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Un cable a tierra por la vida

El Centro de Asistencia al Suicida lleva más de dos décadas recibiendo llamadas de quienes creen que ya no tienen motivos para vivir. El Estado no los asiste en su labor, y hasta no les funciona un teléfono.

Llamar para seguir viviendo. Los voluntarios del CAS brindan ayuda todos los días.

Por: Luciana Sosa

La fuerza de voluntad, las esperanzas y la felicidad se ponen en juego en cada situación límite de la vida. Muchas veces se superan con la energía que se creía ya agotada, pero que se renueva con el fin de empezar otra vez. En otras oportunidades esa salida está oculta por el dolor de una pérdida o por el vacío espiritual. En estas ocasiones es cuando el Centro de Asistencia al Suicida (CAS) busca la manera de que esa vida no termine trágicamente, y que todo aquél que llame encuentre un motivo para continuarla. El CAS está trabajando desde 1987 y cuenta con un vasto equipo de gente capacitada en la atención de la línea 472-4646, que recibe llamadas todos los días de 8 a 24. Pero además de luchar por la vida, debe hacerlo también a contracorriente de las políticas del Estado: es que desde sus inicios han pedido sin frutos un lugar físico donde desarrollar la capacitación de los asistentes, y para peor llevan más de 70 días sin teléfono en sus oficinas, que era el 472-4692. “Sólo tenemos habilitado el de las llamadas de los consultantes, pero si necesitamos comunicarnos hacia afuera –muchas veces con la Policía, Bomberos o el Sies, por cuestiones de emergencia de las llamadas que recibimos– debemos hacerlas desde nuestros teléfonos celulares. El costo va por nuestra cuenta”, lamentó la psicóloga Miriam Ledesma, directora de la entidad. Sobre esta línea telefónica, explicó que desde la privatizada Telecom le respondieron que su equipo técnico debía “estudiar el caso”. Mientras lo hacen, siguen incomunicados.

En diálogo con El Ciudadano, Ledesma dio detalles del trabajo que se realiza en el CAS y la situación difícil que atraviesa, debido a la nula ayuda del Ministerio de Salud.

“Todos pueden asistir a los llamados, desde los profesionales de la psicología hasta «doña Rosa», depende de las ganas y capacidad que tengan de recibir este tipo de consultas. Por eso los entrenamos de manera intensiva, porque en cada llamado se juega con la muerte, así que debemos ser cuidadosos”, sostuvo.

La capacitación tiene un cursado de tres meses y “el único requisito para estar en el CAS es ser mayor de edad y saber leer y escribir”, informó la directora. Durante el curso se trabaja con contenidos teóricos y prácticos, y es por eso que una vez conocida la teoría se realizan “guardias pasivas”, última etapa para saber si el futuro asistente está capacitado o no para recibir este tipo de llamadas. De hecho, Ledesma mencionó que no fueron pocos los que, tras pasar esa etapa de guardia pasiva, han dejado el servicio al no sentirse preparados para contener a quienes llamaban en un caso de emergencia.

El trabajo de estos asistentes demanda gran esfuerzo, y es desinteresado. Entre las historias vividas en la central telefónica, Ledesma reafirma con cada recuerdo que su lugar está en el CAS. “No sé cuál es el motivo que hoy me tiene en el CAS, sólo sé que siento una gran necesidad de escuchar esos llamados y colaborar en la mejora de esas historias. El día que el alma no se me sobresalte con el sonido del teléfono, me tendré que retirar de la oficina”, arriesgó.

“Shock inevitable”

“El CAS somos todos y todos aprendemos de todos. No sabemos con qué historia nos vamos a encontrar al sonar el teléfono. Esta actividad nos descubre como profesionales (los que lo somos) y como personas en sí, porque obviamente hay casos en los que uno se involucra y se queda pensando en cómo seguirá la vida de quien llamó esa misma tarde”, dice Ledesma. Y explica que en caso de que un asistente no pueda continuar con la comunicación, se deriva directamente a otro compañero, y después se analiza el asunto (el del consultante y el del asistente) para saber qué hizo falta en ese momento.

“Aún me inquieta saber qué pasa del otro lado del teléfono, es un shock inevitable el que recibimos en cada llamado. El entrevistador, si se nota abrumado por el llamado, solicita que se llame al compañero siguiente. No olvidamos que estamos trabajando con la muerte a cada minuto”, dijo.

En cuanto a la experiencia sobre los resultados de cada caso, Ledesma recordó que una noche un señor llamó al CAS y anunció que se estaba apuntando con un revólver. Su vida, según comentó el hombre, ya no tenía sentido: había enterrado a su padrastro, su esposa lo había dejado hacía pocos días y él debía volver a vivir con su madre. La entrevistadora del CAS no sabía cómo manejar la situación y le dijo: “Por favor llámeme en 5 minutos, lo voy a estar esperando”. Y mientras tanto consultó a los superiores cómo tratar esta llamada. El problema fue que este señor no volvió a llamar, por ende la integrante del CAS se sintió muy mal porque temía lo peor. Y tenía, sobre todo, la angustia de no haber podido ayudarlo. “Analizamos el caso y supimos que a la mañana siguiente de ese llamado, un señor dejó un mensaje en la radio diciendo que la noche anterior, a tal hora, había llamado al CAS y una mujer le había salvado la vida. Supusimos que fue él”.

