jean-Claude Carriére, y una de sus últimas películas, expresó en relación a sus recursos actorales: “La belleza cuenta, pero no se trata sólo de ser bella sino de lo que consigues transmitir. Eso es lo importante, y también el director y los compañeros de reparto, porque si no tienes un actor o una actriz que te den juego… En este trabajo se trata de dar y recibir. Yo tuve suerte, empecé con Marcello Mastroiani, que era un genio y te incentivaba todo el tiempo, como si apostáramos para que la escena subiera de nivel, y además tuve la fortuna de rodar con muy buenos directores”.

En otras ocasiones había manifestado que para actuar, era muy importante tener fuerza interior, porque si no se perdía la cabeza fácilmente y sobre todo, advertía, mucho más cuando la fama comenzaba a aparecer. Afirmaba que se consideraba una persona normal y que le gustaba ir sola por la calle.

Ni Hollywood, ni Mastroianni, ni Brando

Cardinale filmó varias películas en Hollywood; allí conoció a Paul Newman, quien en una oportunidad le prestó su casa para que parase; se hizo amiga de Rock Hudson y Steve McQueen y algunos productores le propusieron firmar un contrato –ella competía palmo a palmo con otras bellas estrellas italianas de la época como Gina Lollobrigida, Sophia Loren, Monica Vitti–  para instalarse en la meca del cine pero lo rechazó. “No sé qué hubiera pasado si me quedaba, pero todo aquello no era para mí, prefiero los tiempos europeos, más tranquilos y más tolerantes con las necesidades de cada uno”, señaló sobre la propuesta que no fue. En producciones norteamericanas como El fabuloso mundo del circo (1964) compartió cartel con John Wayne y Rita Hayworth. Pese a lo que podría fantasearse de una mujer tan hermosa en relación a sus amoríos con actores, parece que eso no funcionó de ese modo a juzgar por lo que se conoce de esas relaciones y de lo que ella misma ha contado sin que nadie lo desmienta. Al parecer, Mastroianni le hizo todo tipo de proposiciones, pero ella lo rechazó siempre. No lo lamenta. Del único rechazo que se arrepiente es de haberle dicho que no a Marlon Brando, que contó así: “Entró en mi habitación, empezó a hacerse el seductor y yo me eché a reír. Entonces, él dijo: «lo entiendo, no hay nada que hacer…». Y se fue. ¡No me lo perdonaré nunca!”.

Alain Delon es uno de los mejores amigos de Cardinale desde que se conocieron en el rodaje de Rocco y sus hermanos, en 1960. Pero fue El gatopardo, lo que los convirtió en “pareja de película”, aunque en aquel film la competencia parecía ser dura: “Burt Lancaster era un hombre maravilloso, imponente y tan, tan atractivo”, había dicho Cardinale en una entrevista. De su gran amigo Delon, contó que en el Festival de Cannes, mientras miraban una restauración del film de Visconti hecha por (Martin) Scorsese en 2010, el actor francés le agarraba la mano, se la apretaba y le decía que ellos dos eran los únicos vivos porque los demás actores estaban muertos. “Y lloraba. Es terrible,  porque cuando ves una película recuerdas el rodaje, a las personas… Después Alain, me dijo que no recordaba que habíamos estado besándonos todo el tiempo. Scorsese había montado escenas que no habíamos visto nunca”. Cardinale tuvo dos hijos, una mujer y un varón, este último a partir de  una violación sufrida a sus diecisiete años, situación que ella cuenta en su autobiografía.

Mitad gata de terciopelo, mitad pantera

Hace unos pocos años Cardinale reconoció considerarse un icono gay que defiende la diversidad y también a las mujeres; al mismo tiempo se ocupa de cuestiones relacionadas con la preservación de la naturaleza y el cambio climático y ha apoyado la continuidad de la democracia en Túnez, su país. “Yo siempre me he considerado tunecina, ahí están mis raíces y amo Túnez, es un país de gran belleza y espero que todo vaya bien”, dijo el año pasado.

Y cuando tenía algunos años menos de los 86 que acaba de cumplir dijo que tenía muchos admiradores jovencitos y que recibía muchas cartas de ellos. “Lo gracioso es que aún tengo admiradores muy jóvenes que me envían encendidas cartas de amor, porque acaban de ver una película mía de hace 40 años, y no entienden que yo ya no soy así. Una vez en Roma, se acercó hasta donde yo estaba un taxi con un joven dentro. El taxista me dijo que ese joven había volado desde Los Ángeles para conocerme y que, si yo estaba viviendo sola, a él le gustaría vivir conmigo”, contó. También que muchas veces encontraba que los hombres eran terribles porque cuando sacaba un cigarrillo del paquete, en un abrir y cerrar de ojos tenía cuatro manos rodeándola para encendérselo.

La crítica y escritora estadounidense Dorothy Parker la definió una vez como “mitad gata de terciopelo, mitad pantera enfurecida porque sabe que así la actuación y la vida, se intensifican”. Y en uno de los tantos homenajes que continúa recibiendo, esta vez en Turquía, expresó que en lo único que cree es en el destino. “Creo en el destino: si una cosa no pasa, es que no debía ocurrir; si pasa, si va bien, pues bien y si no… La verdad es que he tenido mucha suerte en la vida, ya me decía siempre mi madre que tenía una estrella que me protegía. Del destino depende todo”.

 

 

 

 

 

 

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