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Un libro que pone en juego la validez de la enunciación poética de cara al mundo contemporáneo


 

Leandro Llull* / Especial para El Ciudadano

En clave interrogante, este nuevo libro de Norman Petrich pone en juego la validez de la enunciación poética de cara al mundo contemporáneo. Los versos se preguntan “¿pero qué esperábamos? / ¿qué esperábamos decir, realmente?” y la respuesta, a pesar de su generalidad, es directa: “porque real era decir que / estábamos cansados”.

En este marco, la potencia de la expresión se torna central. Sin un plano de incidencia, el poema deviene huero. La voz debe ser ocupada por las vivacidades circundantes, debe articular lo social no verbalizable, debe dirigir los ojos hacia la oscuridad de lo que somos: “(ellos nacieron muertos / dice mi vecino / crecieron muertos / vieron caer a los amigos / que ya estaban muertos / de la misma forma / en que se ve caer a los otros / cuando el muerto comienza a disparar // para ellos papá noel estaba muerto / los reyes magos estaban muertos / como ahora el farmacéutico está muerto / pero de esto último / ya hablan las noticias / de eso / y de que se pudran / que se pudran bien adentro / que no crucen la línea de sombras / nunca más)”.

De este modo, las sensaciones y sentimientos colectivos requieren del poema y, a la vez, este debe asentarse en ellos y reencaminarse hacia ellos. Aunque esa colectividad no es un borramiento de lo singular; todo lo contrario, esta se percibe como suma antes que como entidad abarcadora. “Ocuparon territorios / donde / las manos no terminan / en las uñas / sino en la pared”, se nos señala en unas “líneas” y con ellas se abre la posibilidad de una voz para el que canta, un oído para el que escucha y un cuerpo para cada quien en cada extremo de lo dicho. El poema, entonces, nos obliga a una eticidad continua, insustituible, indelegable, que contrarreste el hecho de que “de este lado / la muerte es / solamente / la muerte”.

Así, la osadía del canto únicamente cobra fuerza si es ejecutada desde un yo que se aferra al suelo que ocupa. Tantear lo propio en lo de todos, nombrar lo que está en los dos polos del discurso. Romper la masa que enfrasca y permite el dominio, encontrar al otro al final del verso para que este lo encuentre a uno, para que ambos prueben la tibieza latente en la palabra. Exhibir a cielo abierto lo particular de cada cuerpo sometido es ya un acto de lucha por el cual comenzaría la posible  redención: ser alguien, aun cuando se avance hacia el matadero (“me pregunto / cómo será tu nombre / sin el miedo a tu nombre”).

“Escribiría que soy / si somos”, se confiesa la voz en su tarea de consolidar el verso. Lo que se sopla dentro de la frase, el aliento donde se aloja la piedra incomunicable del corazón de las palabras. De esa sustancia están formados los “pájarospuños” que disparan estas páginas: un peso agobiante que flota cuando la música lo descubre humano, una humillación que se constela y se vuelve espejo. Un poema que ve en las retinas lo que las retinas no pueden ver de sí mismas.

LA FICHA

las líneas del futuro tienen forma de gatillo

Norman Petrich

La mariposa y la iguana / 2023

56 páginas

 

*Poeta, crítico y tallerista

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