Observatorio

Perfiles

Tinto Brass, el rey del erotismo, siempre contra la censura y los hipócritas

El autor de "Calígula", una de las películas más polémicas de la historia, hecha en 1979 y todavía prohibida en algunos países, fue uno de los más censurados por su desparpajo en las escenas sexuales. A los 91 años, defiende la potencia arrolladora del erotismo como motor de lo que viene después


El realizador italiano Tinto Brass, muchas veces nombrado como el “rey del erotismo”, sigue a sus 91 años recién cumplidos con otro proyecto bajo la manga, que ya está en preproducción y no es nada menos que una película sobre Silvio Berlusconi, más exactamente sobre las orgías a las que era tan afecto el premier italiano y por las que incluso tiene causas pendientes con la justicia por la participación de menores. El director de la copiosamente visitada Calígula, ya todo un clásico a esta altura, sostiene que el erotismo no va dejar de tener nunca una potencia arrolladora y, según sus propias palabras, “…nada puede igualarlo (al erotismo), es mucho más movilizador que el propio sexo, es lo que hace que el deseo funcione, sin erotismo no hay nada de lo que viene después”.

De todos modos, si se observa la filmografía de Brass, es fácil ver que ese erotismo mencionado desemboca rápidamente en una vívida y desenfrenada acción sexual –siempre restringida hasta lo posible para films de exhibición pública–, lo que le ha granjeado no pocas críticas –tildando a su cine de excéntrico y elocuentemente kitsch– pero también seguidores en todo el mundo que fueron tornándose fanáticos de sus propuestas. Algo similar a lo que ocurrió con el norteamericano Russ Meyer y su propuesta de un cine de alto voltaje erótico asimilado casi a un pornosoft popular.

Rebelde y anárquico

Quien trabaja está perdido (1963) fue la primera película del italiano, que ya había trabajado como editor de Luchino Visconti y de Mario Monicelli, luego de que algunos productores se interesaran por el guion, pero en esta primera etapa, al cine de Brass lo mueven otros intereses, sobre todo la situación social de Italia en los años de la reconstrucción luego de la Segunda Guerra, y ese primer título refleja  las desventuras de un joven idealista desempleado afiliado al Partido Comunista, que deambula por las calles venecianas mientras se ven en clave de flashbacks la relación con su novia y con sus amigos militantes.

Había sido también colaborador de la Cinemateca Francesa en su época de esplendor (fines de los 50, principios de los 60) y fue ayudante de dirección de algunos realizadores de fuste como el documentalista Joris Ivens; el brasileño radicado en Francia Alberto Cavalcanti, y Roberto Rossellini, uno de los padres fundadores del Neorrealismo. En las películas hechas durante los 60 y parte de los 70, Brass desarrolló temáticas similares a la de su debut, donde ya se ponía en evidencia cierta singularidad en el tratamiento de las imágenes y en la mirada sobre los asuntos que abordaba, todos, como se dijo, de marcado tinte social, por lo que su cine fue tildado de rebelde y anárquico por la prensa de la época.

En la Cinemateca Francesa había conocido a (Francois) Truffaut y a (Jean-Luc) Godard. Años después lo contaría de esta manera: “…Truffaut y Godard…me acogieron inmediatamente y con entusiasmo. Veíamos una película cada noche. No se ganaba nada, pero fue allí donde aprendí a montar films”. En ese espacio conoció también a Ivens, quien lo contrató para montar un documental sobre el pintor francés Marc Chagall, y poco después tendría la oportunidad de trabajar con Rossellini en sus documentales para televisión –todos maravillosos– como ayudante de dirección. “Trabajar con él fue muy interesante. Yo aún no era director, solo ayudaba. Le monté todas las películas que hizo para televisión”, recordaría después Brass.

Su película La vacanza, protagonizada por dos insignes actores del momento, Vanessa Redgrave y Franco Nero, ganaría el premio de la crítica a mejor película italiana en el Festival de Cine de Venecia de 1971, y podría decirse que fue la última donde primaba la cuestión social sobre cualquier otro componente (como el erótico o decididamente sexual, a los que de todos modos, en esa primera etapa, nunca descuidó).

Cerca de la excomunión

En 1976, Brass da un giro notable y comienzan a convocarlo otro tipo de proyectos, más ligados al erotismo, aunque la mayor parte de la crítica –ya desde ese momento– señalaría la práctica de su cine como afincada en un esteticismo pornográfico. En ese año filma Salon Kitty, un drama ambientado en un lujoso prostíbulo berlinés unos meses después del inicio de la Segunda Guerra, utilizado por los servicios de inteligencia de las SS como centro de espionaje para obtener confidencias de diplomáticos extranjeros, hombres de negocios y oficiales alemanes. Todo funciona de esa manera hasta que una de las mujeres se enamora de un capitán nazi que urde un plan para derrocar a Hitler. En este film comienzan a destacarse ciertos recursos que luego serían parte de su estilo habitual: frecuentes encuadres de espejos en el inicio de la toma para de inmediato dirigirlos a la acción real, donde en planos detalles pueden verse partes del cuerpo femenino como nalgas, vello púbico, tetas, axilas, culos, lo que produce una sensación visual de proximidad impactante. Al mismo tiempo se vale de travellings diversos, de un montaje veloz, y de cierto humor negro y desconcertante en los argumentos, seguramente –como se ha querido entender– para no desligarse de un punto de vista siempre aliado a la nobleza de las causas tratadas.

