Región

Lo público y lo privado

Un lugar en el mundo: en Pueblo Esther buscan preservar el “montecito” que brotó por fallo judicial

Hace seis años la Justicia dispuso una franja libre de fumigaciones de unos 800 metros por 100 en el límite con General Lagos, y allí brotó y prosperó naturalmente un ecosistema propio. Ahora vecinos y vecinas buscan que un desarrollo inmobiliario entienda la importancia de preservarlo


“Cada árbol nos importa. Aunque sea uno”, sintetiza Mario Caporali, residente en la ciudad de Pueblo Esther que forma parte de Vecinos Autoconvocados que buscan la preservación de un “montecito”, tan pequeño como joven, en la vecina localidad de General Lagos. Según explica, el espacio se formó casi accidentalmente justo en el límite de los dos distritos cuando, hace seis años, dos vecinas de la zona lograron una medida judicial en su favor que creó una franja de resguardo de las fumigaciones que una explotación agrícola esparcía, camino de por medio. Desde entonces, frente a la calle Río Salado a partir del cruce con la calle Río Limay, en el límite de un barrio que está próximo al Paraná en el que todas las trazas tienen nombres de ríos, hay un espacio de unos 100 metros de ancho y cerca de 800 de largo en el que la tierra volvió a cobrar vida. Hasta ahora, cuando vecinos del lugar vieron llegar topadoras que iniciaron un desmonte para un proyecto inmobiliario. “Sabemos que es privado, por supuesto que eso no lo cuestionamos”, aclara Caporali, y cuenta que la iniciativa por la que están pujando es simplemente que la empresa que avanza en el desarrollo inmobiliario los escuche y reciba un proyecto alternativo de preservación, una armonía con el entorno que puede ser beneficiosa para todos. ¿Será posible?

 

Caporali, quien no es un activista ambiental sino un músico y director de cine, cuenta que la acción de los vecinos fue creciendo en forma natural como el propio “montecito”, una diversidad en la que alguien que conocía a una especie la identificó y colectivamente padres, madres, hijos hicieron carteles, en un intercambio que se abrió al aprendizaje de la naturaleza en convivencia y respeto. Así fueron apreciando la restauración del entorno que se hacía por sí misma a partir del solo hecho de que el suelo no recibiera aspersiones de agroquímicos. Cuenta Caporali que las plantas pioneras fueron las chilcas, una especie de arbusto de tronco leñoso y muy ramificado que pueblos originarios usaban por sus propiedades medicinales –las hojas machacadas sirven para dolor de estómago, hinchazones provocadas por golpes y contra sarpullidos, entre otras recomendaciones– y además por su abundante floración es una especie melífera. “Es el primer estadío del ecosistema restaurado”, marca Caporali. Es que una vez que crecieron –las chilcas pueden superar los 2 metros– entre ellas comenzaron a prosperar otras plantas de mayor talla, como árboles de cina cina (las flores y la pulpa de los frutos son muy dulces), aguaribay (se le llama “pimienta roja” y suele sumarse a la pimienta verdadera en condimentos mezcados), timbó (sus frutos con forma de oreja se siguen usando a modo de jabón hasta hoy para desmanchar ropa y sus hojas en infusión para lavar heridas) y varias más. Y a nivel del suelo, cuenta Caporali, también prosperaron carquejillas, plantas de similares propiedades de la carqueja (protege el hígado y es digestiva) pero sin su sabor extremadamente amargo.

A esa altura, el pequeño espacio ya era lugar de esparcimiento, laboratorio natural y hasta microdespensa de alimentos. Pero más aún un mínimo refugio para insectos, aves y alguna otra especie, todos desterrados por usos productivos del suelo. “Y también por los incendios”, afirma Caporali, recordando que se veían, al otro lado del Paraná, llamas y humaredas de las quemas en las islas.

 

 

Máquinas y árboles

“Y cómo hubiera sido en seis años más”, menciona sin resignarse Caporali. Es que muchos de los árboles del montecito que superaban los 4 o 5 metros de altura tenían casi esa edad, ya que brotaron cuando pararon las fumigaciones. Pero algunos ya no están: este 15 de noviembre los vecinos vieron, azorados, cómo llegaban topadoras y empezaban a destrozar todo a su paso. Se corrió la voz y quienes cuidaban y disfrutaban el lugar se organizaron, discutieron si podían hacer algo. Y una que vez que resolvieron que sí se podía hacer algo, “aunque el lugar sea privado”, comenzaron a definir qué.

Así buscaron información, cursaron notas a la empresa desarrolladora y a la Comuna de General Lagos. Recibieron información y apoyo de organizaciones con trayectoria como el Taller Ecologista Rosario o Mujeres Raíces, de la misma ciudad de Pueblo Esther, además de la Multisectorial Paren de Fumigarnos, la Multesectorial Humedales y de particulares que se interesaron por la situación.

¿La ley del Árbol vigente llega a amparar el “montecito”? ¿La empresa desarrolladora hizo un relevamiento y un estudio del impacto ambiental (y social) que significa su destrucción? ¿Puede encontrarse un camino de consenso entre lo privado y lo público?, fueron algunas de las preguntas que se hicieron las y los vecinos de Pueblo Esther y General Lagos reuniones urgentes.

