Edición Impresa

Textos inéditos que revelan al mítico Jorge Luis Borges

El escritor es el protagonista del libro “El otro Borges”, de Mario Paoletti, donde se lo muestra tímido, rebelde y deseoso de su propia muerte. La obra reúne anécdotas del reconocido autor de “El Aleph”.

Las 333 viñetas y anécdotas que el escritor y periodista Mario Paoletti reúne en su flamante libro El otro Borges dejan al descubierto el desparpajo y la ironía de los que era capaz el autor de Ficciones, acaso un desafío a su proverbial timidez y a la melancolía que recorre casi la totalidad de su obra poética.

A diferencia de otros literatos cuya vida pública sólo puede reconstruirse a partir de fragmentos esquivos, Borges dejó a la par de su legado literario un anecdotario fértil en episodios tan jocosos como emotivos que permiten quebrantar la solemnidad del mito para abordar al hombre que se atrevió a jugar con el tiempo, el espacio y las palabras.

En entrevista con Télam, Paoletti destacó que El otro Borges (editado por Emecé) construye un perfil alternativo del autor de El Aleph, a quien definió como “un hombre valioso que nunca calló lo que pensaba a sabiendas de que iba a contrapelo de la mayoría”, a pesar de que también acumuló un puñado de declaraciones que lo convirtieron en una suerte de “idiota político”.

“Borges, como todo hijo de Buenos Aires, estaba adscripto a la “cachada”, que es una forma de humor que trata de triunfar mediante el ridículo. Como cuando llama Ernesto Sótano a Sábato o Ástor Pianola a Piazzola. Pero también practicaba la ironía a la inglesa y el sarcasmo en sus diversas variantes. Era muy malévolo”, sostuvo Paoletti sobre los aspectos de la personalidad del gran escritor argentino.

Ante la consulta sobre la razón por la que Borges se notaba tan melancólico y desdichado a la vez, el autor de El otro Borges expresó: “Todos somos muchas personas. Él era esas dos, y algunas más. Era también un presocrático que jugaba con el tiempo y el espacio, un sordo para la música que, sin embargo, captaba como nadie la música que hay en la poesía, y también un pensador que relacionaba con facilidad las diversas culturas, extrayendo conclusiones sumamente originales.

A su vez, Paoletti aseguró que “Borges vivía un dilema porque al mismo tiempo que sabía que lo que estaba escribiendo era considerablemente mejor que lo que escribían casi todos sus contemporáneos, le parecía que era excesiva la atención que se daba a sus textos”. “De hecho –continuó–, vivió temiendo que se lo acusara de impostor. Era, por supuesto, una coquetería, pero no sólo una coquetería. Además, Borges creía sinceramente que al final el tiempo se ocupa de mezclarlo todo. Solía decir que no sería raro que dentro de unos siglos se mencionase a Hitler como Gustavo Adolfo Hitler (en alusión a Becquer)”.

Durante la entrevista, se mencionó que algunas anécdotas permiten conocer pormenores sobre la génesis de la obra de Borges, como aquella en la que José Bianco relata la operación por un accidente que lo dejó al borde de la muerte y que ofició como disparador para la gestación de Pierre Menard, autor del Quijote. Ante este apunte, Paoletti sostuvo: “Borges escribe su revolucionario Pierre Menard para comprobar que la operación no había afectado su cerebro y que podía seguir pensando. Pero hay que suponer que aún en el caso de no haber sufrido el accidente que dio lugar a la operación, el relato habría ocurrido. No está probada la conexión entre la cirugía y la buena literatura”.

A su vez, arriesgó que la muerte, o la proximidad de la misma fuera un disparador para sus textos, sin embargo, el escritor aclaró: “Borges era un agnóstico total y no fue el miedo a la muerte su gran problema, sino el deseo de morir, en diversas ocasiones, sobre todo las provocadas por numerosos fracasos amorosos. Borges no se gustaba. Y consideraba su cuerpo como una incomodidad. Hasta los sesenta años pensó mucho en el suicidio”.

También señaló la timidez de Borges como una hironía: “Los tímidos irónicos (e irreverentes) son una especie temible, y más abundante de lo que se cree. Pero Borges era, además, una persona intelectualmente valerosa, que nunca calló lo que pensaba, aún a sabiendas de que iba a contrapelo de las mayorías. Borges era antinacionalista, antiperonista, anti-Che, anti-Gardel, no le gustaba el fútbol ni el tango ni la pizza ni el asado. Hay muy pocos argentinos que reúnan esas características”.

“Borges era una especie de idiota político. Sencillamente, no entendía qué pasaba en el mundo ni las fuerzas que lo movían. Aplicaba a todos sus análisis una especie de molde maniqueo (de un lado los buenos buenísimos y del otro los malos malísimos) y era incapaz de advertir matices. Excepto el del 30, contra Hipólito Yrigoyen (de quien fue partidario) apoyó todos los golpes militares, en la creencia de que esos militares eran los herederos legítimos de los guerreros legendarios que lo deslumbraban, siempre impulsados por el honor y el coraje”, agregó.

Paralelamente, Paoletti remarcó: “Tuvo que ocurrir la dictadura de Videla, y sus infames consecuencias, para que comprendiera (bastante tarde, es cierto, pero también lo es que hay aún hoy muchos argentinos que todavía siguen sin comprenderlo) que había glorificado a unos personajes siniestros”.

En cuanto a la relación de la obra de Borges con la literatura erótica, Paoletti remarcó: “Borges leyó de niño Las mil y una noches, y lo impresionó vivamente. Pero fue, probablemente, su única lectura erótica positiva. El resto de su vida se la pasó clamando contra la literatura basada en aspectos sexuales”.

“Pero hay que tener en cuenta que la procacidad de Borges tenía poco que ver con el erotismo. Era, más bien, la exaltación de los aspectos más grotescos de la genitalidad. A veces parece un niño que repite culo, teta, culo, teta sólo para molestar a los mayores. Por lo demás, se trataba de un tema que reservaba para las conversaciones entre amigos”, dice.

“En su obra no hay ningún rastro de erotismo, con la sola excepción de la palabra falo en un poema de juventud”, concluyó Paoletti.

Comentarios