En 1979 llegaría la hasta hoy su película más famosa y por la cual su nombre tomó vuelo internacional: Calígula, una producción de las más polémicas de la historia del cine, lo que sin dudas sirvió para que todos hablaran de ella. Es un relato dramático, altamente erótico –pornográfico volvió a decir la crítica y el público– y con extremas dosis de comedia negra. Tuvo un elenco de lujo proveniente de la coproducción británica y los protagonistas principales fueron Malcolm McDowell, Peter O’Toole, John Gielgud y una jovencísima y bella Helen Mirren. Con McDowell Brass había estado a punto de trabajar en La naranja mecánica, toda vez que fue convocado antes de Stanley Kubrick, pero el planteo extremo que hizo para la adaptación de la novela de Anthony Burgess no convenció a los productores.

El film, cuyo guion pertenece al escritor y periodista norteamericano Gore Vidal, describe la vida del controvertido emperador romano, que ya escandalizaba a sus contemporáneos con sus descontroladas y delirantes políticas, íntimamente ligadas al espacio privado. Además de las abundantes escenas de sexo de todo calibre, Calígula ofrece una ácida mirada del vicio, el crimen y la traición, que en el film acechan  de manera sostenida. Hubo dos versiones, la original de Brass, matizada para que las escenas sexuales no ofendieran al gran público, y otra versión sin censura lanzada cinco  años después de la original –por iniciativa de Bob Guccione, fundador de la revista erótica Penthouse–, donde se incluye sexo explícito hétero y homosexual, escenas alusivas al incesto, orgías y zoofilia.

Apenas estrenada, Calígula se encontró con problemas legales por su contenido violento y sexual y hasta fue acusada de “incentivar la necrofilia”. Todavía la versión sin cortes sigue siendo prohibida en varios países asiáticos y de Medio Oriente. Las reseñas de la época no fueron generosas, sin embargo, fueron halagadas las actuaciones de McDowell como el emperador Calígula y de O’Toole como Tiberio, otro de los personajes principales. Más tarde el film sería considerado como un clásico y, según el análisis que se haga de él, también de culto, ya que el desprejuicio con que trata la faceta política en el tiempo del depravado emperador, lo acerca a las posibilidades más reales de la historia. La iglesia católica se sintió directamente ofendida e intentó excomulgar a Brass sin mucho éxito.

Hipocresía y censura

“Nunca fui bien visto por la censura pero seguí interesándome por el aspecto humano de las historias”, señaló Brass en una entrevista. Y agregaba: “Lo que hacía la mayoría de las veces es poner como cebo ante el ente de censura las escenas más fuertes posibles para que las cortaran y me dejaran las que yo quería, eso me dio buen resultado, ya que no podían reducir los films a la mitad”. Lo decía conociendo el paño puesto que 29 de sus 30 películas sufrieron censura y recortes.

En un documental sobre su obra grabado por la televisión italiana, hay una toma larga sobre la biblioteca de Brass en su casa de la campiña romana. La cámara se detiene y en un cartel apoyado en lomos de algunos libros puede leerse “El cineasta más censurado de todos los tiempos”. Ya antes, en el ingreso a esa casa de piedra antigua con pérgolas cubiertas de vides, otro cartel recibe al visitante con una máxima difícil de desaprobar. Sobre una especie de paspartú se ve una frase en relieve que reza “Mejor un culo que una cara de culo”.

Su última película más renombrada fue La Llave (1983) –una adaptación de una novela del japonés  Jun’ichirō Tanizaki– ambientada en Venecia durante los primeros meses de 1940, donde el fascismo permitía una concentración de poder que se desplegaba en todos los aspectos de la vida cotidiana. La historia es la de una voluptuosa mujer que no puede responder a los requerimientos amorosos de su marido, pero al conocer al novio de su hija sufre un tardío despertar sexual, y más pronto que tarde, estará en condiciones de sorprender a su marido con una energía sexual inaudita. Las escenas eróticas de desnudos frontales y sexo casi explícito desplegadas por Stefania Sandrelli son de alto voltaje y están muy cuidadas.

Su último largo es Monamour (2009), donde cuenta una historia de amor que tiene lugar en la ciudad italiana de Mantua y muestra a una agraciada joven veneciana que ve agigantarse la distancia sentimental con su marido mientras mantiene un fogoso romance con un francés que conoció en un museo. Nada hay en este film que pueda verse como renovador en la obra de Brass, sin embargo las escenas eróticas están finamente trazadas y conservan esa potencia arrolladora que el realizador destacaba. Entre La llave y esta última hay una docena de largos y un par de cortos, muestra suficiente para saber que Brass no dejó de estar atrás de la cámara desde aquel lejano 1963. Y ahora, a los 91, quiere otra vez hacer lo mismo.

Sobre el final del documental mencionado, Brass lleva puestos unos lentes rojos y fuma despaciosamente un enorme puro. Dice mirando a cámara: “Veo pocas películas, pero ahora hay poquísimo erotismo en el cine, o ves sexo explícito pero sin ningún escarceo amoroso. El cine tiene que tender a mostrar la verdad, hay mucha gente que no es hipócrita, en todo caso los hipócritas pertenecen a cierta clase política y a los sectores de poder, que impiden que la gente piense libremente. Esos fueron los que siempre juzgaron y censuraron mis obras”.

Comentarios