Opinión

Día del periodista

Un fantasma recorre el mundo


La producción de conocimiento científico de la humanidad no conoce, al menos por ahora, de límites. En todo caso, un límite verosímil a tal desarrollo se podría materializar en la finitud humana, que por compleja y en apariencia lejana, no se instala en la actualidad como debate. Y si alguien intentara ese recorrido, es probable que se le impute el mote de “existencialista” en clave peyorativa.

Lo que sacude, y no es para menos, al mundo hoy es aquello que se denomina Inteligencia Artificial (IA).

Una definición rápida de la IA nos remite a entender que es la combinación de algoritmos (un conjunto de tareas concretas vinculadas a la idea de proceso con un fin también concreto) para construir máquinas que realicen tareas que son propias del ser humano. 

Si nos ajustamos a esta noción general podemos afirmar que ya hace bastante tiempo que estamos rodeados de IA; lo cual es cierto y no tanto.

En efecto, nuestra vida cotidiana está atravesada y mediada por un amplio conjunto de soportes que se ajustaría a la definición de IA. Y mucho más desde la masificación de la World Wide Web a fines de la década del 80.

Sin embargo, no son pocos los científicos que aun sostienen que la imprenta de Gutenberg es el invento más revolucionario de la historia de la humanidad.

Sin intención de establecer un debate inconducente, lo impactante del desarrollo científico es su velocidad. Lo tiempos se acortan. 

Desde Gutenberg han pasado más de 500 años y la producción de tecnología es incesante.

Un conocimiento científico que no es para todos

Es en ese contexto, que hace algunos meses que Chat GPT está entre nosotros y lo que ha generado no tiene precedentes. 

“En muy poco tiempo superó los cien millones de usuarios, algo que a Twitter le costó cinco años y a Instagram dos y medio. Esta herramienta vino a romper todo lo establecido, vino a modificar nuestra zona de confort. Nunca antes había ocurrido que la sociedad se dividiera de esta manera: por un lado, los que abrazan la innovación y piensan cómo incluirla en sus rutinas y, por el otro, los que buscan en la prohibición una manera de frenar algo que avanza a paso firme”, dice Mariano Quiroga, Director del portal <Multiviral< (https://multiviralok.wordpress.com/).

Y agrega: “Desde la década de los sesenta venimos interactuando con la inteligencia artificial (IA). Esta herramienta está instalada en nuestra vida en cuestiones muy cotidianas de nuestro día a día, como por ejemplo, cuando interactúas con un chatbot que simula ser una persona que te da una serie de respuestas preestablecidas”.

Un punto de partida clave es entender que la ciencia no es neutral.

“Nadie ignora que la ciencia (y la tecnología) pusieron en manos de los hombres los medios y las herramientas que les permiten en gran medida satisfacer las necesidades crecientes de su existencia y, al mismo tiempo, liberarse de constricciones y limitaciones materiales de su vida diaria.

Pero, al menos desde Hiroshima, resulta mucho más transparente que antes que la evolución de estas en nuestro tiempo, hace pesar sobre la humanidad el peligro sobre su propia existencia en tanto especie”, afirmó el filósofo Enrique Marí en un célebre debate con el epistemólogo Gregorio Klimovsky, quien planteaba: “La tecnología no es buena ni mala. Todo está en relación con su uso. Un martillo puede servir para clavar un clavo o para matar a una persona”.

El debate necesariamente nos impone reconocer que la producción de conocimiento científico es social y como tal responde a “necesidades” de la sociedad. En una sociedad capitalista los intereses de dicha formación económica y política están directamente relacionados a sostener esa estructura y reproducirla.

No es el interés altruista y de bienestar del prójimo, por el contrario es sostener un statu quo.

Si aceptamos que la contradicción fundamental y eterna de la humanidad es “dominar” la naturaleza, lo que sigue es producir un conocimiento científico que no es para todos.

La mayoría de los seres humanos están marginados de esas decisiones y padecen sus consecuencias.

No se trata tampoco de resistir el “progreso” sino que contenga al conjunto de la raza humana.

Fueron los marginados los que se “apropiaron” de ciertas tecnológicas para defenderse y construir sus propios instrumentos para pensar otra sociedad.

Dice Quiroga: “Hay que tener en cuenta cuando se analiza todo este entretejido, el fuerte poder que ejercen los medios de comunicación sobre la subjetividad de las personas a la hora de comunicar las innovaciones tecnológicas. Es importante mencionar que la palabra «revolución» es aún prematura para utilizarla con un servicio que apenas tiene algunos meses entre nosotros. Sin ir más lejos, el año pasado se hablaba más del Metaverso o de los NFT que de IA”.

Y agrega: “Este tema también penetró en el ambiente académico, no solo desde el punto de vista de cómo será el programa de estudio de aquí en adelante, sino también desde el trabajo de campo. Muchas universidades del mundo están observando atentamente los impactos que puede producir la inteligencia artificial. La misma empresa OpenAI llevó adelante un estudio en conjunto con la universidad de Pensilvania con el fin de poder predecir cómo el ChatGPT podría afectar a la fuerza laboral en los próximos años.

Los números de los primeros estudios son preocupantes, casi todos coinciden en que alrededor de trescientos millones de personas se verían desplazadas de sus puestos de trabajo, esto va desde aquellos que ya venían haciendo trabajos repetitivos y fáciles de automatizar hasta profesiones como abogados, traductores y periodistas”.

“Para adoptar estas herramientas e incorporarlas en nuestra vida cotidiana, debemos hacer un trabajo colectivo de apropiación de las mismas. Además, el poder político deberá tomar medidas fuertes de regulación sobre las empresas que desarrollan y utilizan la inteligencia artificial, para garantizar que se utilice de manera ética y responsable.

Solo así podremos disfrutar de los avances tecnológicos sin poner en peligro nuestra privacidad, derechos y valores fundamentales. La IA ya se ha vuelto pública y las empresas están invirtiendo en ella cada día más, pero todavía es posible controlar su despliegue y evitar que se convierta en una fuerza de opresión”, concluye Quiroga.

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