Cuenta Caporali que lograron parar la acción de las topadoras, mientras elaboraban y cursaban notas a la Comuna de Pueblo Esther y a la propia empresa desarrolladora, y se contactaban con el gobierno provincial. En ese trajín lograron llamar la atención del presidente comunal de General Lagos, Esteban Ferri, quien no sólo recibió la carta, sino a representantes de los vecinos, “y muy amablemente”. También se contactaron con profesionales, docentes e investigadores de la Universidad Nacional de Rosario y de la Universidad de Buenos Aires, y con el titular de la Dirección Provincial de Bosques de Santa Fe, el ingeniero agrónomo Fernando Aiello.

Y, entre dudas, depositaron también esperanzas en el propio desarrollo inmobiliario. Es que el proyecto, que se denomina “Distrito Cero” y lleva adelante Life Desarrollos Urbanos, es descrito por la misma empresa, entre otras virtudes, como “un diseño urbano que prioriza la movilidad sustentable y la salud, la vida en comunidad, el disfrute de la naturaleza y el río”.

“La demanda de los vecinos es un llamamiento a una mayor responsabilidad por parte de quienes nos representan y a los privados: no se puede hacer cualquier cosa en un territorio. Si sacan espacios verdes, nos afecta a todos. Hay una responsabilidad ambiental”, sintetiza Caporali. Y lanza una apuesta al valor agregado que hasta le podría dar a un desarrollo inmobiliario eco-amigable contar con una suerte de “rincón salvaje” en sus bordes, en la alternativa de preservarlo o destruirlo.

 

Buscando un símbolo de paz

Lo que ya es la organización Vecinos Autoconvocados de Pueblo Esther –anuncia sus actividades en el perfil de Instagram @autoconvocadespuebloesther– abrió un registro de firmas para acompañar la carta, que está fechada este 21 de noviembre. En la nota dieron cuenta de la breve historia del “Montecito Las Chilcas” y anexaron la medida judicial del juez del fuero Civil y Comercial Luciano Juárez, que hizo posible en diciembre de 2017 su surgimiento. Y marcaron que la acción de topadoras que se inició sin previo aviso el paso miércoles 15 “ya aplastó 3 guayabos (psidium guajava), 4 aromitos (geoffroea decorticans) y 3 lapachos amarillos (handroanthus albus)”.

La nota reclama el cese de la destrucción respaldándose en la ley nacional del Árbol (ley 26.331), la ley provincial del Árbol (ley 13.836), los artículos 36 y 41 de la Constitución Nacional, que se refieren al ambiente. Y pide que el proyecto inmobiliario contemple su propuesta, “la cual no es un debate sobre la propiedad privada, sino la exigencia del cumplimiento de las leyes que protegen los espacios verdes y éste en particular, por su historial y su inmediata cercanía a una recién declarada reserva ecológica («Reserva urbana Mario Drissun») y zona de humedales”.

En esa línea la organización remarca que el cordón verde en riesgo “es utilizado por familias, niños, deportistas y vecinos de General Lagos y Pueblo Esther como espacio de recreación, tránsito, deporte, encuentro y contacto con la naturaleza”, y denota su “valor social, cultural, educacional y ambiental” como “pulmón verde del que hoy goza tanto la ciudad de Pueblo Esther como la Comuna de General Lagos”.

 

También pone en foco otras dos problemáticas: una el manejo de una defensa contra contra inundaciones sobre la calle Río Salado, que preserva la zona habitada de Pueblo Esther, ya que los terrenos de General Lagos tienen “mucha mayor altura”, y “un manejo indebido provocará grandes problemas” a vecinos y propiedades, por lo que exigen “claridad y responsabilidad en el estudio del sistema de drenajes, por parte de ingenieros competentes”.

La otra es el manejo del humedal en el que se emplaza el Camping Municipal de Pueblo Esther, donde “parte de la barranca fue rellenada sistemáticamente con basura durante años”, lo que derivó en un reclamo al Ministerio de Medio Ambiente de la provincia, la apertura de un expediente y la disposición de no “seguir invadiendo ese lugar y alterar el ecosistema natural”.

“Pero en la actualidad hay un nuevo accionar que continúa destruyendo el ecosistema”, marca la misiva en referencia a una playa privada “que también se proclama «ecológica» y un terraplén que no sólo arrasó con el monte nativo (grandes arboledas de timbós, ceibos y sauces) sino que actualmente impide que el agua del río penetre en el humedal, por lo cual éste se seca y muere lentamente”.

Con todo, las acciones continúan no sólo en defensa de espacios verdes sino en su crecimiento. Este sábado, a partir de las 17, el Club de Ciencias de la organización Mujer Raíz cierra el año con “una gran plantación de árboles y arbustos nativos” en el Montecito de Olivos, en la calle Río Pilcomayo entre Río Paraná y el Camping Municipal. Y el Colectivo de Mujeres Gestoras de Pueblo Esther convocó para las 18 a la actividad “Poéticas del Territorio” en Playa Grande, entre el Montecito de Olivos y la barranca del Paraná, con muestra de fotos de los humedales, música y poesía.

 

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