Espectáculos

Un escenario variopinto

La esquiva calidad de los títulos en competencia en el Bafici, algunas ausencias y cierto aire pretencioso de algunos filmes proyectados parecen marcar hasta ahora el derrotero de la muestra porteña.


 Por Fernando Varea

La escasez de actividades paralelas interesantes y de visitas extranjeras convocantes, los comentarios en torno a la exclusión de la programación del último film de Nicolás Prividera, el surgimiento de un ciclo de cine paralelo llevado a cabo por el ex director del festival Fernando Martín Peña con el irónico título “Bazofi”, la pobreza de los cortos institucionales de este año (realizados por Ana Katz, Delfina Castagnino y Federico Veiroj) y, sobre todo, la esquiva calidad de los títulos en competencia que se vieron en los primeros días, alimentan la sensación de que el Bafici no está pasando por su mejor momento. Incluso la iniciativa (novedosa) puesta en práctica este año para la prensa, de solicitar entradas para las funciones con público a través de internet, no siempre funciona como es de esperar.

Afortunadamente, entre películas realizadas con indudable profesionalismo pero ostensiblemente pretenciosas como las argentinas Los salvajes (Alejandro Fadel), Casandra (Inés de Oliveira Cézar) y Germania (Maximiliano Schonfeld), de relatos diluidos como la alemana Hemel (Sacha Polak) o con cierto encanto pero demasiado livianas como la estadounidense The international sign for chocking (Zach Weintraub, filmada en Buenos Aires y con algunas escenas registradas en Colón, Entre Ríos), resulta para celebrar la aparición de otras en las que es posible hallar una saludable dosis de vitalidad, de espontaneidad, de frescura.

Una es Escuela Normal, primera incursión en el documental de Celina Murga, la directora entrerriana de Ana y los otros y Una semana solos, exhibida en una función especial. Registrando las conversaciones y actividades diarias de una escuela secundaria en Paraná, Murga parece estar trazando una mirada sobre la sociedad toda: adolescentes y adultos discuten, conviven y comparten situaciones aparentemente triviales en las que afloran ideas, valores, contradicciones. La cámara de Murga se detiene en miradas y gestos, sigue a la jefa de preceptores yendo de un lado a otro solucionando problemas, documenta la realidad sin cargarla de comentarios. Su intención no es “denunciar” sino “mirar”, y aunque recuerda un poco a Entre los muros, la directora dice haber preferido como referente a Ser y tener, de Nicolas Philibert, y se nota en el hecho de que acá todo parece menos tenso y urgente que en el film de Laurent Cantet, con un inteligente uso del fuera de campo y un final bastante inesperado y emotivo.

En la sección Trayectorias fue exhibida Tabú, del portugués (ganador del premio principal del Bafici 2009 con Aquel querido mes de agosto), una suerte de Historias extraordinarias –aunque mucho más breve y en blanco y negro– por su vocación de contadora de historias y por el peso de la voz en off. Realizada con la libertad acostumbrada en este director, va y viene de la comedia al melodrama romántico y al relato de aventuras, empleando sin pudor algunos recursos ingenuos, canciones pegadizas, ecos literarios y singulares personajes.

Más lustrosa y menos original en su planteo, pero igualmente comunicativa, es la francesa Tomboy (Cline Sciamma), centrada en una nena que se hace pasar por varón frente a los amigos del barrio al que se muda junto a su familia, provocando algunas situaciones incómodas. No sólo el tema está abordado con apreciable delicadeza, sino que, además, contiene escenas con chicos muy vivas y graciosas, sobre todo algunas que transcurren al aire libre, con el sol y el agua contribuyendo a un clima de alegría infantil que contrarresta la seriedad del asunto.

Tomboy integra la sección Competencia Internacional al igual que la filipina The woman in the septic tank, de Marlon Rivera, rebosante de ironías en torno al cine. Dos jóvenes intentan llevar a cabo un guión que discuten una y otra vez, no sólo entre ellos sino también con un colega engreído (que, invitado a numerosos festivales de cine, se entusiasma diciendo que “ser director de cine independiente es como ser turista”) y con una famosa actriz con quien quieren trabajar. Los cambios los va reflejando la misma película, ya que su historia original (una mujer indigente que “vende” a su pequeña hija por necesidad económica) ocasionalmente se convierte en un musical o en un melodrama hollywoodense, con más o menos personajes, con una u otra actriz. Sin brillos formales ni pretensiones de obra maestra es, de todas maneras, candidata segura a algunos premios porque se trata de una obra graciosa, burlona, imprevisible, con una visión nada inocente sobre el llamado “cine independiente”. Fue celebrada con muchas risas y aplausos en la función de prensa, y eso es mucho decir.

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