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Sunnitas, chiítas y alauitas, ¿quiénes y a qué juegan?

La existencia de una rama sunnita y una chiíta es consecuencia del cisma de 683.

reflexiones

Entender el baño de sangre que se ha desencadenado en Siria a partir de marzo de 2011 exige repasar, aunque sea rápidamente, las características de ese país como mosaico confesional, condición que resume líneas de fractura y de alianzas políticas fundamentales en el mundo islámico.

“Sunnita”, “alauita”, “chiíta”, entre otros, son términos que (hagamos nuestra mea culpa) la prensa deja caer sobre el público sin mayores explicaciones. Reparar esa falta, entrega valiosas claves para pensar lo que viene, no sólo en Siria sino también en Irán y en Oriente Medio en general.

La existencia de una rama sunnita y una chiíta es consecuencia del cisma de 683, cuando los líderes del clan omeya, que gobernaba Siria, se impusieron a Alí, el primo y yerno del Mahoma, saldando (guerra y mediación iniciales mediante, para finalizar con el asesinato de éste) la disputa por la sucesión del profeta. Las diferencias doctrinarias que ambas corrientes desarrollaron a partir de entonces son profundas y constituyen el nudo de buena parte de las rivalidades políticas actuales. Un ejemplo claro de esto son para el lector las matanzas continuas, con la mayoría chiíta llevando la peor parte, en el Irak post Saddam Hussein. Y Siria se asoma hoy a un escenario similar.

El sunnismo, heredero de los vencedores de la disputa por el califato en el siglo VII, es la rama más numerosa del Islam, con cerca del 85 por ciento de los 1.300 millones de fieles. Su doctrina se basa en la suna, esto es en los “ejemplos” de conducta, las prácticas y los dichos de Mahoma, que complementan la letra del libro sagrado de esa fe, el Corán (“La Recitación”, en árabe).

Con todo, los sunnitas están divididos, a su vez, en diversas tendencias, desde las más moderadas hasta las más extremas, como las que representan los salafistas, defensores de la religiosidad de los “ancestros” (salaf), quienes a su vez se separan entre apolíticos y partidarios de una yihad (guerra santa al infiel) agresiva como Osama bin Laden.

Los chiítas constituyen una minoría, alrededor del 10 por ciento del mundo islámico, y son amplia mayoría sólo en Irán (en Irak lo son, pero por poca diferencia y están concentrados en el sur del país). Su nombre deriva de la expresión shiat Alí (“los partidarios de Alí”), y consideran desde el cisma que el líder de la comunidad musulmana, el imán, debe ser un heredero de sangre de aquél, linaje que se extiende a partir de la descendencia que engendró con Fátima, la hija de Mahoma.

Entre muchas otras, una diferencia doctrinaria importante entre sunnitas y chiítas es que estos últimos creen, a diferencia de aquéllos, que el Corán tiene un sentido oculto que deben develar los líderes religiosos. Otra, clave, hace a la visión mesiánica: para los sunnitas, el Mahdi (“El Guiado”) nacerá antes del Día de la Resurrección, en el fin de los tiempos; para los chiítas, no se tratará de un nacimiento sino de un retorno, el del duodécimo imán, quien vive oculto desde el martirio de su padre en el siglo IX.

Mosaico

Siria es un país árabe de población mayoritariamente sunnita, pero que cuenta con dos minorías importantes, una cristiana y otra alauita, cada una da cuenta de aproximadamente un 10 por ciento de la población.

Los alauitas (unos dos millones, concentrados sobre todo en Siria, pero también en el extremo sur de Turquía, en el Líbano e Irak) son una rama peculiar dentro del Islam, al punto que relativizan como alegorías algunos de los cinco pilares básicos de la fe, como la obligatoriedad de las cinco plegarias diarias, el ayuno en el Ramadán o la peregrinación que debe realizarse al menos una vez en la vida a La Meca. Asimismo, tienen una visión muy particular en términos de reencarnación de las almas. Por estas razones, muchos musulmanes la consideran herejes.

Sin embargo, su doctrina tiene fuertes puntos de contactos con el chiísmo, lo que convierte a sus miembros en aliados naturales contra los abrumadoramente mayoritarios sunnitas.

Una peculiaridad de Siria es que la comunidad alauita, concentrada sobre en el oeste del país, sobre todo en la costa del Mediterráneo, en torno de la ciudad de Latakia, controla, pese a su escaso número, los principales resortes del Estado.

Esto es así desde que Hafez al Asad, padre del actual dictador Bashar, se hizo con el poder en 1971. No sólo ocupan desde entonces la cúspide del régimen del partido Baas (socialista y panárabe, ideología ideal para diluir una identidad minoritaria y sospechada) sino también puestos clave en las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia.

Ese nexo entre alauitas y chiítas explica el nudo de la alianza antiisraelí más potente: la que incluye al régimen teocrático de Irán, al régimen de Al Asad y al partido-milicia chiíta, Hezbolá, un verdadero Estado dentro del Estado en el Líbano.

La oposición

Así las cosas, el núcleo de la oposición política y militar a Al Asad está compuesto por miembros de la mayoría sunnita, en buena medida desertores del Ejército, pero también izquierdistas, militantes de base y, fundamentalmente, islamistas extremistas. Esto explica que Israel haya atacado recientemente supuestos arsenales iraníes destinados a Hezbolá a través de territorio sirio pero sin ir a fondo en su ofensiva. Su objetivo es valerse de la actual crisis para poner fin a una práctica de casi tres décadas pero que hoy, con la posibilidad de que ese flujo incluya armas químicas, misiles sofisticados y hasta material nuclear persa, adquiere perfiles muy amenazantes.

Más claramente: Al Asad es para el Estado judío un enemigo jurado, pero uno que, al menos hasta el inicio de la revuelta en 2011, garantizaba el control del territorio y los arsenales sirios; lo que pueda ocurrir después de su eventual caída es un escenario que se escruta con enorme preocupación, sobre todo por el poder dentro de la coalición opositora de la Hermandad Musulmana, el capítulo sirio de la cofradía que se hizo con el poder en Egipto tras el derrocamiento de Hosni Mubarak.

Ensayos peligrosos

Hasta cierto punto, los ataques israelíes del fin de semana último contra objetivos en Siria pueden ser vistos como una suerte de ensayo o anticipo de lo que puede ocurrir con Irán a propósito de su cuestionado plan nuclear, esto es una acción bélica “preventiva”. La diferencia, enorme, por cierto, es que, si el régimen de Al Asad, que se sabe jaqueado, optó por la autocontención y la promesa de seguir armando a Hezbolá, el de Irán (una potencia de 80 millones de habitantes) podría dar respuesta muy violenta. Ése es el escenario de pesadilla: en ese caso, Estados Unidos no podría limitarse, como ahora, a que su secretario de Estado siga sumando millas mientras decide qué hacer, y en cambio se vería arrastrado a una guerra de consecuencias humanas, geopolíticas y económicas hoy imposibles de ponderar.

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