Ante la anécdota, vino de inmediato el análisis psicológico: según Ledesma, “este señor sintió que su vida ya no tenía razón de ser al haber sido abandonado por sus seres queridos, pero hubo una mujer que prometió esperarlo”.

“Y eso pudo haber logrado que cambie de opinión”, sostuvo.

Todo llamado que ingresa a la línea del Centro de Asistencia al Suicida es un llamado en crisis, y es anónimo. “Pero cuando recibimos un llamado de emergencia –dice la psicóloga– que es cuando se está realizando el conflicto en sí, nos comunicamos con la Policía, Bomberos y el Sies. Y eso ya deja de ser anónimo, le pedimos el nombre y la dirección para poder socorrerlo”.

En tanto, otro tipo de llamados que suelen recibir son aquellos de vecinos o familiares que anuncian una posibilidad de suicidio de un ser cercano. Uno de estos casos fue el de un vecino que advirtió un fuerte olor a gas y recordó la visita del potencial suicida a la farmacia del barrio comprando medicamentos. “Efectivamente, cuando los Bomberos tiraron la puerta, este individuo había abierto las hornallas y había consumido una importante cantidad de fármacos. Afortunadamente se lo pudo hospitalizar”, relató.

Ledesma comentó que en un mes se suelen recibir entre dos y tres llamados de emergencia como los mencionados. “La mayoría de las consultas se deben a un pedido de auxilio a nivel psicológico, son llamados a los que la palabra de nuestros asistentes puede responder, sin necesidad de la intervención de equipos policiales o de salud”. En tanto, remarcó que un 52,4 por ciento de los llamados son los denominados “mudos”, en los que se supone que el consultante no se anima a hablar. Además, las mujeres duplican los llamados de los hombres, “pero la mayor cantidad de suicidios” son protagonizados por personas del sexo masculino. “Las mujeres somos menos determinantes y solemos buscar la solución, por mínima que sea, a los problemas cotidianos. Los varones son más coyunturales, ven, sobre todo, el presente, y su presente se supone que está vacío o repleto de problemas”, interpretó Ledesma.

Edades, motivos y desinterés

La directora del CAS señaló que a nivel nacional se trabaja con suicidiología en adolescentes, aunque las estadísticas –“todas mentirosas”– indican que la tercera edad integra la mayor franja de suicidios. “Uno de los factores predominantes en los llamados es la soledad y si hablamos de la tercera edad tiene que ver también con ese duelo diario que tenemos desde que nacemos, pero que esta última etapa de la vida se intensifica. Sabemos que el día que hoy termina a las 12 de la noche y no se recupera, y a esa altura de la vejez uno ya comienza a sentir la pérdida del tiempo y van quedando cosas pendientes que se suponen no podrán concretar”, señaló la psicóloga y coordinadora. A su vez, agregó: “Siempre es necesario que haya algún proyecto por delante, desde leerles los cuentos más lindos a los nietos o crear una huerta en su patio, aprender una receta de cocina o sueños maratónicos como conocer Roma son motivos viables para seguir soñando y viviendo”.

“Por lo general, después de determinada edad las personas no servimos y somos relegados, no salimos ilesos del título de los diarios que indican que después de los 40 uno no puede reinsertarse en el ámbito laboral. La sociedad discrimina a sus mayores”, lamentó.

Respecto de los adolescentes, Ledesma reconoció que hay picos de casos fatales: “A diferencia de un adulto, los adolescentes no tienen conciencia real sobre la muerte. Si bien nosotros tenemos registro de la muerte por terceros –con la muerte del otro, nunca pensamos en la nuestra– los chicos consideran que van a resucitar en una nueva vida, con sus problemas solucionados; es algo complejo, pero real, como si fuera una película. Por eso hay que trabajar en la base de los valores desde chicos”.

Lamentablemente, la labor de estas decenas de asistentes que se capacitan para brindar un servicio de manera voluntaria carece de reconocimiento institucional. Resulta increíble que se deje a la deriva a tantos trabajadores y a miles de personas que necesitan una palabra de aliento para sacar de su mente la terrible idea de quitarse la vida. Nada menos.

Ledesma planteó a este medio el problema que les representa invertir meses de entrenamiento a los entrevistadores telefónicos: “Se va gente muy valiosa que se prepara pero no la podemos retener porque no hay una paga que reconozca su trabajo. Es muy duro verlos partir pero desde que se inició este servicio se pide al Ministerio de Salud un apoyo económico para estos trabajadores y hasta ahora sólo obtuvimos negativas”, lamentó. “De hecho nos acaban de informar que nos quedamos sin sala de clases que teníamos en el hospital Centenario, así que empezaremos a buscar un espacio donde dictar los cursos de este año, desde marzo para el primer grupo, y julio para el segundo turno del año”.

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