Espectáculos

Un dios exhausto y humanizado

Thelma Biral y Juan Leyrado pasaron por Rosario con “Dios mío”, la obra que subió al escenario del Auditorio Fundación el viernes y sábado padados.


Pablo, un chico que parece autismo, toca en el piano “Imagine”, de Los Beatles. No es cualquier tema, la letra dice, entre otras cosas, “imagina que no hay un paraíso, es fácil si lo intentas, no hay infierno debajo nuestro; sobre nosotros, sólo el cielo, imagina a toda la gente viviendo hoy, imagina que no hay países, no es duro de hacer, no hay nada por lo que matar o morir y religiones tampoco”.

El planteo es claro y tiene que ver con lo que va a venir: Ana, la madre de Pablo, atea confesa y psicoanalista de niños, ha sido la elegida por Dios para tomar una larga sesión de terapia que se volverá tan inverosímil como reveladora para ella y para todos.

La invocación de un Dios que se parece mucho a un hombre, y un jugoso encuentro en un consultorio de ese Dios enojado y decepcionado con los seres humanos y en busca de ayuda y redención con su “elegida” y desconcertada terapeuta, son los caminos por los que transita Dios mío, la elogiada comedia dramática de la escritora y dramaturga israelí Anat Gov, fallecida en 2012, que con los protagónicos de Thelma Biral y Juan Leyrado, en versión de Jorge Schussheim y bajo la dirección de Lía Jelín, pasó el fin de semana (viernes y sábado) con dos funciones a sala llena por el Auditorio Fundación Astengo, precedida del éxito de público y crítica porteño y marplatense.

Ana (Thelma Biral), psicóloga de prestigio y madre soltera de Pablo (Ignacio Monná), en medio de la tristeza por la falta de lluvia (algo a lo que valora como una “bendición”), y cuando menos se lo espera, recibe en su casa a un hombre que dice ser Dios y que viene con una lista de contradicciones que, lejos de poner en jaque su espíritu iluminado, lo muestran dispuesto a terminar con toda su creación, porque dice estar “insatisfecho” con lo que él mismo creó. Lo que viene después es un picante contrapunto entre ambos, donde se ponen de manifiesto el dogma católico (porque en realidad se trata de Dios) frente al psicoanálisis, entre otros temas que abrevan en la naturaleza humana.

A primera vista, el material tiene todos los condimentos como para pararse en un género complejo de transitar y muchas veces bastardeado como es el de la comedia dramática, porque siempre se tiñen sus bordes de ciertos aires de melodrama. De todos modos, se trata de un espectáculo que, merced a esta versión que se corre un poco de la polémica política que plantea en parte el original (donde se hace más notable, por ejemplo, el conflicto entre Israel y Palestina), se instala en los conflictos humanos, apelando por momentos a un humor audaz, de pretensión incorrecta, por el que ambos actores, a los que se suma Ignacio Monná como Pablo, transitan con holgura y oficio, más allá de lo arbitrario que resultó (al menos en la función del viernes) un irremontable problema con los micrófonos inalámbricos, sobre todo tratándose de actores que no los necesitan.

Por lo demás, el espectáculo adquiere ribetes interesantes en los pasajes donde los conflictos suman     dramatismo frente a los reclamos de un Dios exhausto y decepcionado que manifiesta sus “2 mil años de depresión” ante una mujer desconcertada pero, al mismo tiempo, firme en sus convicciones.

Desde lo teatral, y más allá de la efectiva mano de Lía Jelín que parece entender a la perfección el gusto del público medio argentino, se destaca el diseño de escenografía de María Oswald y la luces del siempre talentoso Gonzalo Córdova, dos creadores que suman poesía a la puesta en escena en momentos clave de un espectáculo que, sin embargo, no puede escapar, sobre todo en el desenlace, de un tono extremadamente edulcorado.

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